En su camino de regreso a casa, Eusebio recorrió otras muchas ficciones. Novelas respetadas por la crítica, guías de viaje ilustradas y manuales de autoayuda. Transitó por biografías no autorizadas de estrellas del pop, por historias basadas en hechos reales, con su probada capacidad para llegar al corazón de la gente, y hasta por un libro de poemas, donde se le hizo rimar con Armenio. Un lamentable error le llevó a las notas a pie de página de una importante novela contemporánea, de las que le costó mucho tiempo salir.
Cuando llegó a su cuento, Ángela había muerto ya.
Desde entonces la visitó cada tarde en el cementerio. Sentado junto a su lápida, Eusebio narraba para ella las extraordinarias aventuras que había vivido: la vez que ayudó a Sandokán a retornar a nado, con el costado herido, a la isla de Mompracem; sus correrías junto a los cosacos de Taras Bulba a orillas del Don, o aquella vez que, escapando de los nazis, cruzó a la carrera el frente en el norte de Italia, en dirección a las tropas aliadas. Prudentemente, evitó mencionar los buenos ratos vividos con Shanon en los capítulos más tórridos de Hotel Lujuria.
Fue allí también, junto a la tumba de su mujer, donde Eusebio juró quedarse en su cuento y cuidar de su memoria para siempre. Puede que fuera un cuento triste, pero era, a fin de cuentas, el suyo.
Categoría: Fernando León de Aranoa
2.942 – Sabio
Se despertó sabio, como otros se despiertan tarde, cansados, o con dolor en las articulaciones. Comprendió el orden natural de las cosas mientras se cepillaba los dientes, ante el espejo del cuarto de baño. No fue a trabajar, lo que consideró un síntoma de su recién adquirida sabiduría.
En el transcurso de un paseo por un parque próximo, cifró en veintitrés grados la inclinación del eje de rotación de la Tierra con respecto al plano por el que se desplaza, fue capaz de formular la fragante sensación de humedad que sentía en el rostro en la relación entre la cantidad de vapor de agua que contiene el aire y la que necesita para saturarse a esa misma temperatura, y por primera vez supo dar nombre a los diecisiete músculos de la cara que, tirando de aquí y de allá, articulaban su sonrisa.
Acarició la cabeza de un perro y entendió el desánimo de su mujer, su triste balance de alegrías y derrotas, el carácter progresivo y geométrico de sus decepciones. Dando patadas a una lata vacía comprendió la naturaleza irracional de su prolongado desencuentro con la vecina de arriba. Se entretuvo contemplando las piruetas de una joven patinadora rubia, y al momento se le apareció como un juego de niños el sentido de las revelaciones religiosas. Corrigió a San Agustín y anotó a Descartes, pero compró castañas en el pequeño puesto que, a la salida del parque, atiende un señor al que le falta una mano.
Supo, al fin, quién era. Comprendió la razón última de su presencia aquí, la necesidad de sus contadas aportaciones al orden de las cosas. Entendió su dimensión exacta como pieza, la magnitud del rompecabezas del que formaba parte, que completaba y al que daba sentido.
Su inesperada omnisciencia le permitió también calcular la velocidad adquirida por la locomotora diésel Burlington Zephyr de treinta toneladas de carga con motores de tracción eléctricos, en el momento exacto del impacto que acabó con su vida. Eligió la muerte, pero no sabremos nunca si fue por plenitud, o por tristeza.
Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013
2.886 – Perdido
Quería abandonar su relación con ella, pero no encontraba el camino. Cada vez que adivinaba una salida la bloqueaba un reproche, un silencio, una cuenta pendiente. La promesa de unos días en el campo, hecha a destiempo. O su propia conciencia, atravesada en el camino y en llamas, bloqueando el paso.
A veces eran simples recuerdos los que le impedían avanzar: fotografías desenfocadas, un jersey azul tejido a mano, viejas canciones de los ochenta grabadas en una casete. O el recuerdo de su olor, una tarde en el cine, como un muro infranqueable. Otras fue el roce perfecto de su piel, la sugerencia de sus pechos todavía firmes bajo la blusa, sus brazos como un refugio. Las más, una corriente profunda, difícil de vadear, en la que nos vemos reflejados y a solas, y eso nos asusta.
Se había perdido en ella. En sus callejones, en sus bifurcaciones, en sus rotondas mal señalizadas. Traspapelado para siempre en los archivos sin índice de su burocracia, deambulaba sin rumbo por la oscuridad de sus descampados, extraviado bajo la densa niebla.
