1.959 – Aviso de robo

Lilian Elphick3  Mi silencio ha sido robado.
La persona que lo encuentre, trátelo con cariño. No le grite, que se asusta. No lo maree con palabras inútiles.
Una vez que el silencio se haya acostumbrado, favor de clavarle el puñal bien adentro, en el centro de su total indiferencia.
Deje los restos en la calle. No faltará quien se los lleve.

Lilian Elphick
Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del vigía. 2010

1.957 – Naufragio

teresa servan2  Soy la rata que abandona tu cama en medio de la tormenta. Tú, mi capitán, observas cómo las olas arrastran nuestra historia, despedazándola contra el casco. Inmóvil, como el mástil de nuestro barco, intuyes que no volverás a verme. La tristeza en tus ojos pesa tanto que te arrastrará al fondo del océano para siempre.

Teresa Serván

1.955 – La hora de las hoces

javier Ximens  La tripa se me ha hinchado, al principio lo achaqué a las cervecitas que me tomaba en las largas jornadas sin trabajar. Se acabó el dinero, ya no bebo, pero la barriga se sigue inflando. Debe de ser contagioso pues a mis hijos les ocurre lo mismo. María, sin embargo, ha perdido muchos kilos, durante unos meses ha vuelto a estar joven, pero no se ha mantenido, ya apenas tiene pechos y se le notan las costillas.
Vuelven los tiempos de mesas camillas, braseros, cabrillas en las piernas, sabañones en las orejas, bufandas en casa, luces de diez vatios y Ustedes son formidables. Vuelven las raciones de pan con dedo, las sopas de gallina, el cuartillo de leche y el mañana se lo paga mi madre. Vuelven los dones, don Tal y don Cual, la misa del domingo, la confesión de nuestros pecados y el deme algo por caridad.
Después de unos meses de espera nos han dado hora para el médico de la Beneficencia. Lo que son las cosas, ni nos ha reconocido, ni diga treinta y tres, ni tosa, ni nada de nada. Nos ha entregado una estampita a cada uno —a mí de Escrivá de Balaguer, a María de la Virgen del Rocío, los niños miran con ansia una del Cordero Pascual—, y que les recemos tres veces al día, cada ocho horas, y que si no notamos mejoría nos acerquemos a Cáritas, que allí quizás puedan hacer algo por nosotros y que pase el siguiente.

Javier Ximens
http://ximens-montesdetoledo.blogspot.com.es/2014/05/la-hora-de-las-hoces.html

1.954 – Leones

alonso-Ibarrola2  Trataba de demostrar al empresario que su número circense era único en el mundo. Montó la jaula y encerró en la misma a cuatro enormes leones. Desde fuera entregó a uno de ellos un aro. Un león lo sostuvo con su pata derecha mientras que otro saltaba atravesándolo limpiamente. A otra señal del domador los leones jugaron al corro, erguidos sobre dos patas. Luego con una pelota dieron cabezadas. Lo hacían todo sincronizadamente, con gran maestría. El empresario no quedó muy convencido de la atracción. Le dejaban frío aquellas habilidades de los leones. «Parece como… como si usted les tuviera miedo… No se acerca a ellos, no arriesga nada… En dos palabras: no hay emoción». El domador, sorprendido y dolido por aquellas palabras, se introdujo resuelto en la jaula y profirió un rugido terrible. De un salto los cuatro leones, asustados, se encaramaron al techo de la jaula, y allí permanecieron varias horas. Hasta que no perdieron de vista al domador no se atrevieron a bajar…

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/

1.953 – La vanidad de los dioses

_JU17161  En la trasera de Alameda, casi esquina con Hidalgo, frente a la tapia larga del Taller de autos Galarza, donde garantizado te cambian la luna del parabrisas en sólo una hora, hay una tabernita que frecuentan los dioses. En ella se disputan la autoría de los animales, la noche y el viento, se prestan con vuelta sus libros sagrados, y se agarran a trompadas, ya borrachos.
Subidos a las mesas, alardean de su obra y comparan sus paraísos terrenales. Truenan vociferantes quién tiene más fieles y quién más ministros, a la gloria de cuál se levantan los templos más altos, pero también de quién abjuran los viejos con más frecuencia.
¡A mí me pintó Miguel Ángel!, grita uno de ellos haciendo callar a los otros, pero luego necesita ayuda para salir del retrete, ese cuyo pestillo nunca ha terminado de funcionar bien.
Hacen entonces milagros, multiplican los panes y la ensaladilla, y convierten el vino en vino mejor. Luego cantan abrazados y salvan con dificultad los dos escalones que llevan a la calle. A menudo prolongan la discusión en la puerta de la tabernita molestando a los vecinos, que les arrojan agua desde sus balcones para,ahuyentarlos. Y así, empapados pero satisfechos, regresan a sus casas por las calles desiertas de la ciudad, rodeados de la más terrible soledad.
Los dioses caminan en tales ocasiones sin prisa, porque saben que nadie les aguarda en ellas.

Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013

1.952 – 01100

alberto chimal  En los cabarets de la ciudad de los robots, los clientes beben aceite enriquecido, se conectan a redes eléctricas de voltajes exóticos y escuchan a los músicos y cantantes. Hay desde androides con formación operística hasta arañas rupestres que tocan cuatro guitarras a la vez. Y los repertorios también son muy variados: piezas de Kraftwerk y otros clásicos se alternan con las de cantautores actuales.
Pero el más curioso de todos estos artistas es Benito Punzón, quien cada noche aparece en el escenario, impecablemente vestido, y no utiliza ningún instrumento, ni siquiera su altavoz integrado. En cambio, zumba como planta eléctrica, martilla como antigua caja registradora, incluso imita el rascar de la piedra en las minas profundas: todos esos sonidos que para los robots son signos del pasado más remoto, de antes de la existencia del primer cerebro electrónico. La mayoría nunca los ha escuchado en otra parte pero todos se conmueven: alguno tiembla, otro arroja chispas que son como lágrimas.

Alberto Chimal

1.950 – El viaje

DAVID LAGMANOVICH  Si el lugar al que vamos estuviera cerca, si supiéramos cuál es el destino del viaje, si algún vocero autorizado aclarase cuál es su motivo, si los compañeros de viaje pronunciaran aunque solo fuera una palabra, si hubiera por lo menos algunos bancos para sentarse en esta barca que hace el viaje en medio de la noche, si el batelero no fuera una figura sombría oculta en sus vestiduras talares, tal vez podríamos disfrutar de este viaje que no sabemos cómo empezó, este viaje cuyo final no nos animamos a sospechar.

David Lagmanovich
Los cuatro elementos, Menoscuarto, Palencia, 2007