No soportaba su voz. Ni sus canciones.
No le atraía su cara, ni su música, ni su traje. Le resultaba irritante la impertinente admiración de sus fans. Las luces engordaban su fama y el público pagaba sus facturas.
Era un gran fraude, y lo sentía. En lo personal, jamás habría pagado una entrada para asistir a su propio espectáculo. En cada función se sabía aún más patético que la noche anterior.
Pero ahí estaba, en mitad de su concierto, frente a una masa extasiada que amaba todo lo que a él le resultaba insoportable.
Bis. En el camerino, un cambio de ropa. Se miró de frente: no, no se gustaba nada.
¡Maldito espejo que jamás aprendió a aplaudir!…
Categoría: Cuentos
1.052 – Consecuencias
—Yo la abrazaré bien fuerte y me la llevaré conmigo —gritan todos como uno solo y arrojan por la borda la cera con que iban a sellarse los oídos.
El barco avanza, envuelto en la niebla, mientras la melodía abruma a sus hombres hasta que nada parece existir más que el canto maravilloso. Ulises, junto al palo mayor, impone sus órdenes, pone rumbo hacia la isla convencido del valor de su tripulación, de su fuerza de voluntad.
Mientras tanto, en Ítaca, el sudario de Laertes, por fin terminado, cubre los cuerpos desnudos de Penélope y uno de sus pretendientes.
Jesus Esnaola
1.051 – El pie izquierdo…
El pie izquierdo no me quiere hacer ni caso, está tan rígido que parece una pata de palo. Escucho sus voces, se están acercando por el pasillo. Los oigo reír. Me pregunto cómo puede reír ella con esa naturalidad, sin pensar en mi situación. Quiero creer que son los nervios del momento. Y yo sin controlar este pie que parece que no me pertenezca. Quizás si le pongo una zapatilla pase desapercibido y el marido no se dé cuenta de que estoy debajo de su cama.
Elena Casero
http://www.escriptorum54-adlibitum.blogspot.com/2011/12/uno-que-no-mande-rec.html
1.050 – Malditasprisas
Yo no hubiera querido nunca que pasara esto. Menuda vergüenza, qué dirán ahora todos. Sobre todo Felisa. La estoy viendo. No va a querer seguir con lo nuestro, y todo por una tontería, por los prontos que tiene uno.
Si es que estoy que no vivo con lo de la boda, venga boda para arriba, para abajo, elegir el menú, el traje, las invitaciones, menudo rollo. Uno no puede tener la cabeza en todo, creo yo. Las prisas nunca han sido buenas consejeras, lo decía mi madre, que en paz descanse. Si hubiera vivido, esto no habría pasado, se lo digo yo. Mira que acordarme la tarde antes de lo de los anillos. Me dice Elena, has recogido los anillos, y yo que me pongo blanco, primero, luego de todos los colores. Ya se te ha olvidado, eres un desastre. Que no mujer, intento disimular, que no, y trago saliva para no morirme atragantado.
Con una excusa cualquiera, salgo escopetado de la obra. Casi me caigo del andamio. Cojo el 43, luego el 52, el tráfico imposible, un atasco en la Castellana como quiera. Cinco minutos antes de las ocho gano la final de los 200 metros lisos. A las ocho en punto, estoy pulsando el timbre de la joyería. La dueña me mira de arriba abajo. Es verdad que voy despeinado por la carrera, sudoroso, que vengo aún con el mono de la obra, que debo tener cara de loco. me dice que no con el dedo. Me caso mañana, le grito, por favor, tiene usted los anillos dentro. Hace como si no me oyera y se da la vuelta para atender a una señora gorda a la que se le ha atascado una cadena en el cuello.
Aporreo la puerta. Dejo mi dedo pegado al timbre.
La dueña me mira con cara de susto, pero no abre.
Cojo un adoquín y rompo el cristal. Apenas consigo hacerme entender entre el ruido de la alarma, las voces de la señora gorda y los gritos de la dueña, pobre, empeñada en cargarme con todo tipo de joyas. Intento explicarle que no soy un ladrón, que sólo quiero mis dos anillos, que me caso mañana. No hay forma. Por fin, me los saca de detrás del mostrador.
Pago a pesar de las protestas de la dueña. Pero cuando me estoy dando la vuelta más contento que un ocho, la policía irrumpe en el local.
