Han pasado diez años y diez kilos desde entonces. Agosto se reflejaba en todas las columnas y las cigarras hacían vibrar las hojas de los olivos. Aunque aparezco sola, el mundo entero estaba de vacaciones, nos rodeaban los autobuses y apenas había tiempo para contemplar nada. En la fotografía se respira una tranquilidad inexistente. A ambos lados los turistas esperaban para no interrumpir igual que hacíamos nosotros a cada paso, pero qué importaba. Estaba cumpliendo un sueño, conocer el lugar donde se había hablado el idioma que yo enseñaba. Disfrutaba simplemente estando allí, recordando el Ágora leído, cerrando los ojos para no ver el Partenón invadido de bárbaros. La mochila estaba llena de recuerdos, sobre todo hojas de laurel. Acabábamos de visitar Delfos y yo había formulado un deseo en cada piedra, sin prestar atención a quienes se quejaban del calor y la monotonía de las ruinas. Aún no había cumplido los treinta y sentía que me quedaban demasiadas cosas por hacer y que Grecia no era más que el principio de un largo viaje sin renuncias, sin escalas, soltando lastre. Ahora ya no enseño griego, y el viaje me devolvió a una Ítaca feliz, en la que acuno a mi hijo con cuentos sobre Delfos. He de decir que el oráculo atendió todas mis peticiones, eso sí, de la forma particular en que los dioses complacen a los humanos. No en vano, además de inmortales, son mucho más sabios y suelen reírse de nosotros. En definitiva, el hombre no es más que el sueño de una sombra.
Pilar Galán
Es un lujo levantarse cada día con uno de los cuentos que nos mandas. Y si encima va firmado por ti, las seis de la mañana y el café cargado se vuelven mucho más dulces.
Un beso y gracias, como siempre
Y tú, tan amable como siempre… Un abrazo
¡Me encanta esta mujer!