Carmen salió a abrir y era Apolonio.
-Ya sé que llego tarde, cariño. Me he liado en la oficina.
-Pero hombre, usted otra vez… -dijo Carmen apenada y, suspirando, lo dejó pasar.
Apolonio la besó en la mejilla y, mientras la puerta se cerraba, preguntó por los niños.
Quince minutos después, como siempre, vinieron por él los del psiquiátrico.
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Los ojos de los peces. Cojonudo.