3.055 – Los enemigos

Ruben Abella  La enemistad entre Landelino Ortega y Pepe Villa echó a andar una lluviosa tarde de primavera, cuando el segundo quiso comprar un paraguas y el primero, con la excusa de que era la hora de cerrar, se negó a vendérselo. Pepe Villa no tardó en resarcirse del desplante, aparcando su coche en la plaza que, por tradición vecinal, Landelino Ortega tenía reservada frente a la mercería.
Había estallado la guerra.
Al principio no fueron más que desaires de vecinos mal avenidos, sin víctimas ni consecuencias de peso. Pero con el tiempo la mera discordia se les fue de las manos y se convirtió en inquina. Pepe Villa compartía su ático con tres gatos mestizos que entraban y salían a través de la terraza. Un día los halló muertos entre espumarajos en la alfombra del recibidor, y no tuvo dudas sobre quién los había envenenado. En represalia, llamó a Hacienda e hizo caer sobre Landelino Ortega una inspección por sorpresa que lo dejó al borde de la ruina.
Así se colmó el vaso.
No se sabe a quién de los dos se le ocurrió la idea de batirse en duelo. Lo que sí se sabe es que una madrugada de septiembre se dieron cita en la Casa de Campo, junto al puente de la Culebra, sin testigos y armados con unas viejas pistolas Astra. Había tan poca luz que apenas podían distinguirse el uno al otro. Dispararon casi a ciegas y, sobresaltados por el eco de las descargas, se desplomaron creyéndose muertos.
Benigno los halló tumbados en la hierba, entumecidos pero ilesos.
—A ver si aprenden a arreglar sus diferencias jugando al dominó, que ya no tienen edad para hacer idioteces —les dijo, camino de la comisaría.
Desde entonces no han vuelto a atacarse.
Pero cualquiera que los conozca un poco sabe bien que esto no es la paz, sino sólo una tregua.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010

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3.054 – Los libros

fabian_vique2  Tengo un libro titulado El reino de los réprobos. Tengo otro que se llama Relatos. Tengo uno de tapa verde: Respiración artificial. Y uno francés: Robespierre. Todos los libros que tengo empiezan con erre. Todavía no leí ninguno. Compré algunos en la avenida Corrientes y otros en la Feria del Libro.
Un día los voy a leer; y después los voy a vender. ¿Para qué los quiero si ya los leí? Además, ¿quién va a notar que los usé? Es posible que los compradores no los lean. El otro día un tipo dijo por la radio que se venden libros pero que mucha gente los compra y no los lee. Lo dijo en un tono despectivo, subrayando el «pero» y el «no los lee».
Yo no estoy de acuerdo con él. A mí me parece bien que la gente compre libros y no los lea. Así los escritores ganan plata y pueden comer, y la gente puede ocupar su tiempo en cosas más importantes.
Yo creo que con los libros va a pasar algo parecido a lo que ocurrió con las cacerolas de los incas. Las cacerolas fueron hechas por los incas para calentar la sopa. Sin embargo, hoy están en el British Museum para que los turistas les saquen fotos. Por eso yo digo: si nadie se queja de que los peruanos no calienten la sopa en la cacerola de los incas, ¿por qué se quejan de que la gente no lea los libros que compra?

