Anoche soñó que en el cole volvían a llamarle gallina. Se despertó embarazado y puso un huevo que vino a llenar el vacío que sentía por dentro. Ya en la oficina, solicitó baja por paternidad: un mes para incubarlo y cinco de debida crianza. Encaramado sobre su huevo hace patucos de punto mientras medita sobre la injusticia de una sociedad que no protege los derechos de los padres solteros. Ya no tiene trabajo, mas se siente realizado: escribirá un ensayo al respecto.
Categoría: Alberto Corujo Corteguera
1.696 – Desde que me jubilé…
Desde que me jubilé cada vez pinto menos en casa. Yo, la verdad, lo prefiero así, que sea ella quien tome las decisiones. Cierto que a veces no las comparto, pero mejor callarme la boca y arrugarme en el sitio; como una uva pasa. Ella en cambio parece crecer en vigor y lozanía. Todavía ayer se lo estaba diciendo: cariño, cada día te ves más hermosa. Habían venido los de la funeraria y me estaban tomando las medidas. El negro siempre le ha sentado muy bien.
Alberto Corujo
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1.571 – Tin sítulo
-Llega usted tarde, López -dijo el jefe.
-No soy López, jefe, sino Facundo.
-No se haga usted el listo y haga el favor de incorporarse a su puesto -respondió.
Encontré a López metiendo mis cosas en una caja. -¿Pero qué haces? -pregunté.
-No te hagas el tonto, López, lo sabes muy bien -dijo él.
El caso es que no lo sé, pero a la noche he cenado con sus hijos y yacido con su mujer, no están los tiempos que corren como para perder el trabajo por culpa de un quién es quién.
Alberto Corujo
Mar de pirañas. Nuevas voces del microrelato español.
Edición de Fernando Valls. Ed. Menoscuarto-2012
1.001 – La huida
«Además, me voy a chivar a mis padres» era una frase que no podría repetir nunca más, estaba desolado. Cuando acudía a visitarles invariablemente rompía a llorar: sus hijos no le hablaban, hacía dos años que estaba en el paro, uno que su mujer le había dejado. Su infortunio era la comidilla de sus vecinos, que cuchicheaban a sus espaldas. Hasta el perro le miraba con desprecio. Sus padres eran los únicos que escuchaban sus cuitas y compartían su dolor.
Aquella tarde encontró una nota escueta sobre sus tumbas abiertas y vacías: «Hijo, siempre fuiste un llorón. No te lo tomes a mal, pero aquí vinimos a descansar».