1.892 – Horticultura de la naturaleza humana

MAr Horno  Detrás de los huertos comunitarios del pueblo, siempre ha habido un campo de cuchillos silvestres. Tras las lluvias de acero inoxidable de abril empiezan a brotar pequeñas puntas afiladas que emiten suaves destellos cuando el sol los calienta. A finales de mayo, lucen ya altos y punzantes. Todos los vecinos pasan por allí y recolectan los que necesitan: que si un cuchillo pelador, que si uno panadero, que si otro de trinchar, que si aquel jamonero, que si de espátula, que si de mantequilla. Resultan imprescindibles para las tareas diarias de degollar, filetear, cortar, deshuesar, rebanar o untar viandas.
Aunque, secretamente, todos esperan encontrar otros, muy escasos y codiciados. Crecen como mala hierba y pasan desapercibidos para el ojo poco avezado.
Son pequeños, de mango descolorido, y, se clavan, sin esfuerzo, suavemente por la espalda.

Mar Horno
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1.054 – Los suicidas

 Poca gente sabe que a los ahorcados nos gusta balancearnos colgados de nuestra cuerda. Ya sea de una lámpara, de una rama o de una viga, amamos ese movimiento suave, ese bamboleo silencioso de mitigación del dolor, esa ondulación pendular de resarcimiento de nuestras culpas. Así nos sentimos libres al fin, como globos de colores, esperando que algún niño coja nuestra soga y nos pasee por el parque. Sabemos que es solo un sueño, que siempre termina viniendo algún desalmado que nos descuelga para meternos en un cajón triste, para mantenernos otra vez prisioneros, otra vez esclavos, otra vez dominados. Aunque nunca perdemos la esperanza de que las cosas puedan ser de otra manera, nunca perdemos la esperanza de que llegue antes el niño que el diablo.

Mar Horno
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