Todos los días abro el correo electrónico, esperanzada, con la misma ilusión con que años antes, muchos años antes, abría el buzón después del último verano.
Todos los días, invariablemente, busco tus mensajes en mis cuentas, hasta en las más antiguas, y rastreo tu nombre en las redes sociales, incluso en las adolescentes, donde sé que nada se te ha perdido.
Todos los días te tecleo en vano, mientras los buscadores no se cansan de decirme que no encuentran ningún resultado coincidente.
Has borrado tu rastro desde aquella noche después de nuestra enésima discusión.
A lo mejor has muerto.
A lo mejor esa es una buena razón para que no haya vuelto a saber de ti.
La pantalla, la muy puta, sigue insistiendo en que pruebe con otros nombres.
Categoría: Pilar Galán
1.693 – Las ansias
No, hombre, no, no lo llame usted ansiedad. Si será igual, no se lo discuto, que usted sabe más que yo, al menos de medicina. Estamos de acuerdo en lo de las palpitaciones, que el corazón parece que se me sale por la boca y me entra el ansia, pero no la ansiedad, ¿ve usted? El ansia es como que se te cierra el estómago, y te entran ganas de vomitar, y eso no se cura con pastillas.
Tiene usted razón, no duermo, no como, estoy eléctrico y salto como si me hubieran dado una coz en mis partes, pero no es enfermedad, no. Yo he aprendido a controlarme, a reconocer que soy más de anticipar, prever, es la palabra que andaba buscando, en la punta de la lengua lo tenía. Hombre prevenido vale por dos, ya dice el refrán. Yo soy de preparar la mochila del niño antes, de comprar los libros en junio, en cuanto tuve la lista en la mano, de dejar a todas mis novias antes de que se les ocurriera a ellas hacer lo mismo. Las muy putas.
Va por épocas. Ahora, en septiembre, lo noto más, no sé por qué. Las tardes tan cortas, esa luz que da pena verla, la vuelta al trabajo, lo que hemos discutido mi mujer y yo estas vacaciones…
Violento no soy, algo, lo justo, no sé, lo normal, como eléctrico, un pronto que me sube por la nuca, ya le he dicho.
No sea usted porfión, que no me voy a tomar las pastillas. Me da coraje de no hacerle caso, pero yo sé que a la larga me va a ir mejor, así que me voy a ir a preparar la cartera del crío, que empieza mañana, y luego se echa el tiempo encima. Y la mujer no se crea que arrima el hombro, no, que lo tengo que organizar yo todo. También haré un poco de deporte, correr, algo así, uno dos, uno dos, que me ha puesto usted nervioso y no voy a pegar ojo y entonces sí que estaré como una moto a las ocho, cuando despierte al crío, y vea a mi mujer, la gorda de los cojones, haciendo ruido con las magdalenas, una tras otra empapadas en el café, una pasta vomitiva, grasienta, como ella, y tenga que salir a escape, siempre tarde, y según vaya llegando entre la mierda de los conductores novatos y los viejos que van a diez por hora, mientras aprieto fuerte, cada vez más fuerte, la mano de mi hijo, y noto el pulso acelerado y la vena de la frente a punto de reventar, al próximo que me pregunte por las vacaciones, o diga: otra vez aquí, parece mentira, o qué pronto ha pasado el verano, lo abro en canal allí mismo y le saco las putas tripas por la boca.
Pilar Galán
Paraíso posible. De la Luna libros. 2012
Foto: www.elperiodicoextremadura.com
1.665 – Primera línea de playa
Desde la terraza del apartamento se ve solo un poquito de mar entre las torres de los hoteles. No importa, a la terraza no salen casi nunca, porque es enana y está abarrotada de colchonetas y cubos. Además, a partir de las nueve de la mañana, el sol cae a plomo sobre los baldosines sin toldos, un lujo, como el aire acondicionado no incluido en el alquiler. Se supone que la vida hay que hacerla en la playa, de ahí las incomodidades del piso, pero a las cuatro de la tarde el Mediterráneo es un caldo incluso para los pequeños, que nunca duermen siesta, aunque aquí, a pesar de los cuarenta grados, caen enseguida.
Aún son las ocho de la mañana y ya se ve el movimiento de las terrazas, los camiones de reparto, el rumor de las mangueras sobre el cemento que arde.
Mientras desayuna, hace mentalmente la lista de la compra, prepara el menú, y selecciona qué se pondrán hoy. Luego, recoge lo poco que se puede recoger y empieza a barrer la arena del pasillo, sorteando maletas y zapatos. Queda una hora para que se levanten todos y comience el desenfreno de tazas y turnos de ducha. No sabe qué hacer, porque, aunque ha traído libros, no hay sitio para la lectura, salvo la terraza, donde ha empezado a calentar hace ya rato. En el salón duermen los cuñados, y el baño y la cocina no tienen luz suficiente. Solo queda echarse a la calle y sentarse a tomar otro café hasta que la llamen.
