3.571 – El pozo

  Hacía tres minutos que cavaba en la arena cuando el pozo le tragó la palita. Desconcertado, el chico miró a la madre. La mujer lo vio hundirse, corrió, alcanzó a tomarle las manos aterrada, y se hundió con él. Los otros bañistas aún no habían reaccionado y el pozo ya devoraba una sombrilla. Se miraron con estupor, vieron que ellos mismos convergían hacia allí, y por un instinto soterrado desde siempre que se acababa de revelar, intuyeron que no podían salvarse. Era tan natural como el ocaso: el mundo se revertía. Muchos trataron de huir, despacio, con la misma aprensión sin esperanza de los animales que buscan esconderse de la tormenta. Pero la arena se deslizaba más rápido y todos terminaron cayendo mansamente. A su turno, se derrumbaron en el pozo casas, ciudades, montañas. Del mismo modo que la mano invisible da vuelta la manga de una camisa, una fuerza poderosa arrastraba hacia dentro la piel del mundo poniéndolo del revés. Y cuando los últimos retazos desflecados de mares y tierras fueron engullidos, el pozo se consumió a sí mismo. No dejó siquiera un hueco fugaz en el espacio, tan sólo quedó el vacío, homogéneo y silencioso, la inapelable evidencia de que el mundo había sido el revés de la nada.

Raúl Brasca
A Cristina Fernández Barragán
In memoriam

3.105 – Triángulo criminal

raul brasca  Vayamos por partes, comisario: de los tres que estábamos en el boliche, usted, yo y el «occiso», como gusta llamarlo -todos muy borrachos, para qué lo vamos a negar- yo no soy el que escapó con el cuchillo chorreando sangre. Mi puñal está limpito como puede apreciar; y además estoy aquí sin que nadie haya tenido que traerme, ya que nunca me fui. El que huyó fue el «occiso» que, por la forma como corría, de muerto tiene bien poco. Y como él está vivo, queda claro que yo no lo maté. Al revés, si me atengo al ardor que siento aquí abajo, fue él quien me mató. Ahora bien, puesto que usted me está interrogando y yo, muerto como estoy, puedo responderle, tendrá que reconocer que el «occiso» no sólo me mató a mí, también lo mató a usted.

Raúl Brasca

3.071 – Edipo complejo

Raul_brasca  Aquel apuesto escritor se casó con una muchacha lesbiana para ocultar que era la amante de su madre. A continuación, disfrazado de marido infiel, fue el más promiscuo campeón sexual de la ciudad. Parecía la solución ideal, pero no resultó. Cada tanto, insatisfecho, sentía la necesidad imperiosa de hacerlo con su mujer y ella, que era una intuitiva, lo recibía con resignación, lo excitaba contándole lo que hacían con su madre, lo acariciaba como ella lo haría y le permitía dormirse con la cabeza entre sus pechos. Eso lo calmaba por un tiempo.

Raúl Brasca

2.964 – Yo siempre conmigo

Raul_brasca  Me abandoné a la placidez del sueño y, cuando regresé a la vigilia, me vi empapado y temblando de miedo. Me perdí detrás de una mujer y, cuando me di cuenta, estaba desnudo y sin un centavo. Me dejé flotar en el vaivén de las olas y, cuando volví en mí, me hacían respiración artificial.
Definitivamente, no puedo dejarme solo.

Raúl Brasca
Ciempies. Los microrelatos de Quimera. Montesinos 2005

2.929 – El sicario

raul brasca  Con inflexible rigor, su padre lo había echado de la casa cuando aún era un muchacho. Sin embargo ahora, pasados veinte años, quiso que volviera y mandó que le adelantaran dinero a cambio de un borroso servicio por cumplir.
Él volvió. Era temido y tenía fama de ser tan estricto con su palabra como inexorable en el trabajo. La noche convenida le señalaron a su víctima. Silencioso, se le acercó por atrás y amartilló el arma. El padre se dio vuelta. Sin el menor signo de turbación, los dos hombres se sostuvieron la mirada. Perdió el sicario: bajó los ojos y puso el revólver en la mano que el padre le extendía.
-Gasté el dinero -dijo-. Pero nunca he robado ni faltado a mi palabra.
-Y no va a ser por mí que lo hagas -dijo el padre y, tan inflexible como hacía veinte años, se llevó el revólver a la sien y disparó.

Raúl Brasca
Ciempies. Los microrelatos de Quimera. Montesinos 2005

2.815 – El sentido de la libertad

raul brasca  La noche en que, ya viejo, se apagó definitivamente su fuego sexual, Sócrates oyó que el bello Alcibíades murmuraba: «Al fin libre». No se ofendió. Comprendió que la realidad se había equivocado de persona, porque la frase le correspondía. Y tuvo razón: no bien sus labios se la apropiaron, la vulgar expresión de alivio se cargó de noble sentido, de agudeza, de profundidad moral y, lo más importante, de trascendencia.

Raúl Brasca
Después de troya.(Edición de Antonio Serrano Cueto). Menoscuarto Ediciones. 2015

1.995 – Perplejidad

Raul_brasca  La cierva pasta con sus crías. El león se arroja sobre la cierva, que logra huir. El cazador sorprende al león y a la cierva en su carrera y prepara el fusil. Piensa: si mato al león tendré un buen trofeo, pero si mato a la cierva tendré trofeo y podré comerme su exquisita pata a la cazadora.
De golpe, algo ha sobrecogido a la cierva. Piensa: si el león no me alcanza ¿volverá y se comerá a mis hijos? Precisamente el león está pensando: ¿para qué me canso con la madre cuando, sin ningún esfuerzo, podría comerme a las crías?
Cierva, león y cazador se han detenido simultáneamente. Desconcertados, se miran. No saben que, por una coincidencia sumamente improbable, participan de un instante de perplejidad universal. Peces suspendidos a media agua, aves quietas como colgadas del cielo, todo ser animado que habita sobre la Tierra duda sin atinar a hacer un movimiento.
Es el único, brevísimo hueco que se ha producido en la historia del mundo. Con el disparo del cazador se reanuda la vida.

Raúl Brasca
Por favor, sea breve. Ed. Páginas de espuma. 2001

Todo tiempo futuro fue peor

 Anoche se sobrepuso a las balas que lo acribillaron y huyó de la policía entre la multitud.
Se escondió en la copa de un árbol, se le rompió la rama y terminó ensartado en una verja de hierro. Se desprendió del hierro, se durmió en un basural y lo aprisionó una pala mecánica. La pala lo liberó, cayó sobre una cinta transportadora y lo aplastaron toneladas de basura. La cinta lo enfrentó a un horno, él no quiso entrar y empezó a retroceder.
Dejó la cinta y pasó a la pala, dejó la pala y fue al basural, dejó el basural y se ensartó en la verja, dejó la verja y se escondió en el árbol, dejó el árbol y buscó la policía.
Anoche puso el pecho a las balas que lo acribillaron y se derrumbó como cualquiera cuando lo llenan de plomo: completamente muerto.

 Raúl Brasca