No hay forma de conseguir que me escuchen. A todo esto la señora gorda dice que soy un drogadicto y que es una vergüenza que gente como yo ande suelta. La dueña asiente. Las dos dicen que las amenacé con un adoquín. Yo intento explicar que no quiso soltar para no ensuciar el sueño. Me encuentran encima la navaja de la fruta.
Cualquiera le explica ahora a mi novia que a lo mejor la boda no puede ser mañana. Malditas prisas.
Pilar Galán
http://cenadellibro.blogspot.com/2008/04/cuento-cortito-de-pilar-galn.html
1.049 – Versión del fin del mundo
1.048 – Clamor de un caido
La lluvia lavó nuestros pecados. Todos y cada uno de ellos. Una pena. Antes, durante la sequía, todo era más divertido.
Daniel Frini
http://danielfrini2.blogspot.com/2010/08/clamor-de-un-caido.html
1.047 – La marioneta
Tras el accidente estrepitoso y fatal, la marioneta, que yacía inerte en mitad del asfalto, abrió los ojos y empezó a incorporarse con gran lentitud. Ya erguida, aunque en precario equilibrio, avanzó unos metros por la carretera, sorteando cadáveres, hasta alcanzar la mano muerta de su dueño, donde entrelazó cuidadosamente sus hilos de nylon. Acto seguido, cayó desvencijada al suelo, cerrando los ojos para siempre.
Javier Puche
http://puerta-falsa.blogspot.com/2009/02/la-marioneta.html
1.046 – Matrioskas
Grigori Aleksandrov, grumete de a bordo, hace sonar la bocina del acorazado Potemkin cuando está a punto de llegar al otro lado del plato. El buque casi choca contra un fideo, pero una cucharada baja el nivel de la sopa y el navío sortea el obstáculo. En la orilla asoman el cimborrio de una catedral gótica, las escaleras de Odesa y el ático de un rascacielos soviético. En el piso cincuenta y cuatro, Sergéi Mijáilovich Eisenstein, pensativo, saca el barco de papel del plato y continúa escribiendo el guión de la película.
Manuspada
1.045 – El hombre elefante
Me corté una oreja y salí de casa. En el ascensor coincidí con mi vecino y me preguntó qué había ocurrido. Le dije que fue un accidente, esquiando. El tipo del quiosco también se fijó. A él le expliqué lo del atraco a punta de navaja. Luego, en la cafetería, el camarero insistió. Se me cayó, respondí sin más. Al llegar a la oficina confesé que sufría un tumor maligno. Funcionó. Hasta ella dijo que lo sentía y me besó en la mejilla. Tenía una voz bonita, olía bien y era más guapa aún de cerca. Unos días después todo volvió a ser como antes. Ayer me corté la otra.
Agustín Martínez Valderrama
http://acusmartvald.blogspot.com/2011/04/el-hombre-elefante.html
1.044 – Sin falta
Mi primera novia, a los quince, fue Rosa, una jovencita frágil y delicada. Una pena que nuestro amor efímero se marchitara en un solo verano. Después, en la facultad, estuve con Remedios, estudiante de farmacia, con quien todo fue de maravilla hasta que descubrí su enfermiza hipocondría. Más tarde conocí a Bárbara, una erasmus de rasgos exóticos, con la que muy a mi pesar no congeniamos; parecía que habláramos idiomas distintos y pese a estar juntos todo un curso, jamás nos entendimos del todo. Tras el verano vino Inmaculada, con la que lo pasé muy bien hasta que empecé a frecuentar más de la cuenta su piso de soltera, aséptico hasta la náusea. Luego apareció en mi vida Nieves, la chica del pueblecito de montaña, de muy fácil convivencia, pero muy fría en la cama. Eso nos distanció. Con Ángeles, mi siguiente relación, fue peor porque jamás tuvimos sexo. Pilar fue mi apoyo tras la ruptura, pero se cansó de soportar siempre sola el peso de la pareja y acabó marchándose. Luego conocí a Clara, preciosa y transparente, pero decía las verdades a bocajarro, y su modo de hablar sin rodeos me ofendía con frecuencia. Con Paz, mi última novia, no hubo ningún problema, ninguna discusión. Seguramente por eso lo dejamos. Hace cuatro o cinco semanas conocí a Concepción. Nos casamos el mes que viene. Sin falta.