Fabián Vique
Ciempiés. Los microrelatos de Quimera. Ed. Montesinos. 2005

3.053 – Juegos de palabras

millas23  Astenia primaveral y tarjeta de visita son dos expresiones hechas y, en esa medida, algo vacías. En cambio, si las cruzamos obtenemos astenia de visita y tarjeta primaveral.
—Pero astenia de visita no quiere decir nada. Y tarjeta primaveral tampoco.
—Pero están llenas de algo.
—No lo entiendo.
—De acuerdo, probemos con resplandor glacial, que se utiliza mucho para describir la luz de la Luna, y paraíso fiscal, que sale todos los días en la prensa. Cruzándolas adecuadamente dan paraíso glacial y resplandor fiscal.
—Eso ya va teniendo más significado. Puedo imaginar un cielo del tamaño de un congelador, con un dios de hielo sentado sobre un paquete de delicias Findus. También puedo concebir un titular de periódico como este: «Hallado un resplandor fiscal en un paraíso glacial».
—O sea, que vamos entendiéndonos. Crucemos ahora aire indolente con choque emocional, que arrojan el siguiente resultado: aire emocional y choque indolente.
—Yo tuve un amigo que tenía un aire emocional.
—¿Y has tenido noticia de algún choque indolente?
—Pues también, la verdad. Un día, me embistió un coche de ese modo, como sin ganas, en plan perezoso. Sin embargo, me practicó un siniestro total.
—¿Un siniestro total a causa de un choque indolente?
—Lo que te digo.
—Prueba a cruzar las dos expresiones, a ver qué sale.
Siniestro indolente y choque total. —¿Qué te parece la nueva combinación?
—Bien, fue eso más o menos.
Hay quien cruza un mastín con un bulldog y se asombra del resultado. Pero las palabras también tienen una capacidad reproductora increíble. Mezclen Alvarez Cascos con Miguel Angel Rodríguez y verán cómo les sale López Amor. Por eso han corrido los tres la misma suerte.

Juan José Millás
Articuentos completos. Ed. Seix barral. 2011

3.050 – Insomnio

alejandra_d_o  La noche pesaba. Hacía calor y no podía dormir. Juani miraba a su marido roncar, tan relajado y entregado a los brazos de Morfeo, mientras ella sentía unas inmensas ganas de asfixiarlo.
Aquella tarde había hecho lo que no se debe hacer: rebuscar en su uniforme de trabajo. Y quien busca, encuéntra. En sus manos tenía la prueba del engaño: dos condones y un papelito con el número de teléfono de Jessica, la nueva compañera de trabajo de Eliseo, su hombre.
-Eliseo… Eliseo… ¡Despierta!
-Mmmm… ¿qué te pasa? -respondió entre sueños.
-Eres mi insomnio.
-¡¿Tu qué?! -se incorporó sorprendido de la cama.
-Mi insomnio -respondió Juani con voz entrecortada a punto de llorar.
-¿De qué hablas, mujer?… ¡Pero si son las cinco de la mañana!
Juani extendió la mano con la cartera, los condones y el papelito:
-¿Qué es esto?
Eliseo miró a su mujer con ganas de asfixiarla; resoplando, se volvió a meter a la cama. Y antes de darle la espalda, le respondió:
-Es la cartera de tu hermano. Y la próxima vez que rebusques, fíjate bien en qué pantalones metes la mano… El muy cabrón, ¡tirándose a la Jessi!…

Alejandra Díaz Ortiz
Cuentos Chinos. Trama Editorial

3.049 – Agujas

federico fuertes guzman5  Hace ocho años que cambiamos de la peseta al euro, me dice mi madre y yo pienso que somos viejos, que el tiempo vuela y que esto se acabará antes de que nos demos cuenta.
Hace cuatro meses que murió tu esposa, dice mi compañero de pádel y yo pienso que el tiempo se arrastra con velocidad de caracol y que la vida puede resultar infinita.
El tiempo vivaz y corto se enfrenta ante nuestras narices al tiempo lento y pegajoso. No conozco los motivos. Sólo se que si miro un reloj veo tres agujas que necesitan dar sesenta pasos para llegar a su destino. Las tres son diferentes: una se arrastra, la otra camina, la tercera vuela. ¿Estará en ellas encerrado el misterio?

