Óscar volvía a casa por las calles dormidas.
Al cruzar el Viaducto vio, en la acera opuesta, a una mujer sentada en la barandilla, preparándose para saltar.
Atravesó la calzada con sigilo, se colocó tras ella, lanzó una ojeada rápida a su alrededor y, viendo que no venía nadie, la empujó.