1.990 – Los dedos

millas23  Como hacía una mañana muy agradable, decidí ir a la oficina dando un paseo. Todo iba bien, si exceptuamos que al mover el pie derecho me parecía escuchar un ruido como de sonajero proveniente del dedo gordo de ese pie; daba la impresión de que algún objeto duro anduviera suelto en su interior golpeándose contra las paredes.
Cuando llegué al despacho me descalcé y comprobé que, en efecto, el sonido procedía del pie y no del zapato. Observé el dedo gordo desde todos los ángulos por si tuviera alguna grieta o ranura que permitiera asomarse a su interior, pero choqué con una envoltura hermética, repleta de callosidades y muy resistente a mis manipulaciones. Finalmente advertí que la uña actuaba como tapadera y que se podía quitar desplazándola hacia adelante, igual que la de los plumieres. De este modo, abrí el dedo y vi que estaba lleno de pequeños lápices de colores que se habían desordenado con el movimiento. Los coloqué como era debido y luego me entretuve con los otros dedos, cuyas tapaderas se quitaban con idéntica facilidad. En uno había un cuadernito con dibujos para colorear. En otro, un sacapuntas diminuto; en el siguiente, una reglita; por fin, en el más pequeño, encontré una goma de borrar del tamaño de un valium. Saqué el cuaderno y un lápiz para pintar, pero en ese momento se abrió la puerta del despacho y apareció mi jefe, que se puso pálido de envidia y salió dando gritos. La verdad es que yo no había tenido la precaución de colocar las uñas en su sitio y me pilló con todas las cajas de los dedos abiertas. Por taparlas con prisas me hice algunas heridas y me han traído al hospital. Ahora estoy deseando que me manden a casa para mirar con tranquilidad lo que tengo en los dedos del pie izquierdo, porque cuando lo muevo suenan como si hubiera canicas de cristal.

Juan José Millás
Articuentos completos. Ed. Seix barral. 2011

1.989 – Zapatos viejos

alejandra_d_o  La descubrió en el metro. En la línea 10 para ser preciso, cuando iba camino de ningún lugar. Ella, sin saberlo, le indicó el destino.
Era la mujer más hermosa que había contemplado jamás. Su cuerpo aparecía delicado, etéreo; apenas delineado por el contorno de su piel. Pálida, casi transparente. Hasta su nariz le llegó el dulce aroma que despedía su alma.
La escena parecía calcada del cuadro que venía soñando desde hacía una eternidad de insomnios. Se estremeció.
Tuvo cuatro estaciones para desearla. A través de los audífonos de su mp3, el *Urlicht* de Mahler se reproducía como la mejor banda sonora para tan célica epifanía.
«Es imposible criatura tan bella. No puede existir tal perfección», musitó en voz baja.
Y no se equivocó. Con gran disgusto, al bajar la mirada, observó sus zapatos. Eran de confección barata, y con tres puntos de mal gusto. Para su disgusto, el par de manoletinas gastadas delataban unas extremidades gibosas e inversamente desproporcionadas con el resto de su excelsa figura.
Mientras la seguía por los pasillos hacia la salida del suburbano, decidió que los pies serían lo primero que le iba a cortar…

Alejandra Díaz-Ortiz
No hay tres sin dos.Trama Editorial 2014

1.988 – A buenas horas.

2003 Sundance Film Festival - "Mondays in the Sun" - Portraits  Después de sesenta años de matrimonio le cambiaron a su mujer. Por una mucho más joven y bella, de pómulos marcados y desafiantes pechos bajo la ligera camisa de seda negra.
Anselmo pensó que la luz cenital de la cabina siete del tanatorio municipal favorecía a aquella señorita que, como por arte de magia, había aparecido rodeada de flores al levantarse la persiana, al otro lado de la mampara de metacrilato.
Y al instante se dio cuenta de que habían estado hechos el uno para el otro. Sonriente pese a las circunstancias, se adivinaba en ella a una persona bondadosa, amable; una de esas mujeres que pueden hacer de la vida un lugar.
Lejos de molestarse o reclamar, Anselmo rompió a llorar al verla. Como si no se hubiera dado cuenta del error, o quizá porque se había dado cuenta.
A buenas horas, alcanzó a decir en voz baja.
Y siguió llorando buena parte de la noche, desconsolado por lo que la vida, prestidigitadora cruel, le mostraba fugazmente para después negárselo: un recuerdo equivocado, un deseo concedido a otro.
Uno de esos goles fuera de tiempo, que suceden cuando ya te has ido del estadio.

Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013

1.987 – Homenaje a un poeta andaluz (a F.G.L.)

rafael perez estrada55  Después de la muerte del Poeta, el grito se sostuvo en el aire, y poco a poco fue cambiando su naturaleza de grito hasta convertirse en una nube terrible y amenazante. Y fue imposible hacerle descargar su furia y su odio. Se mantenía en lo alto como una masa de piedra que esperase la mano de un artista y el prodigioso esfuerzo de las palabras. Algunos aseguran que la nube llovió sangre durante treinta días, y no hubo alba, ni rosas, ni blanco en los jardines. Días ciertamente oscuros -dicen otros-, pues el espesor de aquel suceso impedía que la luna iluminase el perfil de tarjeta de la ciudad. El General, más optimista, apuntó desde el Palacio Arabe su batería de acero contra la nube intensa, y un chaparrón de esquirlas de mármol nunca visto granizó indivisible sobre las viejas cenizas de la ciudad del odio. Y como ningún milagro, ningún vuelo, ni siquiera la brisa, se sostienen durante mucho tiempo de pie sobre lo azul, el grito volvió a silbar entre alcaicerías y plazas del olvido, ya sólo como grito, como línea infinita o puntos suspensivos infinitos. Aún hoy, pasados muchos años, el grito cruza el Sur con su eco de balas.

Rafael Pérez Estrada

1.984 – Cajitas

JULIA OTXOA  Construyo cajitas de madera para enterrar los sueños rotos. Todos aquellos que quieren olvidar definitivamente lo que pudo haber sido y no fue, contratan mis servicios, me presento entonces en el lugar que me citan con una de mis cajitas, son todas iguales,de madera de pino sin pintar, sus medidas también son siempre las mismas 7 x 7 centímetros, me gusta el número siete, todo el mundo lo asocia con la sabiduría.
Una vez en el lugar de enterramiento, coloco la cajita abierta en el suelo y mi cliente relata en voz alta el sueño roto que quiere enterrar, para que éste pueda introducirse por entero en la cajita, luego le pongo la tapa, lo sello con siete clavos y la entierro. A partir de este momento mis clientes se sienten más aliviados, más ligeros sin el lastre del pesado recuerdo, hasta el punto que una vez un señor de Valladolid tras el rito de enterramiento echó a volar como un feliz pajarillo hacia su casa.