En el portal se cruza con otra mujer que lleva un libro en la mano. Sonríe, porque intuye que ni siquiera es original en esta angustia de calor y agobio, en este sentimiento horrible de contar cuántos días faltan para que se terminen de una vez las malditas vacaciones.
Pilar Galán
Paraíso posible. De la Luna libros. 2012
1.336 – Reflexiones de un escritor después de una charla
En cuanto acabó la charla en el instituto, se dio cuenta de que tenía que actualizarse enseguida.
Había aprendido informática, mímica, expresión corporal, hasta había acudido a un taller de cuentacuentos para que le enseñaran a no aburrir a ese público tan exigente formado por alumnos de quince años.
Comprendió que no le había servido de nada cuando escuchó la pregunta que cambió su concepción de la oratoria.
– ¿Tardó usted mucho en escribir el libro de Patronio y los cuentos del Lucanor ese?
Más tarde, algo azorada, la profesora le explicaría entre disculpas que acababan de explicar en clase al infante don Juan Manuel.
Definitivamente tenía que reciclarse. Era durísimo hacer la competencia a los videojuegos, a Internet, al botellón. Pero era mucho más duro competir con un fósil.
Pilar Galán
Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012
1.301 – Claustrofobia histórica
Yo me enamoré del hijo de la Paqui sabiendo que era un pinta y que andaba todo el día por ahí como un perro sin dueño.
Entonces no sabía que la única persona a la que puedes cambiar eres tú misma y que de redentores y buenas cenas están las sepulturas llenas.
Entonces no sabía eso ni otras muchas cosas, como que la marcha atrás no funciona, y que te puedes quedar embarazada aunque lo hagas de pie contra la tapia del cementerio, diga lo que diga la Sole.
Ahora sé cambiar pañales, preparar biberones y poner los ojos en blanco cuando me preguntan por qué dejé de estudiar, como si la respuesta tuviera que ser evidente para todo el mundo. Ahora también sé que no tendría que haber dejado de estudiar nunca.
El hijo de la Paqui (de cuyo nombre no me da la real gana acordarme) no se salió del instituto, aunque le costó Dios y ayuda acabar el bachillerato. Se fugaba de casi todas las clases porque no aguantaba los espacios cerrados. Que le entraba el nervio y una de dos, o abría la ventana o se tiraba por ella. Para eso hubiera sido mejor que se hubiera puesto a trabajar, pero a ver en qué sitio iban a aguantarle la manía esa de las puertas abiertas.
Alguna noche, tuvimos que bajar la Paqui o yo a buscarlo al parque. Decía que dentro del piso se asfixiaba, que le faltaba el aire.
Un día le faltó tanto que ni su madre ni yo fuimos capaces de encontrarlo.
Recorrimos el pueblo entero, hasta que la Paqui dijo que ya no aguantaba más, que a su hijo le podían dar muchas y buenas, y que con su edad y sus dolencias, no podía encargarse de nosotros.
Después, me puso la mano en la barriga, yo creo que con pena, y me deseó suerte.
Desde esa noche vivo con mis padres.
Él volvió unos días más tarde. Que le perdonara. Que yo ya sabía de más que a veces la casa se le caía encima y que tenía que salir a donde fuera. Qué él no estaba hecho para estar encerrado entre cuatro paredes.
Pero yo no le perdoné. Faltaría más. También una tiene su orgullo.
Ahora creo que se ha matriculado en historia. Normal.
Un pinta como él tenía que acabar estudiando una carrera llena de nombres de calles.
Pilar Galán
Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012
1.217 – Todos los viernes
Para Carmina,a quien tanto me hubiera gustado parecerme.
Todos los viernes llego del instituto con un hambre feroz de patatas fritas. Voy todo el camino pensando en un plato enorme, repleto, puesto en el centro para acompañar la carne. Doraditas, grandotas y gordas como le gustan a mi hermano José María, pequeñas y crujientes, como yo las prefiero. Se me hace la boca agua al imaginarlas. Llevo desde las siete de la mañana sin comer y a las tres llego rabiosa. Mi madre lo sabe, y nos fríe muchas patatas para que empecemos con fuerza el fin de semana.
Todos los viernes, subo las escaleras, abro la puerta y me recibe el olor de las espinacas que he dejado cocidas por la mañana y los filetes que mi marido acaba de hacer para que los encuentre calientes. Y me doy cuenta de que por conductos, arterias o venas cuyo nombre se me escapa, aún viajan de la cabeza al corazón y de ahí al estómago, aquellos días mágicos en que el amor olía a aceite de oliva y la felicidad inundaba el rellano.
