Fidelidad

Marco Denevi3 Finalizada la Odisea, que había durado veinte años, el feroz guerrero Drímaco regresó a su hogar y allí se pilló una rabieta porque su mujer, mientras tanto, había tenido, según un mito recogido por el poeta Calistágoras, veinte hijos.
Pero ella le explicó: habiéndole suplicado a Eros poder quedar embarazada con sólo pensar en el marido ausente, el dios le había concedido esa gracia.
«Si no tuve más hijos», agregó, «no es porque haya dejado de pensar en ti todo el tiempo sino porque cada embarazo me llevó nueve meses y aún diez».
Según Calistágoras, las malas lenguas murmuraban que, de no ser así, habría podido parir siete mil hijos.

Marco Denevi

Teoría sobre el pecado original

marco denevi Según el heresiarca Pórpulus (?-473), quien por defender esa teoría fue condenado a la condición de personaje apócrifo, el pecado original consistió en la incorporación de la espiritualidad a la sexualidad (de ahí el súbito pudor de Adán y Eva por la desnudez), con lo que el amor humano se independizó de la mera procreación y le disputó su sitio al amor divino. Dios se puso celoso.

Marco Denevi

Sátiros caseros

MarcoDenevi34 Enterada, por los frescos pompeyanos, de que los sátiros poseían un miembro viril bífido, con el que satisfacían a las ninfas por ambos conductos a la vez, Circe les contaba a sus amigas: «No lo creerán, pero anoche me acosté con un sátiro».
Una de las amigas sonrió:
«Te creo, querida. Vi cuando los dos entraban en tu casa».

Marco Denevi

La bella durmiente del bosque y el príncipe

Marco Denevi3 La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos.

Marco Denevi

Epílogo de las Ilíadas

MarcoDenevi34 Desde el alcázar del palacio lo vio llegar a Ítaca de regreso de la guerra de Troya. Habían pasado treinta años desde su partida. Estaba irreconocible, pero ella lo reconoció.
-Tú -le dice a una muchacha-, siéntate en mi silla e hila en mi rueca. Y ustedes -añade dirigiéndose a los jóvenes-, finjan ser los pretendientes. Y cuando él cruce el lapídeo umbral y blandiendo sus armas quiera castigarlos, simulen caer al suelo entre gritos de dolor o escapen como del propio Áyax.
Y la provecta Penélope de cabellos blancos, oculta detrás de una columna, sonreía con desdentada sonrisa y se restregaba las manos sarmentosas.

Marco Denevi

Epidemias de Dulcineas en El Toboso

marco denevi El peligro está en que, más tarde o más temprano, la noticia llegue al Toboso. Llegará convertida en la fantástica historia de un joven apuesto y rico que, perdidamente enamorado de una dama tobosina, ha tenido la ocurrencia (para algunos, la locura) de hacerse caballero andante.
Las versiones, orales y disímiles, dirán que don Quijote se ha prendado de la dama sin haberla visto sino una sola vez y desde lejos. Y que, ignorando cómo se llama, le ha dado el nombre de Dulcinea. También dirán que en cualquier momento vendrá al Toboso a pedir la mano de Dulcinea.
Entonces las mujeres del Toboso adoptan un aire lánguido, ademanes de princesa, expresiones soñadoras, posturas hieráticas. Se les da por leer poemas de un romanticismo exacerbado. Si llaman a la puerta sufren un soponcio. Andan todo el santo día vestidas de lo mejor. Bordan ajuares infinitos. Algunas aprenden a cantar o a tocar el piano. Y todas, hasta las más feas, se miran en el espejo y hacen caras.
No quieren casarse. Rechazan ventajosas propuestas de matrimonio. Frunciendo la boca y mirando lejos, le dicen al candidato: «Disculpe, estoy comprometida con otro». Si sus padres les preguntan a qué se debe esa actitud, responden: «No pretenderán que me case con un cualquiera». Y añaden: «Felizmente no todos los hombres son iguales».
Cuando alguien narra en su presencia la última aventura de don Quijote, tienen crisis histéricas de hilaridad o de llanto. Ese día no comen y esa noche no duermen. Pero el tiempo pasa, don Quijote no aparece y las mujeres del Toboso han empezado a envejecer. Sin embargo siguen bordando ajuares y mirándose en el espejo. Han llegado al extremo de leer el libro de Cervantes y juzgarlo un libelo difamatorio.

Marco Denevi

Las pruebas

marco denevi_aa Cuentan: un rabí de nombre Isaq ibn’Ezra, en un rapto de soberbia o de locura, desafió a Dios a que probase que su poder se mantenía ileso y no había ido consumiéndose en el tiempo. Dios le mandó decir que aceptaba el desafío.
El rabí esperó catástrofes, zarzas ardientes, ángeles con espadas flamígeras, carros de fuego, truenos, relámpagos, un nuevo Diluvio. Nada de esto sucedió.
Pero al rabí comenzaron a acontecerle pequeños contratiempos. En la sinagoga equivocaba las palabras, decía herem en lugar de besimán tob, y a cada rato se le caían de la mano los rollos de la Ley Si se disponía a escribir, el tintero se volcaba y la tinta se derramaba. Cuando salía a la calle, la luz del sol, rompiéndose en algún objeto metálico, le hería los ojos. Le bastaba subir a la tebá para experimentar la necesidad de evacuar el vientre. Si buscaba la Biblia hallaba el Talmud, si buscaba el Talmud encontraba la Biblia. El gato se le murió. Sus gallinas cantaron como gallos. En la mesa, el cuchillo aparecía puesto al revés. El párpado izquierdo del rabí empezó a temblar; la oreja izquierda, a picar. Durante un día tuvo hipo. Al cortarse las uñas, siempre algún trocito caía sobre el piso. Cada vez que se ponía a leer el Zohar se le nublaba la vista y no podía seguir leyendo. Durante el día del Kippur lo asaltaron vehementes crisis de hilaridad y en la fiesta de Sukkot lloró sin ningún motivo. Cuando se acostaba a dormir, la almohada estaba dura como una piedra. Y cuando se sentaba en algún escabel se rompía y él rodaba por el suelo en medio de las risas (o, si esto sucedía en el templo, de la reprobación) de los presentes.
Hasta que Isaq ibn’Ezra se prosternó sobre su rostro y le dijo a Dios que se daba por satisfecho. Dios le mandó contestar que, por lo contrario, con mucho gusto seguiría presentándole pruebas.

Marco Denevi

Cómo perder al marido

marco_denevi_2 Para que Jasón no la abandonase, Medea andaba cargada de amuletos, preparaba filtros mágicos, suplicaba, invocaba, maldecía, lanzaba anatemas, modelaba figuritas de cera y les clavaba alfileres, organizaba ritos de maleficio, toda clase de hechicerías, obligaba a su marido a beber pociones contra la infidelidad. Jasón se le escapó tras una muchacha, Glaucea, sólo porque Glaucea, cuando él (tanto como para pasar el rato) le propuso acostarse juntos, contestó: « Con una condición. Que después no nos veamos más».

Marco Denevi