2.929 – El sicario

raul brasca  Con inflexible rigor, su padre lo había echado de la casa cuando aún era un muchacho. Sin embargo ahora, pasados veinte años, quiso que volviera y mandó que le adelantaran dinero a cambio de un borroso servicio por cumplir.
Él volvió. Era temido y tenía fama de ser tan estricto con su palabra como inexorable en el trabajo. La noche convenida le señalaron a su víctima. Silencioso, se le acercó por atrás y amartilló el arma. El padre se dio vuelta. Sin el menor signo de turbación, los dos hombres se sostuvieron la mirada. Perdió el sicario: bajó los ojos y puso el revólver en la mano que el padre le extendía.
-Gasté el dinero -dijo-. Pero nunca he robado ni faltado a mi palabra.
-Y no va a ser por mí que lo hagas -dijo el padre y, tan inflexible como hacía veinte años, se llevó el revólver a la sien y disparó.

Raúl Brasca
Ciempies. Los microrelatos de Quimera. Montesinos 2005

2.928 – Erratas

antonio fernandez molina2  El corrector sentía que, dentro de la máquina, un duende malicioso se complacía en introducir errata tras errata. Donde debía decir «merecedora» aparecía mecedora; para «entretuve» le metía por las narices entre tubos; si se hablaba de Descartes, la sustitución por Ricarte parecía obligatoria. Él a veces pescaba la errata, y muchas veces no. Una tarde en que la lluvia de erratas parecía tan incontenible como una precipitación de meteoritos, en su desesperación metió la mano donde no debía y murió electrocutado. El periódico publicó al día siguiente una encomiosa nota necrológica, en la que se hablaba de su contradicción al trabajo y se lamentaba su imprevista definición.

Antonio Fernandez Molina
Ciempiés. Los microrelatos de quimera. Ed. Montesinos

2.927 – Historia mínima

javiertomeo  Aldea y páramo. Sol de ocaso. PADRE e HIJO están sentados en la linde del camino que conduce al cementerio. Sobre la tierra húmeda, los gusanos avanzan gracias a las contracciones de una capa muscular subcutánea.

HIJO. Padre.
PADRE. Dime.
HIJO. (Alargando el brazo y señalando el horizonte.) Mira aquel molino.
PADRE. ¿Dónde ves tú un molino? Hijo. Allí.
PADRE. Aquello no es un molino, hijo. Hijo. ¿Qué es, entonces?
PADRE. Un gigante.
HIJO. ¿Un gigante?
PADRE. No hay duda. Fíjate bien. Ahora está quieto, otean
do el paisaje. Pero dentro de un momento se pondrá a caminar y a cada zancada avanzará una legua.
HIJO. (Tras un intervalo de silencio.) Padre.
PADRE. Dime.
HIJO. (Con voz compungida.) Yo no veo que sea un gigante.
PADRE. Pues lo es.
HIJO. ¿Un gigante con puertas y ventanas? ¿Un gigante con tejas y aspas?
PADRE. Un gigante.
HIJO. (Tras una pausa.) Padre.
PADRE. Dime.
HIJO. Yo sólo veo un molino.
PADRE. ¿Cómo? ¿Un molino?
HIJO. Sí, un molino. El mismo de siempre.
PADRE. (Con voz grave.) Tomás.
HIJO. Qué.
PADRE. (Volviendo lentamente la cabeza y mirando en derechura a los ojos del hijo.) Me preocupas.

Silencio. PADRE e HIJO permanecen inmóviles, sin cambiar ya más palabras. Llega por fin la noche y la luna se enciende.

Javier Tomeo
Antología del microrelato español (1906-2011)
Ed. Cátedra – 2012

2.926 – Tú no eres quien yo espero

Hugo Araiza  Justo antes de que llegara a la ventana, Rapunzel sacudió su trenza hasta hacer caer al príncipe al vacío. Lo mismo sucedió con los siguientes pretendientes. La bruja se inflaba de orgullo por el comportamiento ejemplar de su protegida. Hasta que un día llegó una princesa.

Hugo López Araiza Bravo
http://1antologiademinificcion.blogspot.com.es/2011/04/hugo-lopez-araiza-bravo.html

2.924 – Prócer

Carmen Carrillo  Aquella mañana, Miguel Hidalgo y Costilla saludó al sol con su habitual semblante. No había nada particularmente distinto en esa ocasión, que ameritara un rostro más afable. Era un 15 de septiembre como cualquiera y la plaza estaba concurrida. Los transeúntes lo miraban al pasar —siempre con respeto— y preguntándose la razón de su ceño permanentemente fruncido. Ignoro si hace ciento noventa y ocho años Don Miguel tendría motivos para lucir esa cara, pero hoy sí, porque las palomas —haciendo caso omiso de su naturaleza de prócer— han cagado en su pétrea cabeza.

