Los ojos por dentro huelen a melón recién abierto. Los regalos que vienen por correo desde Bucarest suelen traer un olor a pecera reconfortante. Mi cama, de lunes a viernes, huele a madrugadas rotas por ladridos de niño, un olor que se parece a aliento de tortugo. El sombrero de mi abuelo tiene un perfume parecido a libro de 1984, el año en que se compraron muchos libros en mi casa porque aprendí a leer. Sé el olor que tienen mis lunares, sobre todo del que está en mi pantorrilla derecha, que huele a uvas pasas con leche desnatada. La que mejor ha olido siempre es mi mamá. Su mano derecha huele a natilla recién enfriada, la de mi papá suele oler a freno de mano, aunque es zurdo. Lo más terrible de mi vida olfativa, ocurrió solo una vez, con Aníbal, que en los primeros días olía a delicioso teclado de ordenador, después enfermó y olió mal, a escáner roto, en sus últimos días olía a red social y de un día para otro su olor desapareció; como su nombre, y pasó a llamarse un numerito inoloro y torcido: #Aníbal.
Categoría: María Paz Ruiz Gil
3.287 – Los olores del mundo
Los ojos por dentro huelen a melón recién abierto. Los regalos que vienen por correo desde Bucarest suelen traer un olor a pecera reconfortante. Mi cama, de lunes a viernes, huele a madrugadas rotas por ladridos de niño, un olor que se parece a aliento de tortugo. El sombrero de mi abuelo tiene un perfume parecido a libro de 1984, el año en que se compraron muchos libros en mi casa porque aprendí a leer. Sé el olor que tienen mis lunares, sobre todo del que está en mi pantorrilla derecha, que huele a uvas pasas con leche desnatada. La que mejor ha olido siempre es mi mamá. Su mano derecha huele a natilla recién enfriada, la de mi papá suele oler a freno de mano, aunque es zurdo. Lo más terrible de mi vida olfativa, ocurrió solo una vez, con Aníbal, que en los primeros días olía a delicioso teclado de ordenador, después enfermó y olió mal, a escáner roto, en sus últimos días olía a red social y de un día para otro su olor desapareció; como su nombre, y pasó a llamarse un numerito inoloro y torcido: #Aníbal.
María Paz Ruiz Gil
Mar de pirañas. Menoscuarto. 2012
1.770 – Muñecos de Playmobil
Amaneció y ambos se enfrentaron al peso de su matrimonio.
El sexo se había convertido en deporte y la convivencia en un hábito trágico.
Doce años pegados como caracoles, compartiendo sus babas, sus olores, sus manchas conocidas, tan propias de esos sonidos repetitivos, calcados del día anterior.
Habituados al espanto de su aliento caliente, al cuerpo del otro, visitado millones de veces, emprendieron un divorcio sin gritos ni copas rotas. Cada uno buscó su liberación. Pronto encontraron otras babas, otras manchas, igual de comunes, igual de sucias, igual de aburridas; porque nadie les dijo que el amor es biología, y todos los alientos son calientes, y todos apestan a lo mismo en la mañana, y todos los cuerpos se excitan con los mismos toques, y todas las parejas cumplen un guión que un desconocido les ha escrito dentro.
María Paz Ruiz Gil
Mar de Pirañas. Edición de Fernando Valls. Menoscuarto ediciones.2012
1.708 – La vida sexual de las palabras
El coleccionista de palabras las regaba por las mañanas, les cortaba las tildes secas, les echaba comida de la buena y las consentía con las manos de un devoto. Algunas crecieron y se salieron de su patio, de esas hay unas que son malísimas, que se han hecho operaciones, extirpaciones y se cambiaron la cara. Son rebeldes, promiscuas, se ponen haches en el ombligo, kas en las partes más raras y compiten por sus tatuajes hechos con emoticonos; pero las condenadas se volvieron populares y salen en las revistas. Otras, las que se quedaron con su cuerpo tal cual las parieron, tienen fama de vírgenes, de viejas aburridas que aparecen en libros y de solteronas. Cada día entran al patio del coleccionista palabras nuevas, hijas que llegan sin padres. Él piensa que tienen cara de alienígenas, pero las quiere en silencio porque muchas son divertidas y le enseñan idiomas, aunque le tiren de las raíces a las ancianas aburridas y las hagan llorar de rabia.
María Paz Ruiz Gil
Mar de Pirañas. Edición de Fernando Valls. Menoscuarto ediciones.2012
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