3.092 – Se traspasa

xenia   Mi madre fue, durante más de una década, la librera del barrio. Dicen que desfalleció una noche por vivir tantas historias ajenas. Husmeaba con esmero cada libro que llegaba a sus estantes, manoseando desgracias de muertes y amores como si fueran propias. Palpitando con ellas. Rezumando palabras advenedizas.
Cuentan en el vecindario que su negocio nunca dio más que para pagar las deudas, pero jamás lanzó un lamento que sirviera de argumento a mi padre para cerrarle el local. Ella leía de día y de noche en la soledad de aquel cuartucho, tal era su desmedida afición por las palabras. Hasta que un día, cansada de descifrar siempre los mismos finales imaginados, comenzó a arrancar las páginas más predecibles y reescribirlas. Descubrió con esta práctica la forma de descuartizar rutinas.
Desde entonces la recuerdo sobre el taburete de la librería deshojando desenlaces de novelas, mezclando tramas policíacas con surrealistas; confabulaciones románticas con giros de terror. Una noche, mientras destripaba su último ejemplar, desapareció. Desde entonces intenta mi padre traspasar el negocio, pero los libros continúan mezclando sus páginas huérfanas buscando finales imposibles y no conseguimos poner orden para atraer a ningún comprador.

Xenia García
http://www.xeniagarcia.com/

3.091 – Noche en el museo

francesc barbera  El grito de Munch alerta al vigilante del museo: el bodegón de Cézanne ha desaparecido. La Mona Lisa sonríe de forma enigmática, centrando las primeras sospechas. La maja desnuda, en cambio, parece no ocultar nada. Vulcano, despechado, acusa a la Venus de Botticelli, que a su vez señala al caballero, que, con la mano en el pecho, jura y perjura que es inocente. El pensador, taciturno, contempla la noche estrellada en busca de alguna pista. Ajenas a lo sucedido, las hilanderas continúan tejiendo al compás del tictac de los relojes blandos. Entretanto, Saturno disimula mientras sigue devorando a su hijo.

Francesc Barberá

3.090 – The canary murder case II

Julio Cortazar3  Es terrible, mi tía me invita a su cumpleaños, yo le compro un canario de regalo, llego y no hay nadie, mi almanaque de be estar defectuoso, al volver el canario canta a chorros en el tranvía, los pasajeros entran en amok, le saco boleto al animal para que lo respeten, al bajarme le doy con la jaula en la cabeza a una señora que se vuelve toda dientes, llego a casa bañado en alpiste, mi mujer se ha ido con un escribano, caigo rígido en el zaguán y aplasto al canario, los vecinos claman por la ambulancia y se lo llevan en una tablita, me quedo toda la noche tirado en el zaguán comiéndome el alpiste y oyendo el teléfono en la sala, debe ser mi tía que llama y llama para que no vaya a olvidarme de su cumpleaños, ella siempre cuenta con mi regalo, pobre tía.

Julio Cortázar
Último round

3.089 – Esperanza

jesus-esnaola  No sabría deciros por qué, de tantos recuerdos, justo me viene éste, de jugar a indios y vaqueros, de él haciendo de indio con mucho respeto y seriedad y muriendo abatido por mis tiros, mi dedo índice humeando, y los del primo Toni y del Babas, el compañero de pupitre. No sé por qué justo pienso en lo bien que se moría el condenado, doblándose sobre el estómago, cayendo de rodillas, retorcido, hasta quedar muerto y bien muerto sobre la hierba del parque, inmóvil hasta que nos acercábamos y lo sacudíamos de los hombros y resucitaba sonriente, borrándonos un poco la cara de susto.
No sabría deciros, pero seguramente por el recuerdo venido, me acerco al ataúd donde descansa sereno, con las manos cruzadas un poquito por debajo del pecho y me inclino sobre él, me acerco a su oído y le digo, ya está bien de hacer el indio, y lo sacudo de los hombros, hasta que me detiene su hijo, ¿pero estás loco viejo chocho?, y después me siento a esperar, aunque creo que no quieren que me quede, para ver la cara que ponen, los demás, cuando se levante.

