1.898 – El café con leche

jose_antonio_ayala  No sé bien si lo soñé o lo viví realmente: estaba tan tranquilo tomando un café con leche, cuando, según la expresión popular, se me fue por lo vedado. Me quedé sin respiración. Gruesas lágrimas resbalaban por mis mejillas. El sabor del café por un lado, de la leche por otro, me resultaban odiosos. El agua que conseguía tragar no aminoraba el regusto del café con leche. Pero, sobre todo, el enfisema que me aquejaba desde hacía tiempo me impedía expulsar el aire con fuerza, respirar siquiera un poco. Me asfixiaba. Me asfixié, frustrando así toda una carrera literaria que se me presentaba prometedora. Y todo por el maldito café con leche que ni me apetecía.

Jose Antonio Ayala
Chispas. Editora Regional. Murcia.2005

1.897 – La zorra y las uvas

Guillermo Cabrera Infante  Una zorra tenía hambre y, como era extrañamente vegetariana (no hay nada que no haga una zorra por estar a la moda), le echó el ojo a unas uvas que estaban allí cerca pero arriba. Saltó una y otra vez y otra vez y otra vez más, sin alcanzarlas. Miró la zorra a las uvas por última vez y al verlas bien (es asombroso lo bien que ve uno las cosas cuando las mira por última vez) exclamó: “no importa: no las quiero: están verdes”.
Un cuervo que andaba por allí, de paso hacia otra fábula, miró a la zorra, miró a las uvas y se dijo: “no es extraño: esas uvas están verdes porque son uvas verdes”. La zorra no respondió tal vez porque no había oído, tal vez porque era orgullosa, pero seguramente porque las zorras no pueden conversar con los cuervos.
Moraleja: La zorra es un animal que no tiene don de lenguas pero sí puede padecer de daltonismo.

Guillermo Cabrera Infante
Exorcismos de esti(l)o. Barcelona: Seix Barral, 1976.

1.896 – La libertad

Italo_Svevo2  La puerta de la jaula había quedado abierta. El pajarito se plantó, con un ligero salto, en la entrada y desde allí miró el vasto mundo, primero con un ojo y después con el otro. Por su pequeño cuerpo pasó el estremecimiento del deseo de los espacios vastos, para los cuales estaban hechas sus alas, pero después pensó: «Si salgo, podrían cerrar la jaula y yo quedaría preso fuera». Volvió a entrar y poco después vio, con satisfacción, cerrarse la puertecita que sellaba su libertad.

Italo Svevo
 Fábulas. Madrid: Gadir, 2008.
http://e-kuoreo.blogspot.com.es/2011/09/

1.894 – Cambio de identidad

fernando ainsa  Cuando A se despertó a media mañana en una cama en la que no se había acostado, junto al cuerpo desnudo de la esposa de B, su mejor amigo, llamó de inmediato a su propia casa. Se sorprendió ligeramente cuando B le respondió al teléfono y le dijo que no se preocupara por la tardanza: su mujer todavía estaba durmiendo.

Fernando Aínsa
De mil amores. Antología de microrrelatos amorosos. Thule ediciones.2005

1.893 – El amor

eduardo galeano34  En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas. -¿Te han cortado? – preguntó el hombre. -No -dijo ella-. Siempre he sido así.
Él la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta. Dijo:
-No comas yuca, ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa.
Ella obedeció. Con paciencia tragó los menjunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los dientes para no reírse, cuando él le decía: -No te preocupes.
El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en una hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.
Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:
-¡Lo encontré! ¡Lo encontré!
Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol.
-Es así -dijo el hombre, aproximándose a la mujer.
Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.

Eduardo Galeano
De mil amores. Antología de microrrelatos amorosos. Thule ediciones.2005

1.892 – Horticultura de la naturaleza humana

MAr Horno  Detrás de los huertos comunitarios del pueblo, siempre ha habido un campo de cuchillos silvestres. Tras las lluvias de acero inoxidable de abril empiezan a brotar pequeñas puntas afiladas que emiten suaves destellos cuando el sol los calienta. A finales de mayo, lucen ya altos y punzantes. Todos los vecinos pasan por allí y recolectan los que necesitan: que si un cuchillo pelador, que si uno panadero, que si otro de trinchar, que si aquel jamonero, que si de espátula, que si de mantequilla. Resultan imprescindibles para las tareas diarias de degollar, filetear, cortar, deshuesar, rebanar o untar viandas.
Aunque, secretamente, todos esperan encontrar otros, muy escasos y codiciados. Crecen como mala hierba y pasan desapercibidos para el ojo poco avezado.
Son pequeños, de mango descolorido, y, se clavan, sin esfuerzo, suavemente por la espalda.