Federico Fuertes Guzmán
Los 400 golpes. E.D.A. Libros. 2008

3.048 – Cuestión de letras

Carolina Castro Padilla  “Juliancito está destinado a las letras desde antes de nacer”, así decía su padre al verlo jugar con los cubos de madera que lucían en sus caras letras grabadas en brillantes colores. “Cuando vaya a la escuela, sabrá ya el alfabeto”, predecía el señor mientras el niño acomodaba una a una sus letritas formando a capricho largas palabras impronunciables.
“¿Qué dice el futuro genio de la lengua?”, lo saludaba cuando Julián metido entre sus libros estudiaba en la Universidad.
“Ahora sí hijo, ¡a escribir se ha dicho!”, afirmó satisfecho al verlo regresar del extranjero con un doctorado en Letras Hispánicas.
“Mi hijo publicará muy pronto su primer libro”, comentaba el anciano a sus amigos. “Está realizando una obra que asombrará al mundo”, agregaba en voz baja para contener su entusiasmo y no revelar el proyecto que realizaba el ya doctor don Julián desde hacía varios años encerrado en su biblioteca, en donde estaba concentrado su sueño: emplear la tecnología para obtener la obra perfecta, la única, aquella que sería el compendio, o la síntesis del genio creativo en la literatura; para esto, escribía sin descanso frente a un modelo especial de computadora al que alimentaba con todo cuanto consignaba la Historia de la Literatura Universal. Hacía tiempo que había llegado a los autores contemporáneos, pero en ellos se había estancado al no poder saciar su prurito por obtener las últimas publicaciones y seleccionar aquellas que debía asimilar su aparato mágico. Esto lo hizo caer en un estado enfermizo del que vino a rescatarle el “¡Basta ya!”, enérgico y cortante, gritado por su padre para despertarlo de su sueño. Ambos se miraron y un suspiro contenido por años, puso punto final a la búsqueda de un don Julián ya envejecido, haciéndolo aceptar que había llegado el momento de ver nacer la obra maestra de su vida. El temblor en sus manos, golpeaba la ya cansada ansiedad de su padre que lo miraba hacer. Se acercó a la computadora, la preparó con minucioso cuidado a ritmo de resonancias internas que taladraban su piel. La accionó. Un prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr y sus ojos anegados de sorpresa quedaron estáticos ante el papel en el que aparece escrito:
A b c ch d e f g h i j k l ll m n ñ o p q r rr s t u v w x y z.

Carolina Castro Padilla

3.047 – Laberinto

Jorge-Timossi (1)  Una vez en el laberinto, llegó un momento en que tuve la impresión de que me cruzaba repetidamente conmigo mismo, de que yo era el otro, dentro y fuera de mí, hasta que, desconcertado, elegí quedarme un rato quieto en un punto, en la eventualidad de que pudiera recobrar mis sentidos, y entonces fue cuando me vi, con espanto, pasar por otra de las sendas equivocadas y sin salida.

Jorge Timossi

3.046 – Eros y tábanos

Carmela Greciet  -Llévame a los acantilados- le pidió su novia al empleado de la funeraria.
Él, complaciente, arrancó el coche fúnebre y atravesaron la ciudad rumbo a la costa.
Ya habían rebasado las afueras, cuando ella se quitó la blusa:
-Te espero ahí detrás- dijo, pasando entre los asientos. A la luz del atardecer sus senos oscilaron como dos frutos cálidos.
Durante las obligadas esperas del trabajo, había ido él desgranando con disimulo ramos y coronas de los difuntos transportados aquel día, dejando la carroza funeraria convertida en un lecho de flores.
Ahora, en el retrovisor, mientras ascendían por las estrechas carreteras, la contempló allí tendida, desnuda toda ya, sonriente, bellísima, con sus largos cabellos esparcidos…, pero cuando llegaron a lo más alto vio con sorpresa que a ella se le mudaba el gesto y empezaba a gritar dando manotazos:
-¡Tábanos, hay tábanos! – se podía oír su zumbido oscuro y pegajoso.
De inmediato, paró el coche y se bajó con intención de abrir el portón trasero para liberarla, pero sólo pudo esbozar un ademán ridículo en el aire, pues se había olvidado de echar el freno de mano y el vehículo con ella dentro se le estaba yendo, se le había ido ya, de hecho, ladera abajo.
Y aunque corrió detrás para alcanzarla, apenas tuvo tiempo de ver tras el cristal su bello rostro aterrado y, después, al fondo del abismo de la noche, contra las rocas del acantilado, aquel estallido colosal de fuego y flores.

Carmela Greciet