Jesús Esnaola Moraza
Los años de la lluvia

3.088 – Lavado en caliente

Manu Espada (1)  Cuando me abandonaste tuve que aprender a hacerme la colada. Utilizaba un programa de agua caliente, y mis pantalones y jerseys encogían tanto que parecían de bebé. Un día me olvidé un billete de cincuenta euros. Después del centrifugado se convirtió en uno de cinco. El día que me dejé el móvil recogí un celular diminuto, del tamaño de un pulgar. En otra ocasión la lavadora convirtió un balón de reglamento en una canica insignificante. Decidí meter una novela. Cogí una al azar de la estantería: Parque Jurásico de Michael Crichton. Tras el programa de lavado salió el cuento del dinosaurio de Monterroso. Hoy me he metido yo dentro de la lavadora. Te escribo esta nota con el corazón encogido: Ya he superado lo nuestro.

Manu Espada
I Concurso de Microrrelatos LdN

3.087 – El agua, 7

EspidoFreireP  El ahogado apareció días más tarde, hinchado, azulado, tumefacto. Su madre lloró por él, le dio un buen tirón de orejas, le mandó a la cama sin cenar y le riñó severamente por escaparse de casa sin avisar y meterse en peleas.

Espido Freire
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.085 – Fe, esperanza y caridad

luciano_g_egido

         —¿Hay un cielo, Nancy?
         —No lo sé. Creo.
         —¿Crees en qué?
         —No lo sé. Pero creo.
                                       WILLIAM FAULKNER

Antes de trasladarlo a un pueblo de la provincia de Zamora, don Manuel Bueno, nuestro cura párroco, no creía en Dios; pero les hacía creer a sus feligreses que creía para no desesperarlos más de lo que estaban. Sus feligreses tampoco creían; pero le hacían ver que creían para que él creyera que lo necesitaban.

Luciano G. Egido
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.084 – La visita

jose jimenez lozano  La única que dio la mano al director general, cuando vino a ver las chabolas, fue la señora Margarita, que estaba recogiendo la colada para que el director general no viese allí ropa tendida. Pero, de repente, paró un coche y casi no la dio tiempo a nada, aunque ya tenía recogida toda la ropa menos dos o tres pañuelos precisamente, que uno estaba un poco deshilachado.
—¿Cómo está usted? —dijo el director general que se bajó del coche como una exhalación.
—¡Bien! ¿Y usted? —dijo ella.
—¡Bien! —dijo el director general.
—¡Pues me alegro! —contestó ella.
Y, luego ya, el director general se puso allí a mirar unos planos con los que venían con él y, mientras la gente se fue acercando, ya había acabado de mirar los planos y de echar las miradas que echó al terreno donde estaban las chabolas, y dijo:
—Ustedes tendrán casa. ¡Y pronto!
Y se montaron todos en el coche, y se fue. Así que todos se acercaron a la señora Margarita para preguntarla qué es lo que la había dicho el director general, y ella dijo:
—No, nada, sólo me dio la mano.
—¿Y cómo tenía la mano? —la preguntaron entonces.
—¡Pues fría, ya veis! ¡Y como el asperón!
Y no la querían creer.

José Jiménez Lozano
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.083 – Narrador

cesar_gavela  El novelista humilde Antonio Selmo subió la persiana, se sentó frente a la máquina de escribir, encendió un cigarrillo y miró por la ventana la plaza del comandante Toral, con su trajín de la gasolinera, las flores del parterre, la fuente bajo las acacias y una mujer que se perdía al fondo por la esquina de la calle del teólogo Peláez.
Muy poco después, todavía sin ponerse a escribir, Antonio Selmo notó que sobre su cuerpo descendía un gran pájaro transparente, como una gota gigantesca de lluvia que fue atravesando su mente y su vida hasta convertirlo en un hombre lejano y tenso, arrojado a las aguas del estupor.
Como algunas otras veces le había sucedido, Antonio Selmo creyó que se encontraba en los albores de un gran momento de creatividad que se traduciría en unas cuantas páginas felices, mecanografiadas con gran rapidez, en las que construiría un personaje, un diálogo, un capítulo o un tono.
Nunca hubiera podido imaginar que se estaba muriendo.

César Gavela
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012