Carmen Carrillo

2.923 – Invención del Carnaval

ramon g de la serna  En aquel primer Carnaval del mundo, cuando aún no existían más seres humanos que los que componían la primera pareja, Adán sintió ganas de disfrazarse para dar broma a Eva, y tomando un pámpano, le abrió los dos agujeros de los ojos y lo convirtió en careta. Después envolvió su cuerpo en grandes hojas de tabaco y de esa guisa se dirigió a Eva.
Eva, un poco sorprendida ante aquella voz de falsete que le preguntaba con insistencia: «¿Quién soy?, ¿quién soy?», respondió:
—¡Pedro!

Ramón Gómez de la Serna
Disparates y otros caprichos

2.922 – El tiovivo

Ana_MariaMatute  El niño que no tenía perras gordas merodeaba por la feria con las manos en los bolsillos, buscando por el suelo. El niño que no tenía perras gordas no quería mirar al tiro al blanco, ni a la noria, ni, sobre todo, al tiovivo de los caballos amarillos, encarnados y verdes, ensartados en barras de oro. El niño que no tenía perras gordas, cuando miraba con el rabillo del ojo, decía:
«Eso es una tontería que no lleva a ninguna parte. Sólo da vueltas y vueltas, y no lleva a ninguna parte». Un día de lluvia, el niño encontró en el suelo una chapa redonda de hojalata; la mejor chapa de la mejor botella de cerveza que viera nunca. La chapa brillaba tanto que el niño la cogió y se fue corriendo al tiovivo, para comprar todas las vueltas. Y aunque llovía y el tiovivo estaba tapado con la lona, en silencio y quieto, subió en un caballo de oro, que tenía grandes alas. Y el tiovivo empezó a dar vueltas, vueltas, y la música se puso a dar gritos por entre la gente, como él no vio nunca. Pero aquel tiovivo era tan grande, tan grande, que nunca terminaba su vuelta, y los rostros de la feria, y los tolditos, y la lluvia, se alejaron de él. «Qué hermoso es no ir a ninguna parte», pensó el niño, que nunca estuvo tan alegre. Cuando el sol secó la tierra mojada, y el hombre levantó la lona, todo el mundo huyó, gritando. Y ningún niño quiso volver a montar en aquel tiovivo.

Ana María Matute
Antología del microrelato español (1906-2011)
Ed. Cátedra – 2012

2.921 – Ficha 342

max_aub2  Apellido del enfermo: Agrasot, Luisa.
Edad: 24 años. Natural de Veracruz, Ver.
Diagnóstico: Erupción cutánea de origen probablemente polibacilar.
Tratamiento: Dos millones de unidades de penicilina. Resultado: Nulo.
Observaciones: Caso único. Recalcitrante. Sin precedentes.
Desde el decimoquinto día me abrumó. El diagnóstico era clarísimo. Sin que cupiese duda alguna. Al fracasar la penicilina ensayé desesperadamente toda clase de otros remedios: no sabía por dónde salir. Me trajo de cabeza, de día y de noche, semanas y semanas, hasta que le administré una dosis de cianuro potásico. La paciencia -aun con los pacientes- tiene un límite.

Max Aub
Antología del microrelato español (1906-2011)
Ed. Cátedra – 2012

2.920 – Que las almas sepan en cada momento y ocasión a qué atenerse

  alberto_escudero  -Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida. Dime, hija; de qué te acusas.
-Prefiero confesarme por los Mandamientos.
-Muy bien. A ver: el Sexto Mandamiento. ¿Libro?
-Libro tercero; artículo ciento sesenta y tres.
-¿Sección quinta?
-Sí, Padre. Párrafo octavo: apartado segundo.
-Ay, hija; has vuelto a las andadas. ¿Cuántas veces?
-Pues casi todas las tardes, desde hace un mes.
-O sea, algo menos de treinta veces. Bien, has tenido suerte; afortunadamente estás dentro del apartado dieciséis y te aplica la reducción de la cláusula once.
-Tenía entendido que la cláusula once había sido invalidada en una resolución del concilio de Nimes.
-Efectivamente, pero como en el adéndum primero se hace mención expresa al subapartado dos, a la espera de un más claro pronunciamiento del sínodo, queda vigente todo el capítulo seis.
-Me asombra, Padre. Tiene usted una memoria prodigiosa.
-A ver, hija; son ya muchos años de práctica sacramental. Bueno, vamos con el libro cuarto, ¿Artículo?
-El treinta y cuatro, y me parece que el cincuenta y seis también.
-¿El cincuenta y seis? Por Dios, hija mía. ¿No será el párrafo dos?
-No, Padre; eso sí que no…
-El párrafo siete entonces, ¿eh, picaruela?
-Padre; me va a sacar usted los colores…

Alberto Escudero
https://albertescudero.wordpress.com
Antología del microrelato español (1906-2011)
Ed. Cátedra – 2012