Y se cruzó con otros. Con Clemente Marina, su novio de toda la vida. Con el bueno de Ismael Fuentes, con el que al parecer había mantenido una relación breve en el instituto. Con Ángel sin apellido aún, un becario joven, recién llegado a su departamento. Y con al menos otros dos tipos, cuyas caras no le sonaron. Allí seguían, perdidos también en ella. No pudo evitar preguntarse qué hacían allí. La muy hija de puta.
Parecía una mujer, pero era una trampa mortal: carretera de montaña con curvas, discoteca sin salidas de emergencia. Cuando se conocieron le pareció fácil, sin recodos, pero escondía en su interior un laberinto, un desierto sin sol ni estrellas; un colosal vertedero de brújulas, cubierto por las cenizas de todos los mapas.
Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013
2.866 – Los nombres
La configuración de nuestros rasgos, la sonrisa bobalicona, el pelo ralo… prefiguran un nombre.. Uno viene al mundo con las facciones inequívocas de un Alfredo, con el labio inferior grueso de los Simones o la expresión estupefacta de los Marcos.
Los Danis, tan rubios; los meticulosos Alejandros o las Isabeles, incapaces de matar una mosca: todos traemos preasignado un nombre. De la habilidad de nuestros padres dependerá que el que nos den coincida con el que en justicia nos corresponde.
Porque, ¿quién no ha llamado alguna vez Luis a un Alberto? ¿Quién no le dijo Pablo a un Ramón? No es nuestra memoria la que se equivoca en tales ocasiones: fueron sus padres al nombrarles.
La exacta correspondencia entre el nombre otorgado y el nombre que biológicamente traemos impreso garantizará una existencia feliz. Por el contrario, un desacuerdo entre esos dos niveles conducirá a una quiebra íntima, y dará como resultado una existencia desgraciada, infeliz.
Se sabe de un Jorge al que llamaron grandilocuentemente Hernando, y nunca fue nada en la vida. También de una Margarita a la que llamaron Luisa: fue desdichada en amores. Pero nunca nadie tuvo una existencia tan exacta, tan merecida, como la de un Juan al que llamaron Juan.
Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013
2.833 – El doble
En el país al que nos referimos aquí había un doble del Presidente, humorista muy popular, nacido en el humilde barrio de La Tampita, a las afueras de las afueras. El extraordinario parecido de sus rasgos físicos sólo era superado por la lealtad con la que el humorista reproducía sus gestos, el tono monocorde de su voz, su risa extemporánea y una forma de caminar característica.
Su repertorio de imitaciones incluía la célebre Inauguración del Pantano de La Grieta, su Tropezón el Día de la Pascua Militar ante la Tribuna de Personalidades o La vez que le sorprendieron saliendo de un conocido hotel del centro de la ciudad con la reina de la canción ligera Adela Galván, siendo esta última, por su naturaleza mundana, particularmente apreciada por sus seguidores.
El parecido entre los dos hombres era tal que, en cierta ocasión, habiendo sido recibido el artista en audiencia privada por el Presidente, llevó varias horas a los responsables de seguridad de Palacio discernir al término del encuentro cuál de los dos era el auténtico.
Cuando a los pocos meses, víctima de un mal repentino, murió el Presidente, sus asesores, temiendo perder privilegios, enviaron a buscar a su doble, que continuó gobernando hasta el final de la legislatura. Bajo su mandato el país vivió un período de gran bonanza económica, y, lo que es más importante, excepcional sentido del humor.
Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013
2.810 – La noticia
No podían matarle. Evitaba las emboscadas, devolvía la sangre con más sangre. Por cada uno de sus hombres que caía mataba a doce funcionarios públicos, y a cada detención le seguían más secuestros. Las canciones popularizaron su crueldad, los seriales daban su nombre a los malos.
Después de años sin poder terminar con el enemigo público número uno, los asesores del presidente se reunieron, buscaron soluciones.
Al día siguiente, todos los medios publicaron la noticia de su muerte en una emboscada. Las televisiones la airearon, se corrió por los mercados, por las plazas, por los parques.
Si la gente le creía muerto, calcularon, moriría.
Cuando reapareció, hasta las fuerzas policiales corrieron, espantadas. Ahora es peor, gritaban. Ha resucitado.
Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013
2.769 – Atractivo
Lo que hacía de ella una mujer atractiva era que tenía una risa a prueba de balas, un beso en la punta de la lengua y los bolsillos llenos de caricias, que repartía entre nosotros a dos manos.
Lo que hacía de ella una mujer atractiva era la marea creciente de su conversación y la arrogante disposición de sus huesos, siempre en pugna con su piel: esqueleto prodigioso, Santa Patrona de los Traumatólogos.
Lo que hacía de ella una mujer atractiva era su bendito peligro sin advertencias: epicentro y réplica de mi terremoto, curva de montaña sin señalizar. Su corazón era un paso a nivel sin barreras.
Lo que hacía de ella una mujer atractiva era que tenía una locomotora a punto de descarrilar en los ojos y un mar sereno en las manos. Que bailaba al caminar y, al soñar, dormía.
Pero lo más importante, lo que por encima de cualquier otra cosa hacía de ella una mujer atractiva, era que guardaba un extraordinario parecido consigo misma.
Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013
2.749 – Los que esperan
Bienaventurados los que esperan a que pase al fin su tren, sentados en un banco, contando las baldosas del andén, en la estación equivocada.
Bienaventurados los que esperan que ella vuelva, pese a todo. Los que esperan a que suene el teléfono, a que se abra la puerta, a que llegue la ansiada carta.
Y también los que esperan en los corredores encerados de los hospitales, ante las puertas de los quirófanos, en el umbral de los comedores sociales. Los que esperan ver su nombre en una lista en la pared, o a que se pronuncie el fatal diagnóstico.
Bienaventurados los que cuentan los días, las horas, los minutos. Los que esperan a que todo acabe, o que todo empiece.
Aguardan su turno, el momento que les pertenece. Aguardan la guinda, el gol en la prórroga, el cromo que completa el álbum. Y la caricia que les fue negada, el paraíso prometido a otros. Aguardan el final del cuento, lo que les deben, lo que se merecen: la parte mejor de la mejor parte.
Bienaventurados también los que nada esperan ya. Malgastaron sus ilusiones en la penumbra de la sala de espera de su adolescencia, planeando con detalle hermosos viajes que jamás emprendieron. Desde entonces habitan los mapas, los proyectos, los sueños: alerta siempre, listos para saltar la valla. Decididos a averiguar por sí mismos, de una vez por todas, a qué carajo saben las perdices.
Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013
2.725 – Simulacro
Poner en hora un reloj nos prepara para la muerte. Constituye un ensayo, un simulacro fiel de nuestro envejecimiento.
Porque, ¿quién no ha hecho girar alguna vez con rapidez sus bracitos desiguales sin experimentar de pronto el vértigo de las horas, un cansancio repentino en las rodillas, la tristeza irreparable de parecernos a nuestros padres primero, y después a nuestros abuelos? ¿Quién ha puesto alguna vez en hora su reloj sin sentir una súbita decrepitud, un rumor de entierros: la pavorosa visión de la muerte viniéndosenos encima sin delicadeza ni preámbulo, como el amor un verano, como el camión que se salta la mediana y nunca más?
Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013
2.718 – Los traficantes de flores
Traficaban con flores. En las puertas de los colegios vendían margaritas, y en los baños de las discotecas, caléndulas. Los nomeolvides los tengo muy buenos, decían a media voz en las calles del centro de la ciudad, al oído de los transeúntes. La policía decomisó un alijo de mimosas, el más grande incautado hasta la fecha en la Unión Europea. Patrulleras del instituto armado lo hallaron en los botes salvavidas de una embarcación de recreo, a cuarenta millas de la costa. Gregori Nicodeanu, ciudadano búlgaro, fue detenido en el aeropuerto de Barajas. Llevaba en un doble fondo de su maleta cinco kilos de azucenas.
Los padres empezaron a registrar las mochilas de sus hijos, colegiales aún, en busca de crisantemos. En los bolsillos del vaquero de Raúl he encontrado unos pétalos de rosa, le confiaba llorosa una madre a su amiga. Marta Menéndez le hizo jurar a su hijo adolescente que nunca más compraría claveles. Su padre, que si no fuera director de sucursal bancaria sería profeta, ya lo dijo un día: no me gustan nada los chicos esos con los que anda tu hijo.
Los pequeños camellos cayeron poco a poco, pero los grandes traficantes, como siempre, se fueron de rositas.
