3.639 – Raíces y costumbres

  Con los ahorros de toda una vida trabajando en Ámsterdam se construyeron una casa en su aldea de los Montes de Toledo. Cuando se jubilaron se fueron a vivir en ella y conservan una mezcla de costumbres. Él, vigilante, se sienta a la puerta en una silla de nea y toma el fresco. Ella, en la ventana, rememora la vida allí.

Javier Ximens
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3.564 – Ranoir

  A la charca de las ranas ya no acuden príncipes melancólicos y tímidos que añoran a una joven hermosa a la que alguna bruja maligna haya embrujado. Tampoco se acercan los empleados municipales a limpiar residuos atrapados por la belleza reflejada. A nadie le interesan ya ni príncipes ni barrenderos. Solo las estrellas y la luna siguen tremolando en la superficie. Sin embargo, las ranas están más felices. Ahora que pueden nadar sin tanto temor a ser besuqueadas, ni a quedar presas en las redes, se dedican a decorar con flores, bacterias, algas, hojas y ramitas —como cuadros impresionistas en lienzos de cielo espejeado— los sueños de los desempleados que deambulan por el parque, saben que en ellos está la esperanza, aunque ellas tengan que volver a esconderse.

Javier Ximens
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3.495 – Superabuelo

    De mi abuelo heredé su sombra. Mi abuelo tenía el don y la gracia. El don porque en su paladar se veía una Cruz de Caravaca. La gracia porque lloró en el vientre de su madre. Así que no le mordían los perros rabiosos y tenía poderes. Por ejemplo, cuando íbamos al colegio, al entrar en el andén del metro, él levantaba la mano y el tren se detenía. Al cruzar las calles se situaba de espaldas al semáforo, se concentraba y hacía que el rojo se apagara y se encendiera el verde. Por las tardes, después de comer dejaba de respirar media hora y yo aprovechaba para ver los dibujos animados. Un día que fuimos al cementerio observé que al entrar en el panteón familiar desaparecía su sombra. Me dijo que aquello no eran poderes, que era por el sol, pero que cuando se fuera con la abuela me la dejaría como recuerdo. Ahora el abuelo se ha ido y he comprendido que me tomaba el pelo con lo del metro, el semáforo y dejar de respirar, pero me cuesta mucho explicar, a los que se dan cuenta, el motivo por el cual tengo dos sombras.

Javier Ximens
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2.864 – La isla de las ondas perdidas *

javier Ximens  Hay en el cielo una isla de nube a la que llegan todas las ondas radiofónicas que no son escuchadas por nadie. Como las olas del mar que traen la arena, las ondas van dejando las conversaciones, la música e incluso las interferencias en su litoral de agua. Casi todas las tardes bajan a la playa de gotas unos angelitos a jugar con las palabras, las notas musicales y los ruidos. Los querubines construyen castillos de letras, con enes como almenas, oes de troneras, aes de puertas y eles de puentes levadizos. También escarban pequeños hoyos en la niebla, se cubren con oraciones y al levantarse dejan huecos por los que se filtra la luz divina que llega a los hombres. A los serafines les gusta recolectar notas para componer y cantar las alabanzas, recogen semifusas que se colocan como peines entre los rizos, se acercan claves de sol al oído y escuchan el sonido de los humanos. Algunos tronos que iban para diablillos cogen los ruidos y los hacen chocar entre sí, suenan como truenos en días despejados y los hombres alzan la vista hacia el cielo.
Solo cuando llegan llamadas de socorro les avergüenza bajar a jugar.

Javier Ximens
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*Participo en el concurso Esta noche te cuento  que, con motivo del Dia Mundial de la Radio, debía inspirarse en la radio.

2.759 – Cartas perdidas

javier_ximens  En Amalia, al sur de la Isla del Recuerdo, hay un lago de buzones formado por el fenómeno atmosférico conocido como Viento de la Guerra. En aquellos países azotados por este huracán, los buzones son arrancados de cuajo y transportados hasta esta isla donde se precipitan como lluvia de metal. En ocasiones se ven mujeres vestidas de blanco que caminan entre el agua de aluminio, dicen que vienen a buscar la carta que nunca les llegó.

Javier Ximens
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2.721 – El pez de Pedrito

javier Ximens  Desde hace quince días Pedrito madruga y se desplaza al malecón con una caña de pescar y un cuchillo. Sabe lo que quiere, de modo que si el pez que pica no es de color gris verdoso —con una mancha negra rodeada de una línea clara en el centro de cada uno de sus flancos—, lo arroja de nuevo al agua. Le contaron la historia en la catequesis y está seguro de que si a ellos les sirvió para encontrar la moneda de oro con la que pagar el tributo para entrar en el templo, él hallará la que necesita para que a su madre no le quiten el piso.
Está teniendo peor suerte, ya ha pescado más de una docena y ninguno contenía la moneda ni en la boca y ni en el interior. A ellos les salió con el primero. Empieza a dudar. Teme que —además— no pueda hacer la Primera Comunión.

