Érase un mascarón que vivió en la proa de un barco viajando a lo largo y a lo ancho de los mares. No hubo rincón ni playa ni paraje alguno que pasara desapercibido a sus ojos ávidos de todo. Pero a lo largo de los años comenzó a sentir el deseo de asentarse en tierra firme, de conocer a alguien que llenara con besos el vacío que no llenaban ya los mares. Para entonces, su hermoso traje azul y sus ojos soñadores habían perdido el color consumidos por la sal.
Cierta vez, en uno de los puertos a que arribó la nave, descubrió en un pequeño escenario de titiritero a una hermosa marioneta que soñaba con viajar. Había vivido siempre en ese puerto mirando llegar y partir los barcos, y había soñado con conocer a alguien que la llevara a recorrer el mundo, a visitar con sus ojos lo que sólo visitaba con la imaginación. El viento marino despeinaba sus cabellos lacios y su cuerpo de madera repetía, mecánicamente, las palabras del titiritero.
Así se conocieron el mascarón y la marioneta. Se besaron. Visitaron la playa cercana y se amaron en la arena, prometiéndose una colección de muñequitos de madera a los que darían un nombre y llevarían a la escuela, ayudarían a crecer y a ser felices. Y así durante varias noches, en las que el barco estuvo anclado en la bahía a la espera de buen tiempo y después durante varios inviernos, hasta que el cansancio del mar y el cansancio de la tierra les trajeron la indiferencia y el desamor.
Etiqueta: Miércoles
3.440 – Brújulas
3.433 – La sábana
Al acabar de tender la colada, ella queda aquí; su marido, al otro lado fumando al sol. Entonces se lanza.
—Rolando, ya no te quiero. No digas nada, espera que termine. He ido desamándote poco a poco. Y hoy he acabado del todo. No sé qué pensarás, tampoco me importa. Ni con qué cara estarás mirando esta sábana que me oculta, pero así no te tengo miedo, hijo de puta.
Rolando se levanta con toda la rabia concentrada en los ojos, en los músculos y la boca. Arranca la tela del tendedero y asombrado, sobrecogido, descubre que detrás ya no hay nadie.
Miguelángel Flores
De lo que quise sin querer – Ed. Talentura – 2014
3.426 – En exclusiva
Encontraron el cadáver de la gloriosa y anciana actriz flotando en la piscina de su espléndida mansión. Pronto la policía detuvo a un muchacho, su notorio acompañante se declaró culpable de su muerte. Aprovechó sus últimos meses de vida en la cárcel, para escribir una especie de biografía o «memorias». Las vendió en exclusiva, a buen precio, a un semanario sensacionalista. Indicó que los emolumentos le fueran entregados a su anciana madre. Lo ejecutaron en la cámara de gas antes de que la revista pudiera dar por finalizada la publicación de su biografía. Precisamente el último capítulo se publicó una semana después de su fallecimiento. En el mismo contaba y explicaba con todo género de detalles la muerte ocasional de la actriz que, borracha perdida, tuvo la desgraciada ocurrencia de arrojarse a la piscina repentinamente, sin que él pudiera impedirlo. Explicaba también que se había confesado culpable porque le hacía mucha ilusión ver publicada su biografía en una revista y rogaba a su madre que recortara todos los capítulos y los pegara en un álbum. La madre, compungida, así lo hizo y todas las noches, antes de apagar la luz, besaba con ternura y emoción el álbum de los recortes.
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/
3.419 – Evo
Anoche soñó que en el cole volvían a llamarle gallina. Se despertó embarazado y puso un huevo que vino a llenar el vacío que sentía por dentro. Ya en la oficina, solicitó baja por paternidad: un mes para incubarlo y cinco de debida crianza. Encaramado sobre su huevo hace patucos de punto mientras medita sobre la injusticia de una sociedad que no protege los derechos de los padres solteros. Ya no tiene trabajo, mas se siente realizado: escribirá un ensayo al respecto.
Alberto Corujo
Mar de pirañas. Menoscuarto. 2012
3.412 – Los olores del mundo
Los ojos por dentro huelen a melón recién abierto. Los regalos que vienen por correo desde Bucarest suelen traer un olor a pecera reconfortante. Mi cama, de lunes a viernes, huele a madrugadas rotas por ladridos de niño, un olor que se parece a aliento de tortugo. El sombrero de mi abuelo tiene un perfume parecido a libro de 1984, el año en que se compraron muchos libros en mi casa porque aprendí a leer. Sé el olor que tienen mis lunares, sobre todo del que está en mi pantorrilla derecha, que huele a uvas pasas con leche desnatada. La que mejor ha olido siempre es mi mamá. Su mano derecha huele a natilla recién enfriada, la de mi papá suele oler a freno de mano, aunque es zurdo. Lo más terrible de mi vida olfativa, ocurrió solo una vez, con Aníbal, que en los primeros días olía a delicioso teclado de ordenador, después enfermó y olió mal, a escáner roto, en sus últimos días olía a red social y de un día para otro su olor desapareció; como su nombre, y pasó a llamarse un numerito inoloro y torcido: #Aníbal.
María Paz Ruiz Gil
Mar de pirañas. Menoscuarto. 2012
3.405 – Pasearse…
3.398 – Al pie de la letra
Aún hierven los susurros en mi oreja. Pide que la haga mía, que la bese toda, que le lama la piel sudada, que la muerda. «Estoy mojadita», dice, y me excito al oírla. Me ordena que la golpee, que la ahorque. En realidad, probamos de todo. «Cómeme», sentenció finalmente un día, ebria de placer. Así lo hice. La corté en pedazos y la hice mía en cada bocado.
Christian Solano
3.391 – Cinceladas
Tras meses de entrenamiento, el aprendiz logró ver al ángel atrapado en el mármol. Tomó el cincel y martilló hasta tener su figura bien definida, a unos milímetros de tocar su carne. Pero la piedra se agrietó. El ángel extendió sus alas, se sacudió los guijarros y emprendió el vuelo sin más.
—No te preocupes —lo consoló el maestro escultor—, a todos se nos escapa el primero.




