1.050 – Malditasprisas

  Yo no hubiera querido nunca que pasara esto. Menuda vergüenza, qué dirán ahora todos. Sobre todo Felisa. La estoy viendo. No va a querer seguir con lo nuestro, y todo por una tontería, por los prontos que tiene uno.
Si es que estoy que no vivo con lo de la boda, venga boda para arriba, para abajo, elegir el menú, el traje, las invitaciones, menudo rollo. Uno no puede tener la cabeza en todo, creo yo. Las prisas nunca han sido buenas consejeras, lo decía mi madre, que en paz descanse. Si hubiera vivido, esto no habría pasado, se lo digo yo. Mira que acordarme la tarde antes de lo de los anillos. Me dice Elena, has recogido los anillos, y yo que me pongo blanco, primero, luego de todos los colores. Ya se te ha olvidado, eres un desastre. Que no mujer, intento disimular, que no, y trago saliva para no morirme atragantado.
Con una excusa cualquiera, salgo escopetado de la obra. Casi me caigo del andamio. Cojo el 43, luego el 52, el tráfico imposible, un atasco en la Castellana como quiera. Cinco minutos antes de las ocho gano la final de los 200 metros lisos. A las ocho en punto, estoy pulsando el timbre de la joyería. La dueña me mira de arriba abajo. Es verdad que voy despeinado por la carrera, sudoroso, que vengo aún con el mono de la obra, que debo tener cara de loco. me dice que no con el dedo. Me caso mañana, le grito, por favor, tiene usted los anillos dentro. Hace como si no me oyera y se da la vuelta para atender a una señora gorda a la que se le ha atascado una cadena en el cuello.
Aporreo la puerta. Dejo mi dedo pegado al timbre.
La dueña me mira con cara de susto, pero no abre.
Cojo un adoquín y rompo el cristal. Apenas consigo hacerme entender entre el ruido de la alarma, las voces de la señora gorda y los gritos de la dueña, pobre, empeñada en cargarme con todo tipo de joyas. Intento explicarle que no soy un ladrón, que sólo quiero mis dos anillos, que me caso mañana. No hay forma. Por fin, me los saca de detrás del mostrador.
Pago a pesar de las protestas de la dueña. Pero cuando me estoy dando la vuelta más contento que un ocho, la policía irrumpe en el local.
No hay forma de conseguir que me escuchen. A todo esto la señora gorda dice que soy un drogadicto y que es una vergüenza que gente como yo ande suelta. La dueña asiente. Las dos dicen que las amenacé con un adoquín. Yo intento explicar que no quiso soltar para no ensuciar el sueño. Me encuentran encima la navaja de la fruta.
Cualquiera le explica ahora a mi novia que a lo mejor la boda no puede ser mañana. Malditas prisas.

Pilar Galán
http://cenadellibro.blogspot.com/2008/04/cuento-cortito-de-pilar-galn.html

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