2.865 – La bondadosa Cenicienta

jose_antonio_ayala  Cuando Cenicienta se casó con su príncipe Azul la felicidad la inundaba y quiso que todo el mundo fuese tan feliz como ella, incluyendo su madrastra y sus dos hijas. Le pidió, pues, a su esposo que les regalase a las tres un gran palacio, el más grande que poseyera. Así lo hizo el Príncipe, enamorado de su esposa, y contento de que ésta tuviese tan buenos sentimientos.
El palacio constaba de más de cincuenta dormitorios y salones, bodegas, caballerizas y varios jardines de vistosos árboles y flores. Muebles de calidad y numerosas lámparas, esculturas y pinturas ornaban todas las estancias. La única condición que se le impuso a sus ocupantes fue que el palacio fuese mantenido, personalmente por sus propietarias, tan limpio y cuidado como se les entregaba.

José Antonio Ayala
Chispas (101 microcuentos). 2005

2.847 – El sueño del profesor

jose_antonio_ayala  Era un sueño recurrente, repetitivo. Nada extraño tratándose de un profesor universitario sometido a la intensa presión de hablar diariamente en público ante un auditorio numeroso y no siempre atento a sus palabras. Soñaba el profesor que, de pronto, en una clase, se quedaba mudo, en silencio, sin saber qué decir, mientras observaba las caras, mezcla de extrañeza y de burla, de decenas de alumnos que ocupaban el aula. Buscaba entonces en su cartera las fichas, los guiones que siempre acostumbraba a llevar, para seguir un orden o recordar un dato o una fecha, pero las fichas tampoco estaban. Echaba sobre la mesa papeles y más papeles que se referían a otras cuestiones ante las atentas miradas de los alumnos. Los comentarios adversos de estos comenzaban a subir de tono. Algunos muchachos se ponían de pié y hacían el gesto de marcharse. El sudor resbalaba por la cara, y por todo el cuerpo, del profesor y sentía que la angustia le atenazaba.
La congoja del sueño persistía cuando el profesor despertaba. Se levantaba entonces e iba a buscar su cartera de clase a su despacho.
Allí estaban las fichas sobre el tema. Podía seguir durmiendo tranquilo.
Dispuesto a evitar al menos esa segunda parte de levantarse y cerciorarse de que tenía las fichas, bien molesta a veces porque no siempre lograba conciliar de nuevo el sueño, decidió colocar en la cabecera de la cama un pequeño letrero que decía «estoy jubilado».
Pero ni por esas.

José Antonio Ayala
Chispas (101 microcuentos). 2005

2.784 – El asaltante

jose_antonio_ayala  Regresaba a su casa algo tarde, en las primeras horas de la madrugada. La ciudad aparecía silenciosa y solitaria. Cerca de su domicilio se cruzó con aquel hombre, de no mala apariencia. Este, pareció de pronto escudriñar atentamente toda la calle a sus espaldas, se le acercó y le dijo casi en un susurro:
-¡Cuidado! Hay alguien que le sigue a usted. Y tiene mala catadura… Por favor, no vuelva el rostro.
El otro no supo qué decir, o mejor balbuceó algo atemorizado que esperaba llegar a su casa a salvo, ya que no estaba muy lejos de ella.
-Si está tan cerca le acompaño -se ofreció su interlocutor-, con dos personas no se atreverá a un asalto.
Así lo hicieron, y cuando llegaron a la casa del primero, éste, por una elemental cortesía, le invitó a subir a su casa y a tomar una copa.
Una vez en el piso, el visitante sacó una navaja de grandes dimensiones y conminó al propietario a entregarle el dinero y las joyas que tenía. Al despedirse exclamó:
-Lo siento, pero no me gusta robar en plena calle, donde siempre puede acudir alguien o alertar a los vecinos con algún grito.

José Antonio Ayala
Chispas (101 microcuentos). 2005

1.943 – Desacuerdos

jose_antonio_ayala  Después del entierro de su mujer llamaron a la puerta. Se levantó perezosamente de su sillón y salió a abrir.
Allí estaba ella, que le espetó nada más verlo: -¿Puedo pasar?
-Pero ¿no te habías quedado en el cementerio? -respondió él.
-Sí, pero ya sabes, la catalepsia…
-¡Ah bueno! Lo siento.
-En vez de decir «lo siento» debías haber comprobado bien que no estaba muerta.
-¡Vaya! -pensó él-, de nuevo comenzaban los desacuerdos entre ambos.

José Antonio Ayala
Chispas. Editora Regional. Murcia.2005

1.922 – La extraña

jose_antonio_ayala  Cuando se despertó, la vio a su lado, todavía dormida, y le pareció una extraña. Se levantó a beber un vaso de agua y miró de reojo los dos o tres retratos que había por encima de las mesas. Allí estaba ella, con él, más joven, más guapa. Distinta. Nada que ver con su acompañante actual. Se vistió, procurando no hacer ruido, y antes de marcharse le dejó algún dinero encima de la mesilla de noche.