Mar Horno
http://nalocos.blogspot.com.es/2013/12/precipicios-habitados-libro-de.html

1.891 – Anima mea

gomes  Ciertos momentos de nuestra vida son francamente aterradores. Basta frotar, mientras tomamos una ducha, la pastilla de jabón recién comprada esta tarde, para que emerja, súbitamente, de una de las burbujas, la mujer tantas veces deseada y nunca alcanzada.
Podemos contemplarla entonces, recorrer su desnudez una vez tras otra con miradas lúbricas, descubrir en sus ojos que ella también arde en deseos por nosotros. Pero no más. Todos sabemos lo frágiles que son las burbujas de jabón. Todos hemos visto cómo se deshacen cuando intentamos apoderarnos de ellas.

Miguel Gomes
De mil amores. Antología de microrrelatos amorosos. Thule ediciones.2005

1.890 – Escalera

federico fuertes guzman5  Hay cosas que sé. Sé que un día tropezaré conmigo mismo al bajar las escaleras. Sé que el cigarro se me escapará de los dedos e intentaré bajar a buscarlo. Sé que no habrá luz y sé que mis pies no me responderán porque habrán olvidado la forma de bajar las escaleras. Sé que intentaré subir pero mis pies también habrán olvidado la forma de subir las escaleras. Sé que me sentiré atrapado, con el cigarro consumiéndose fuera de mi alcance.
Lo que no sé es si llegará un día en el que pueda empezar a contar esta historia de la siguiente manera: «Un día tropecé conmigo mismo al bajar las escaleras. El cigarro se me escapó de los dedos…». Será, sin duda, una buena señal.

Federico Fuertes Guzmán
Los 400 golpes.E.D.A.libros.2008

1.889 – Marzo y el pastor

italo calvino  Había un pastor que tenía más ovejas y carneros que granos de arena hay en la orilla del mar. Pese a todo, siempre andaba preocupado de que se le muriese alguno. El invierno era largo, y el pastor no hacía más que suplicar a los Meses:
—¡Diciembre, sé propicio! ¡Enero, no me mates las bestias con la helada! ¡Febrero, si te portas bien conmigo, siempre te rendiré honores!
Los Meses oían los ruegos del pastor y, sensibles como son a todo acto de homenaje, no mandaron lluvia ni granizo, ni enfermedad del ganado. Las ovejas y los carneros continuaron pastando todo el invierno y ni siquiera pescaron un resfriado.
Pasó también Marzo, que es el mes de carácter más difícil; y anduvo bien. Se llegó al último día del mes, y el pastor ya no tenía miedo de nada; ahora vendría Abril, la primavera, y el rebaño estaba a salvo. Dejó su tono suplicante y empezó a burlarse y a fanfarronear.
—¡Oh, Marzo! ¡Oh, Marzo! Tú que eres el terror de los rebaños, ¿a quién crees que asustas? ¿A los corderitos? ¡Vamos, Marzo, yo ya no tengo miedo! ¡Estamos en primavera, ya no puedes causarme daño! ¡Marzo tonto, puedes irte directamente a donde ya sabes!
Al oír las palabras de ese ingrato, Marzo perdió los estribos. Corrió hecho una furia a casa de su hermano Abril y le pidió prestados tres días. Abril accedió, pues le tenía cariño a su hermano. Entonces, Marzo recogió vientos, tempestades y pestes que andaban sueltos y después los descargó sobre el rebaño del pastor. El primer día, murieron todos los carneros y las ovejas que no estaban muy fuertes. El segundo día, les tocó a los corderos. El tercer día, no quedó un animal vivo en todo el rebaño… y al pastor sólo le quedaron los ojos para llorar.

Italo Calvino
Cuentos populares italianos (Córcega)