Pilar Galán
Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012
1.203 – Madrugadas I
Y por la noche, o de madrugada, que nunca ha estado muy claro de qué forma llamar a esas horas intempestivas, ella se levanta, como impulsada por un resorte, y descalza, ya sea invierno o verano, y a tientas, va cerrando o abriendo ventanas, subiendo o bajando sábanas sobre cuerpos dormidos, y echando o quitando algún edredón. Y luego, después de beberse un vaso de agua fresquita, ya no puede volver a dormirse, vete tú a saber por qué, pero en vez de filosofar, escribir, leer lo atrasado, o ver la tele, le da por hacer la comida del día siguiente, mientras musita con desesperación, una y otra vez, cago en la mar, hay que ver qué bien se vivía de hija.
Pilar Galán
Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012
1.175 – Preliminares
Cada mañana, me siento delante del ordenador y consulto los diarios digitales (que luego leeré en papel) y navego un poco al azar por varios blogs y páginas web de periodistas o políticos.
Luego, habiendo creado el ambiente triste que necesita todo buen cuento, preparada para la ficción y sabiendo ya lo que no quiero escribir, comienzo un documento nuevo.
Pilar Galán
Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012
1.148 – Personalidad múltiple
Supe que estaba perdida desde que abandoné la modestia. A cada uno le llega su hora y yo, que había despotricado siempre de los autocomplacientes y de los adoradores de su propio ombligo, me hallaba ahora, castigo de Dios, no solo en su misma situación sino en situaciones múltiples.
Sucedió una mañana, muy temprano, a la hora exacta de las teletiendas. Sin ganas de escribir, incurrí en el vicio nefando de teclear mi nombre en un buscador de Internet. Con comillas, sin comillas, completo o abreviado, el caso es que allí salían páginas y más páginas. No estaba mal como recordatorio (cuándo di yo esa charla) o como álbum de fotos para observar cómo me han tratado los años. Ojalá lo hubiera dejado ahí, pero el orgullo mata. Entre las entradas en las que figuraba mi nombre, he aquí que aparece una mujer homónima que se dedica a la cirugía, y otra que presenta telediarios, una firmante de manifiestos antitodo y otra bibliotecaria y así miles y miles de vidas posibles. Desde entonces no puedo dormir. Me levanto a cada instante para ver si les ha pasado algo a las otras o si siguen vivas.
Me preocupan dos en especial, una declarada en franca rebeldía por un juzgado de Móstoles (qué habrá hecho) y otra suscrita a un foro de sadomaso.
Así se me pasan las mañanas. Rebuscando libros de leyes por si consigo salvarme y huyendo de anuncios de látigos y tachuelas. Tengo la sensación de que hay cosas que me estoy perdiendo y de que en algún momento puedo acabar presentando las noticias vestida de cuero negro.
Estoy por ponerme en contacto con las otras, pero lo mismo me respondo yo y me da algo.
Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012
http://editorial-delalunalibros.com/paraiso-posible-pilar-galan-miguel-angel-mu%C3%B1oz
http://www.santiagoapostol.net/revista04/galan.html
1.141 – Hércules
Para mi padre, que me enseñó las letras que conforman el nombre de mi hijo.
De todos mis trabajos, el más arduo es llevar a mi hijo al colegio. No solo por lo mucho que le cuesta levantarse, o por la parsimonia con que desayuna, en un ritual sin prisa, guiado por Bob esponja o los Pitufos, o por lo enormemente difícil que resulta quitarle el pijama y vestirle, peinarle, atarle los cordones de los zapatos y conseguir que entienda que debe dejar de jugar. Lo más cansado, lo que me deja agotado y sin fuerzas es apretarle la mano, pequeña y calentita, que me tiende en cuanto salimos a la calle. Cabe en la mía, se ajusta como una pieza de Lego, y yo consumo casi todas las energías de la jornada en abarcarla, en abrazarla por entero tratando de contener, un poco cada día, la fuerza imparable que le hace crecer, la fuerza que se me resiste cada mañana y que acabará por arrebatármelo entre bandadas de adolescentes, que caminan sin padre al colegio, libres por fin del beso en la puerta, dejando atrás un rastro de semihéroes vencidos, con talones acribillados de flechas y túnicas ensangrentadas.
Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012
http://editorial-delalunalibros.com/paraiso-posible-pilar-galan-miguel-angel-mu%C3%B1oz
http://www.santiagoapostol.net/revista04/galan.html
Foto de Rufino Vivas (El Periódico Extremadura)