2.997 – La verdad

Ruben-Abella-copia  Los periódicos dijeron que todo fue por una deuda atrasada, pero no es verdad. La verdad es que iban ya por el quinto aguardiente cuando Jonás mencionó que había estado en Las Rozas y que a la vuelta lo había cogido el atasco en Moncloa. Matías dejó el vaso vacío sobre la barra, hizo un gesto a Virgilio para que lo rellenara y dijo con sorna que a quién se le ocurría venir por ahí.
-¿Y por dónde quieres que venga? -replicó Jonás, irritado.
-Pues por la carretera de Castilla, que pareces bobo.
-Bobo lo parecerá tu madre, perdona.
-O la tuya, no te jode.
-No me busques, Matías, que me encuentras. Matías cogió el vaso lleno y dio un sorbo.
-¡Tonto del culo! -exclamó, y escupió en el suelo. Jonás se fue del bar con el rostro enrojecido. Regresó enseguida, blandiendo la escopeta de caza. A partir de ahí, lo que cuentan los periódicos es cierto.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010

2.907 – Servidumbre

Ruben Abella  A Rafael le gusta leer libros de historia en la cama, en la quietud de las horas huérfanas.
Esta noche ha empezado uno sobre el feudalismo. Le interesa de forma especial la injusta situación de los siervos, poseedores de nada, siempre subyugados a la voluntad de un señor al que no han elegido, obligados a pagar buena parte de su renta a los dueños del mundo.
-Pobre gente -musita.
Deja el libro en la mesilla y apaga la lámpara. Tendido boca arriba, apoya la vista en el techo y piensa en su jefe despótico, en la hipoteca, en los plazos de los electrodomésticos, en Hacienda, en su precariedad acuciante y sin salida.
-Pobre de mí -murmura.
-¿Qué? -dice Fedra.
-Nada, sigue durmiendo.
Y se gira sobre el costado. Y cierra los ojos. Y reza para que no tarde el sueño.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010

2.885 – Talgo

Ruben Abella  En realidad Ticiano iba a Córdoba, pero al ver a aquella mujer montando en el Talgo de Valladolid, supo que tenía que cambiar de destino. Compró el billete, cruzó corriendo el pasaje subterráneo y se subió al tren segundos antes de que partiera.
Avanzó por el pasillo resollando, apoyándose en los respaldos de los asientos. Colocó la maleta en el portaequipajes y, lanzando un sonoro suspiro, se sentó junto a la mujer. Ella lo miró con curiosidad. Sus ojos de azúcar corroboraron lo que él ya sabía: estaba a punto de conocer a su esposa.
O al menos eso es lo que a Ticiano, solterón octogenario y recalcitrante, le hubiera gustado contarle a sus nietos.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010

2.871 – El ardor

Ruben-Abella-copia  Nicolás hundió los labios en el cuello de Dulce María y, empujándola hacia un rincón del portal, intentó otra vez tocarle los pechos.
-¡Basta! -exclamó ella, apartándolo.
-¿Qué pasa? ¿Es que no me quieres?
-Claro que te quiero. Lo que pasa es que aquí puede vernos cualquiera.
-Pues vámonos a otro sitio
-No tenemos otro sitio.
-Hay una pensión aquí cerca.
-Ya te he dicho que de pensiones, nada. Y menos para nuestra primera vez. Eso es de pelanduscas. Además, yo no sé qué prisa te ha entrado.
-Vale, vale -dijo Nicolás, abrazándola.
Luego pensó: «No es justo». Y lo intentó de nuevo.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010

2.867 – Sacrificio

Ruben Abella  A pesar de que lo odiaba, Juan hizo todo lo que pudo por salvar a Pablo, su hermano gemelo. No pensó en sus diferencias mientras le agarraba la mano desde la orilla del río para evitar que se lo llevara la corriente. Tampoco tuvo en cuenta que en casa Pablo era el rey, el favorito, y que él, más alocado, menos dócil, lo único que recibía era desprecio. Todo eso se le pasó por la cabeza más tarde, cuando la policía encontró el cuerpo flotando entre los juncos, y los padres, apartando a los curiosos, corrieron hacia su hijo vivo y lo abrazaron como nunca antes lo habían hecho.
-Menos mal que tú estás bien, Pablo -dijeron, llorando.
-Pobre Juan -se lamentó Juan, y lloró con ellos.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010

2.831 – Apolonio

Ruben-Abella-copia  Carmen salió a abrir y era Apolonio.
-Ya sé que llego tarde, cariño. Me he liado en la oficina.
-Pero hombre, usted otra vez… -dijo Carmen apenada y, suspirando, lo dejó pasar.
Apolonio la besó en la mejilla y, mientras la puerta se cerraba, preguntó por los niños.
Quince minutos después, como siempre, vinieron por él los del psiquiátrico.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010

2.821 – El Viaducto (tres)

Ruben Abella  Óscar volvía a casa por las calles dormidas.
Al cruzar el Viaducto vio, en la acera opuesta, a una mujer sentada en la barandilla, preparándose para saltar.
Atravesó la calzada con sigilo, se colocó tras ella, lanzó una ojeada rápida a su alrededor y, viendo que no venía nadie, la empujó.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010

2.804 – Desplante

Ruben-Abella-copia  Landelino Ortega vio acercarse a Pepe Villa en pleno chaparrón, un minuto antes de que dieran las ocho. Con mucha calma, rodeó el mostrador de la mercería y fue a esperarlo a la puerta. Cuando lo tuvo enfrente, al otro lado del cristal, echó el tranco de golpe y se señaló el reloj con el dedo.
Pepe Villa se quitó el pelo empapado de la frente y, con ojos suplicantes, abrió en el aire un paraguas invisible. Landelino Ortega negó varias veces con la cabeza y observó con impavidez cómo su vecino se alejaba chorreando lluvia, encogido por el peso del aguacero.
Luego volvió al mostrador e hizo caja.
Se fue a casa preocupado. Si las ventas no mejoraban, iba a tener que cerrar el negocio.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010