3.063 – Grandes almacenes

Carmela Greciet  Mi madre me llevó a las rebajas y, después de unas horas siguiéndola, la perdí de vista en la sección Calzados. Pensé en ir al punto de Atención al Cliente, como tantas otras veces, Se ha perdido un niño…, por favor, pasen a recogerlo, pero me contuvo una nueva y liberadora sensación. Que me reclame ella —resonaba en mi cabeza, mientras deambulaba tocándolo todo por Electrónica, Música y Juguetes. A última hora, agotado, me senté en un sofá de la sección de Muebles y con el runrún de fondo de los anuncios de ofertas, me quedé dormido, que me reclame ella…
Aquí sigo. Los dependientes, que son muchos, me alimentan, y por las noches juego a la Play con los guardias jurados. Gano siempre.

Carmela Greciet
Mar de pirañas- Ed.Menoscuarto – 2012

3.062 – El vigilante

felipe_benitez_reyes  Que griten. Yo, como si fuese sordo. Que arañen sus elegantes forros de seda. A mí solo me pagan para que vigile esto, no para que cuide de ellos ni para que me quiten el sueño con sus gritos. ¿Que bebo demasiado? No sé qué harían ustedes en mi lugar. Aquí las noches son muy largas… Digo yo que deberían tener más cuidado de ellos, no traerlos aquí para que luego estén todo el tiempo gritando, como lobos, créanme. Ahora bien, que griten. Yo, como si fuese sordo. Pero si a alguno se le ocurre aparecer por aquí, lo desbarato y lo mando al infierno de una vez, para que le grite al demonio. Porque a mí que me dejen. Toda la noche, como les digo. Y tengo que beber para coger el sueño. Si no, ya me dirán. Si ellos están sufriendo, si están desesperados, que se aguanten un poco, ¿no? Nadie es feliz. Además, lo que les decía: tengan ustedes más cuidado. Porque luego me caen a mí, y ustedes no me pagan para eso, sino para cuidar los jardines y para ahuyentar a los gamberros, ¿no? ¿Qué culpa tengo yo de que los entierren vivos? Y, claro, ellos gritan.

Felipe Benítez Reyes
Mar de pirañas- Ed.Menoscuarto – 2012

3.061 – La salsa portuguesa

a_m_SHUA43  Un matrimonio mal avenido recibe invitados. Hay pollo con salsa portuguesa. La esposa le sirve la parte blanca al invitado y le ofrece salsa. El marido sospecha de su mujer. Con ridícula cortesía le ofrece salsa a la invitada. La esposa sospecha de su marido. Insiste en agregar salsa al plato del invitado. Los invitados sospechan fuertemente del pollo.