Javier Ximens
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2.355 – Al loro con el DRAE

javier_ximens  Como escritor —si no tienes hijos— es muy importante estar al tanto de las últimas actualizaciones que realiza la Academia de la Lengua, te puede salvar la vida.
—¡Julio, ven! —oí que me llamaba la dama seca a la que recurro cuando no sé cerrar un relato.
—Voy —respondí, y como autor erudito seguí viendo el partido de fútbol a favor de los recortes presupuestarios en Cultura.
Se conoce que aburrida por la espera se entretuvo hojeando el diccionario que tengo en el atril del escritorio, como libro sagrado. Se marchó airada —hasta el extremo de guadañar el visillo de encajes que me regaló mi madre para que no me plagiaran los vecinos— y me dijo que la próxima vez volvería cuando estuviera dormido sobre el teclado.
Doblemente satisfecho —el Rayo Vallecano había goleado al torero José Tomás—, al finalizar la retransmisión me dirigí a mi mesa y observé qué había estado leyendo la mala mujer. Qué lista es, pensé, no se le escapa nada ni nadie.
El diccionario estaba abierto por esta locución:
«voy. 1. loc. exclm. coloq.: Respuesta de un hijo a la llamada de sus padres con el significado de «No me esperes»»

Javier Ximens
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2.327 – Gente de pena

javier xi  En invierno, todas las tardes el mismo dilema con las limosnas, si comprar un chusco de pan y algo de engaño o picón para el brasero.
Por las mañanas subo a Madrid siguiendo las recuas de mulas con carros que llevan el pan desde Vallecas. Si tengo suerte —y no me lo quitan antes los mayores—, un bache o tropiezo deja caer una hogaza que se rompe en mil pedazos y guardo algunos en mis bolsillos. Otros días, si no he podido pegar ojo por el frío, llevo un capacho para intentar recoger la carbonilla que pierde el pequeño tren que sube a los cuarteles de Atocha.
Al atardecer, en la puerta de la chabola, enciendo el brasero con trozos de madera y papel. Mientras se prende el carbón, hablo con los vecinos que se acercan a buscar mendrugos en cama de galgos. Luego, arrebujado con las faldas de la mesa camilla, me caliento el cuerpo y me entretengo con una radio.
Sin embargo, días como hoy que tengo tanto frío y el hambre me causa dolor tan fiero, lamento no haber muerto en el vientre de mi madre, allí, tibio y alimentado.

Javier Ximens
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2.319 – Sabor amarillo verdoso

javier_ximens  Descubierta la causa del anieblado paisaje cántabro que durante los últimos días ha ocultado buena parte del territorio, el gobierno autonómico está estudiando qué medidas tomar para recuperar el color verde. Es conocida la existencia de culturas que no permiten que se les fotografíe, aducen que pierden el alma. Como consecuencia de la campaña «a qué sabe Cantabria» por todas las ferias internacionales, ha sido tal la afluencia de japoneses que además de marcharse con la tripa llena de los sabrosos guisos, han agotado las memorias de sus cámaras con fotografías de las montañas, los valles y las playas, hasta el extremo de llevarse el alma del paisaje. En el aeropuerto de Santander se les ha pedido que eliminen la mitad de las imágenes, han accedido con su gran sonrisa amarilla pues saben que el sabor cántabro nunca se les podrá borrar de la memoria.
La sorpresa ha sido que levantada la niebla todo está en su sitio y color, salvo los pastos. Se sospecha que como fruto del efecto llamada de la calidad de la leche y los quesos, y aprovechando que nadie las veía, las vacas de los territorios adyacentes han entrado y pastado a sus anchas.

Javier Ximens
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2.284 – Función de noche

javier Ximens  Me he comprado unas gafas que detectan el calor del cuerpo humano y permiten ver en la oscuridad. Las llevaban unos soldados en una película moderna de esas que no entiendo. A mí las que me gustan son las que veía contigo, dados de la mano, en la última sesión de los sábados en el cine Coliseum, las mismas que luego volvieron a televisar presentadas por Carmen Sevilla. Por eso he pedido a nuestro nieto que me busque a buen precio una colección del cine español.
En estas largas vigilias de insomnio y soledad me siento como encerrado en una filmoteca donde reponen todos los recuerdos. A veces lloro, igual que con las torturas en «El crimen de Cuenca», por un delito del que no soy responsable: sobrevivirte. Mas ahora volveré a ver las películas en mi habitación, con la luz apagada, y me reiré hasta perder la dentadura. Además, las noches que sienta tu calor a mi lado me colocaré las gafas esas, te daré la mano y te veré como cuando estábamos en la penumbra del cine, aunque sea todo en verde.

Javier Ximens
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