2.939 – Cada cosa en su lugar

luisa-valenzuela22  Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de su pésima memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la obligación de hablar y hablar y hablar hasta agotarse porque al silencio no podía recordar dónde lo había metido.

Luisa Valenzuela
Ciempiés. Los microrelatos de quimera. Ed. Montesinos

2.938 – El joven pintor

juan ramon jimenez  -¿No tienes ya bastante dinero, hijo? ¡No pintes más, que ya has trabajado bastante!
Y la madre vieja besaba tiernamente a su hijo con besos blancos como sus canas dulces.
El hijo le decía: «No, madre, cuando yo tenía que ganar dinero para ti, pintaba sin pintar; ahora, ya holgados, es cuando pinto; y no dejaré nunca de hacerlo. Mi arte es como tu relijión. No se pinta ni se reza para ganar, sino cuando no se tiene qué comer; y aun entonces, si no hubiera que darle a una madre…».
-La relijión es otra cosa, hijo.
El hijo se fue a su cuarto; y en la oscuridad abierta al blanquecino jardín húmedo que olía a jazmines con relente, se echó negro y cerrado contra la cama blanca y calló, calló mucho sonriendo.

Juan Ramón Jiménez
Antología del microrelato español (1906-2011)
Ed. Cátedra – 2012

2.937 – La nueva hermenéutica puede dar al traste con todo

alberto_escudero  ABRAHAM: Heme aquí, Señor, en la tierra de Moriah, exactamente en el monte que indicaste. Está afilado el cuchillo escrupulosamente; apenas va el niño a enterarse.
ÁNGEL DE YAHVÉ (para sí): Cada día estoy más convencido: tiempos son éstos de fantasmagoría y superstición.
VOZ: Soy el Ángel de Yahvé. Detén tu mano, Abraham. Porque ahora he visto que en verdad temes a Dios, pues por mí no has perdonado a tu hijo, a tu unigénito.
ÁNGEL DE YAHVÉ (con los ojos como platos): ¿De quién es esa voz…? Oh, Señor; nadie me va a creer cuando cuente esto.
ABRAHAM: Así se hará, si ése es tu deseo; pero no sé si tiene mucho sentido habernos dado semejante caminata para esto.
VOZ: Mira a tu espalda.
ABRAHAM: Sólo veo montes por todos lados, y un carnero, con los cuernos enredados en la jara.
VOZ: Ofrécelo en sacrificio, aunque sólo sea para aprovechar el porte.
ABRAHAM: Ya puestos…
EL CARNERO (aparte): Dirán que es una pregunta improcedente, pero es muy normal cuestionarse los hechos que le van a costar a uno el pescuezo: ¿Es la ventriloquia una gracia divina o un arte demoníaco?
ÁNGEL DE YAHVÉ: Yo me voy de aquí; si le da a Dios por bajar se me va a caer la cara de vergüenza ajena.

Alberto Escudero
https://albertescudero.wordpress.com/

2.936 – Cualquiera podría haberlo hecho

fernando ainsa  Esta es la historia de cuatro personajes llamados Todos, Alguno, Cualquiera y Nadie que trabajaban en una Burocracia Ministerial. Había una tarea administrativa importante a realizar. Todos estaban seguros de que Alguien lo haría. Cualquiera podría haberlo hecho, pero Nadie lo hizo. Alguien se indignó porque era el trabajo de Todos, pero Nadie se dio cuenta de que no lo haría Cualquiera. Al final Todos protestaron a Alguno cuando Nadie hizo lo que Cualquiera podría haber hecho.