Ana María Shua
Ciempiés. Los microrelatos de Quimera. Ed. Montesinos. 2005

3.060 – La corrección en el lenguaje

millas23  Un chico y una chica muy jóvenes, de instituto, discutían acaloradamente en el metro. Me acerqué disimuladamente a ellos en el momento en el que la chica decía:
—¿Y por qué las mujeres tenemos que tomar somníferos en lugar de somníferas? Lo lógico es que hubiera somníferos para hombres y somníferas para mujeres.
—Eso es lo mismo que decir que los hombres deberíamos tomar aspirinos en lugar de aspirinas. Pues mira, yo me he pasado la vida tomando aspirinas y soy tan hombre como el que más.
—Ya está. Si no te sale el macho no te quedas contento. Naturalmente que los hombres deberíais tomar aspirinos. Yo, si algún día tengo hijos, les daré aspirinos, del mismo modo que a las hijas les administraré antibióticas cuando les haga falta.
—Y los chicos se sentarán en sillos en vez de en sillas, me imagino.
—Pues sí, se sentarán en sillos y dormirán en camos y comerán el sopo, no la sopa, con cucharos. Las cucharas son para las mujeres.
—Tú estás loca. Vete al psiquiatra.
—Y tú al psiquiatro.
El tren se detuvo, se bajaron y yo continué perplejo cinco estaciones más pensando que la chica llevaba razón. ¿Cómo era posible que una lengua tan sexuada como la nuestra cometiera unos fallos, o quizá unas fallas, de ese calibre? Todo el mundo, muy pendiente de que los niños no jueguen con muñecas ni las niñas con tanques, y sin embargo se obliga a las mujeres a viajar en el metro (en lugar de en la metra) y a los hombres a subir al tranvía (en lugar de al tranvío).
Angustiado por esta imperfección que acababa de descubrir en mi lengua materna (perdón, en mi lenguo materno), miré alrededor y vi a una chica leyendo un libro, lo que me pareció una perversión (debería leer una libra) y a un hombre rascándose la rodilla, cuando lo suyo es que se rascara el rodillo y así sucesivamente.
Llegué a casa (a caso en realidad) y le dije a mi mujer que todo estaba patas arriba. Cuando le expliqué por qué me miró de un modo raro y me pidió que hiciera unas tortillas para la cena.
—Unos tortillos, si no te importa —le respondí—, puesto que me voy a ocupar yo del asunto. Si quieres tortillas, las tendrás que hacer tú misma.
Por la noche, la oí hablar con su madre por teléfono (por teléfona, para decirlo con propiedad), y tuve la impresión de que me criticaba. Al día siguiente, se fue de casa, dejándome una nota en la que me pedía que no intentara localizarla. Le daba miedo («o mieda, por emplear tu lenguaje») vivir conmigo. La echo de menos, pero no podría estar con alguien que se expresara tan mal como ella. Así es la vida, o el vido, qué le vamos a hacer.

Juan José Millás
Articuentos completos. Ed. Seix barral. 2011

3.057 – Voluntades

leon_de_aranoa  Raúl Santos Garciátegui, oficial del ejército de Pancho Villa, recibió el encargo de elaborar una lista con las últimas voluntades expresadas por los condenados ante el pelotón de ejecución, instantes antes de morir. Su redacción final consigna entre paréntesis, después de cada petición, el número de veces que fue realizada, y constituye un variado muestrario de los caprichos, miedos y debilidades de la naturaleza humana, a saber:
Fumar un cigarrillo (132)
Tomar un último trago (204)
Ser escuchado en confesión por un sacerdote (78)
Ser ejecutado sentado (32)
Ser ejecutado de espaldas (17)
Rezar una oración (64)
Escuchar el himno nacional (12)
Cantar un corrido muy mentado (3)
Contemplar a una mujer desnuda (6)
Contemplar a una mujer (24)
Revelar un crimen cometido u otro acto vergonzante (8)
No recibir disparos en la cara (7)
Hacer llegar una misiva a esposa e hijos (41)
Hacer llegar una misiva a una mujer sin especificar (32, de los cuales 30 son coincidentes con los anteriores; no se extraen conclusiones)
Conocer los nombres de los soldados que componen el pelotón (9)
Estrechar sus manos (5)
Abrazarles uno a uno (3)
Bailar con el capitán al mando (1)
Dar él mismo las órdenes al pelotón de ejecución (1)

Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013

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3.056 – El misionero

alonso-ibarrola2-300x200  Toda la familia rodeaba al venerable misionero de barba blanca, recién llegado de las selvas africanas. Inquirían con avidez noticias del hijo que un buen día (hacía quince años) se fue «a salvar almas y a merecer la palma del martirio». Había muerto, ciertamente, pero en cama, aquejado de unas fiebres malignas. «¿Entonces no sufrió martirio?», preguntó ansiosamente su madre. El venerable misionero tuvo que explicarles que murió cristianamente rodeado de todos los suyos, de su mujer, de sus hijos… Antes de que nadie pudiera reaccionar les mostró una foto del ex-misionero («había perdido la vocación», explicó) con su esposa, una hermosa negra, de abultados y deformados labios, y sus hijos, cuatro simpáticos negritos… Consternada, toda la familia guardó un profundo silencio.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/