Jose Antonio Ayala
Chispas. Editora Regional. Murcia.2005

1.911 – Ruptura

jose_antonio_ayala  -¡Sinvergüenza! -me dijo.
Era un gran avance. Mi futuro suegro nunca me había dirigido la palabra hasta ese momento. Pero cuando entró en el salón de su casa y vio a su hija con la falda remangada casi por completo y con los dos pechos al aire, pensó lo peor y me lanzó el insulto antedicho. Yo, la verdad, no sabía lo que hacer ni lo que decir. No se me ocurría ninguna excusa, como que estaba revisándole un hematoma o algo parecido. Entonces dije lo primero que se me vino a la cabeza. Dije: «quiero a su hija y deseo casarme con ella y que sea mía».
Yo, en realidad, ni la quería ni la dejaba de querer, pero pensaba que le debía esta reparación aunque, al hacerla, hipotecara mi vida. Mi futura suegra, que entró en ese momento en la estancia, aprovechó la coyuntura y me dijo que contaba con su bendición si era formal y responsable con su hija. Pero, mi futuro suegro seguía sin apearse del burro. -¿Este formal y responsable? .dijo-. Éste lo que es es un indeseable.
Hubiera podido convencerlo; soy bastante persuasivo y la hija no tenía tantos pretendientes. Pero pensé en qué era lo que podía causarle más daño y creí que serían las recriminaciones de la madre y de la hija (no sé por cuanto tiempo) por no haberme cogido la palabra. Se imponía, pues, una ruptura sin paliativos.
-Es usted un hijo de puta que ha truncado mi futuro -dije-. Y salí orgullosamente de la casa para no volver más.

Jose Antonio Ayala
Chispas. Editora Regional. Murcia.2005

1.898 – El café con leche

jose_antonio_ayala  No sé bien si lo soñé o lo viví realmente: estaba tan tranquilo tomando un café con leche, cuando, según la expresión popular, se me fue por lo vedado. Me quedé sin respiración. Gruesas lágrimas resbalaban por mis mejillas. El sabor del café por un lado, de la leche por otro, me resultaban odiosos. El agua que conseguía tragar no aminoraba el regusto del café con leche. Pero, sobre todo, el enfisema que me aquejaba desde hacía tiempo me impedía expulsar el aire con fuerza, respirar siquiera un poco. Me asfixiaba. Me asfixié, frustrando así toda una carrera literaria que se me presentaba prometedora. Y todo por el maldito café con leche que ni me apetecía.

Jose Antonio Ayala
Chispas. Editora Regional. Murcia.2005

1.888 – Variedad

jose_antonio_ayala  Cuando se casó en segundas nupcias todos sus amigos pensaron que repetía el mismo tipo de mujer de la que acababa de divorciarse. Sin duda, los mecanismos inconscientes habían actuado de la misma manera que en la primera elección. Pero él lo negaba tajantemente y aducía que su esposa actual no era rubia como la primera.

José Antonio Ayala
Chispas. Editora Regional. Murcia.2005

1.876 – La tempestad

jose_antonio_ayala  Mi amigo Pedro y yo habíamos salido a dar un paseo en barca como hacíamos algunas tardes. Sin darnos cuenta nos fuimos alejando de la costa, aunque en una ocasión mi amigo, que apenas sabía nadar, me rogó que diésemos la vuelta pues el tiempo parecía empeorar. En efecto, el cielo se ensombreció con rapidez, comenzó a llover de pronto con bastante intensidad y las olas fueron aumentando de tamaño. Pronto la ligera barca experimentó los embates de las agresivas olas, fue remontada a la cresta de una de ellas y volcó. Yo pude reaccionar con presteza y conseguí cogerme a la quilla para salaguardarme del oleaje, pero Pedro cayó varios metros más allá y gritaba pidiéndome ayuda. Nadé hacia él remolcando la barca, alargué el brazo, y cuando creía que iba a darle la mano me desperté.
Al salir del sueño me encontraba bañado en sudor recordando las imágenes que acababa de sentir. Cuando me tranquilicé procuré borrarlas de mi mente y la primera reacción fue telefonear a casa de mi amigo. Se puso su madre que me dijo que estaba preocupada porque Pedro le había dicho que iba a dar un paseo en barca conmigo y tenía miedo de la tormenta que había. Supe de inmediato la peligrosa tarea que me esperaba: tenía que volver al sueño, salvar a mi amigo y luego salvarnos los dos de la borrasca. Sin muchos ánimos, me eché de nuevo a dormir.

Jose Antonio Ayala
Chispas. Editora Regional. Murcia.2005