Fernando Aínsa
Ciempiés. Los microrelatos de quimera. Ed. Montesinos

2.935 – El que jadea

millas23  Descolgué el teléfono y escuché un jadeo venéreo al otro lado de la línea.
-¿Quién es? -pregunté.
-Yo soy el que jadea -respondió una voz neutra, quizá algo cansada.
Colgué, perplejo, y apareció mi mujer en la puerta del salón.
-¿Quién era?
-El que jadea -dije.
-Habérmelo pasado.
-¿Para qué?
-No sé, me da pena. Para que se aliviara un poco.
Continué leyendo el periódico y al poco volvió a sonar el aparato. Dejé que mi mujer se adelantara y sin despegar los ojos de las noticias de internacional, como si estuviera interesado en la alta política, la oí hablar con el psicópata.
-No te importe -decía-, resopla todo lo que quieras, hijo. A mí no me das miedo. Si la gente fuera como tú, el mundo iría mejor. Al fin y al cabo, no matas, no atracas, no desfalcas. Y encima le das a ganar unas pesetas a la Telefónica. Otra cosa es que jadearas a costa del receptor. La semana pasada telefoneó un jadeador desde Nueva York a cobro revertido. Le dije que a cobro revertido le jadeara a su madre, hasta ahí podíamos llegar. Por cierto, que Madrid ya no tiene nada que envidiar a las grandes capitales del mundo en cuestión de jadeadores. Tú mismo eres tan profesional como uno americano. Enhorabuena, hijo.
A continuación escuchó un poco sofocada dos o tres tandas de jadeos, y colgó con naturalidad. Yo intenté reprimirme, creo que cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero no pude. Me salió la bestia autoritaria que llevo dentro.
-No me parece muy edificante la conversación que has tenido con ese degenerado, la verdad.
Ella se asomó a la página de mi periódico y al ver las fotos de las amantes de Clinton por orden alfabético respondió que un lector de pornografía barata no era quién para meterse con un pobre jadeador que vivía con su madre paralítica, y cuyo único desahogo sexual era el jadeo telefónico.
Me mordí la lengua para no discutir, porque era sábado y quería empezar bien el fin de semana. Pero el domingo, mientras mi mujer estaba en misa, telefoneó de nuevo el jadeador y le mandé a la mierda.
-Se lo voy a contar a tu mujer -respondió en tono de amenaza-. Le voy a decir cómo tratas tú a la gente educada y te vas a enterar de lo que vale un peine.
-Tampoco es para ponerse así -dije dando marcha atrás, no tenía ganas de líos domésticos-. Es que me has cogido en un mal momento. Discúlpame.
-Está bien, está bien. ¿Y tu mujer?
-Se ha ido a misa.
-Dile que luego la llamo.
Me quedé un rato pensativo. Desde pequeño, siempre había deseado jadear por teléfono, pero mis padres decían que era una cosa de enfermos mentales. Me he perdido lo mejor de la vida por escrúpulos morales, o por prejuicios culturales, no sé. Pero al ver aquella relación tan sana entre mi mujer y el jadeador pensé que no podía ser malo. Así que marqué un número al azar y me puse a jadear como un loco, intentando recuperar los años perdidos.
-¿Quién es? -preguntó con cierta alarma una mujer cuya voz me resultó familiar.
-Soy el jadeador -dije con naturalidad.
-Espere, que le paso a mi marido.
El marido resultó ser mi padre, nos reconocimos enseguida: inconscientemente, había marcado su número. Me dijo que ya sabían los dos que acabaría así y colgó. Luego llamaron a mi mujer y le contaron todo. Ella dice que quiere abandonarme, por psicópata, y me ha pedido que le firme unos papeles.
-Jadear a tu propia madre. ¿Dónde se ha visto eso?
Nunca acierto, sobre todo cuando imito a los demás para ponerme al día. Total, que ahora ya no puedo dejar de jadear, pero de angustia, aunque mis padres creen que lo hago por vicio.

Juan José Millás
Cuentos de adúlteros desorientados. Ed. Lumen. 2003

2.934 – Juego inconcluso

Amelia Domínguez  Se encontraba desnuda en una inmensa pradera, tendida sobre el pasto. La rodeaban cientos de conejos que jugaban saltándole encima, hurgando en su piel con las naricillas, mordisqueándola como a hierba fresca.
Le gustaba que la acariciaran con el tibio pelaje y retozar con ellos hasta quedar exhausta.
Sin embargo, cuando más placentero le resultaba aquello, venía corriendo un hombre con un fuete en la mano y hacía huir a los conejos.
Giró hacia la derecha: al verlo a su lado como todos los días, sintió rabia y repulsión.

Amelia Domínguez Mendoza

2.933 – Efectos secundarios

Miguel A Hernandez Navarro  Con el lógico nerviosismo de la primera noche, el hijo del sepulturero ayudó a su padre a colocar la lápida de una tumba. Mientras sostenía el mármol, escuchó golpes y gritos en el interior del panteón. Miró a su padre con el rostro desencajado por el terror. Pero la voz de la experiencia logró tranquilizarlo. “No te preocupes. Es normal. Enseguida se les pasa”.

Miguel Ángel Hernández-Navarro
Antología del microrrelato español (1906-2011) . Ed. Cátedra

2.931 – El alma en los retratos

ana maria shua  Los nativos no permiten que se les tomen fotografías porque suponen que quien se adueña de su imagen tendrá también poder sobre su alma. Esto es rigurosamente cierto en relación con los negativos pero no se aplica a las copias.
Lo cierto es que la mayor parte de los fotógrafos no lo saben o no lo creen. Confiados en esa ignorancia, muchos nativos se dejan fotografiar por dinero. Sólo la primera vez es peligroso. Cuando un alma tiene varios dueños, sus órdenes (en caso de que las den) se contradicen y se anulan.
Esa contradicción interna es el origen de muchas gastritis, pero no causa ningún otro inconveniente.

Ana María Shua
Ciempies. Los microrelatos de Quimera. Montesinos 2005

2.930 – El falo mágico

marco_denevi  Psique, una púdica joven de dieciséis años, fue obligada por sus progenitores a casarse con Heros, un viejo impotente aunque muy rico. Para disimular su desfallecimiento de verga, Heros usaba un falo artificial que le había construido la maga Calipigia a cambio de una gruesa suma de dinero. Como la alcoba matrimonial, por orden del anciano, permanecía siempre a oscuras, Psique jamás se enteró del ardid. Parecía satisfecha y redoblaba con su esposo los transportes de la pasión. Cuando quedó embarazada, Heros debió tragarse la ira, pero no podía ocultar un semblante sombrío cada vez que lo felicitaban por su tardía paternidad. La maga Calipigia lo llevó a un aparte y le dijo: «¿Por qué pone esa cara?
¿Quiere que la gente murmure? Vamos, quítese de la cabeza la idea de que Psique lo ha engañado con otro hombre. Lo que ocurre es que el falo que le vendí posee, entre otras virtudes, la facultad de la procreación. No se lo dije antes de estar segura de que Psique era fértil. Ahora que lo sé se lo digo. Entre nosotros ¿no merezco alguna recompensa adicional?». Y lo miró con expresión severa. Heros recobró o hizo como que recobraba el buen ánimo y volvió a entregarle a Calipigia una considerable suma de dinero. Tan mágico era aquel falo que Psique tuvo siete hijos: dos morenos, dos rubios y tres pelirrojos.

Marco Denevi
Después de Troya. Ed. Menoscuarto – 2015