Julia Otxoa
Retrato de familia con fantasma. Ed. Menoscuarto,2013

1.983 – En el nombre del padre

raul ariza escritor 01  Le habían dado una habitación de una sola cama. Era la más cercana al retén de enfermería y la que, según supe cuando todo acabó, se reservaba para los casos desesperados. La primera vez que le visité mi padre no me vio. Dormía o, quizá, ensayaba su inminente muerte.
Se mostraba serio, consecuente con su mal genio. Había enflaquecido hasta no parecerse a sí mismo. Se le habían hundido las carnes pegándose a sus huesos y dejando casi al descubierto unos pómulos prominentes y una nariz mucho más encorvada de lo que yo le recordaba. La boca quedaba como un agujero sin bordes, apenas perfilado por la línea borrosa y ligeramente más oscura que formaban sus labios. Supongo que por culpa de la fiebre, lucía unas ojeras profundas y alguna que otra marca diseminada por el escuálido rostro, fruto de las póstulas propias de ese tipo de sífilis que le estaban tratando. Lucía una barba espesa, aunque no demasiado larga, que le ensombrecía el cuello y la garganta.
Las veces que le vi despierto me asombró el aparente dominio que todavía parecía tener sobre sí mismo. Por supuesto no pronunciaba palabra alguna, limitándose a asentir o a negar de forma soberbia con los ojos cuando quería contestarte si le preguntabas algo. Además me seguía con la mirada en todo momento. A veces, cuando me quedaba dormido en el sillón, su mirada, desafiante y cargada del mismo odio que mi hermana y yo sentíamos por él, me sorprendía escrutándome.
Desde la primera vez que le visité hasta que al fin murió, transcurrió poco más de una semana. Recuerdo que la primera vez que pregunté por él a las enfermeras, presentándome como un amigo de la familia, la que me acompañó a su habitación, joven y bien dispuesta, se compadeció del viejo diciéndome que hasta ese momento no había tenido ninguna visita. Me he enterado de que es viudo y con dos hijos. Me dijo. Cría cuervos, resolvió la conversación con una exclamación lastimosa.

Raúl Ariza
La suave piel de la anaconda. Ed. Talentura. 2012
http://elalmadifusa.blogspot.com.es/

1.982 – Escuela

Jaime Alberto Velez G.  Una rana que croaba una retahíla incomprensible llegó a despertar cierta curiosidad en la comarca. Al principio la rodearon con timidez algunos curiosos que, poco a poco, se aficionaron a aquella actividad, y terminaron luego por formar un grupo cerrado que reglamentó la asistencia de los curiosos. Para escuchar a aquella rana, los interesados debían someterse a una estricta y costosa preparación, dictada por el grupo de discípulos.
—Quien espera entender algo aquí —repetían a diario como lema—, debe prepararse para no entender nada.
Y de ahí, por tanto, el éxito de aquella reputada escuela.

Jaime Alberto Vélez G.
http://e-kuoreo.blogspot.com.es/2011/09/31-jaime-alberto-velez.html 

1.981 – Benicia, Justino y los mercados

javier Ximens  Sentado en el verraco de granito que se trajo su padre de Torralba de Oropesa y que hace las veces de poyete junto a la puerta de la casa, Justino ojea el periódico que está en el suelo. Pasa las páginas con el bastón. A esa distancia solo puede ver los santos y las letras gordas.
—Afirman los americanos que nuestros bancos, mercados y bonos son basura —informa a Benicia, que justo en ese momento monda patatas y recuerdos en la pila de lavar.
—En lo de los abonos quizás tengan razón —responde Benicia acordándose de las aceitunas—, que a mí el aceite no me sabe igual desde que fumigamos los olivos. Sin embargo, en el mercado de Talavera buenas hortalizas que hay. Y en lo de los bancos —señala con el cuchillo al granito— es porque no han visto donde estás sentado —dice socarrona.
—No, mujer, si se refieren a los dineros —aclara el lector de la prensa bastonada, pero Benicia apenas escucha pues está recordando a los americanos de La diligencia, que montados en el balcón del ayuntamiento disparaban a los indios que los perseguían desde la ventana de la botica.
Justino pasa a garrotazos las páginas de economía y fútbol y al llegar a las de anuncios por palabras las enumera en silencio.
—Estas son las que de verdad indican el estado del mercado: a más páginas, más miserias —asevera con voz labrada.
—¿Y América por dónde cae? ¿Por el alba? —pregunta Benicia, que una vez peladas las patatas (como si fueran cabelleras) se ha puesto a quitar las pequeñas picaduras con la punta del cuchillo.
—Por el ocaso —Y Justino señala con la garrota hacia la zahúrda.
—Me lo barruntaba —responde su mujer. Luego, coge las mondas y las lleva al cubo de la basura.

Javier Ximens
http://ximens-montesdetoledo.blogspot.com.es/2014/03/9-benicia-justino-y-los-mercados.html