1.252 – Un celoso

 Minutos antes de que iniciara su número circense sorprendió a su mujer abrazando a otro, tras el carromato en que vivían. No tuvo ocasión de decirle nada. Les requirieron y se presentaron en medio de la pista, en medio de una atronadora salva de aplausos. En medio de la general expectación y de un silencio impresionante, fue lanzando los cuchillos uno tras otro delineando claramente en la madera la silueta de su mujer, que soportó todos los lanzamientos impertérrita. Cuando hubieron terminado y mientras saludaban al público sonrientes, él, entre dientes, acertó a decir: «Espero que esta noche me des una explicación».

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

1.245 – La bomba atómica

 Era rabiosamente feliz, inmensamente feliz. Reía como un idiota, solo, en medio de la calle, camino de la casa de sus padres. Arrastraba su medio cuerpo, emplazado en un carrito con ruedas, con sus manos, protegidas con guanteras de cuero. Al volver del frente temió que su novia, viéndole reducido a aquel estado, le abandonara. Pero no fue así. Solícita, arrodillándose, colocó un beso en su frente. Por eso caminaba, perdón se deslizaba, ahora tan feliz. Le importaba un bledo que Japón ganara o perdiera la guerra. El sufrimiento le había hecho egoísta. Era el hombre más feliz de todo Hiroshima. Y cuando oyó muy lejano el zumbido de un avión pensó que no había bombas en el mundo suficientes que pudieran empañar su felicidad. El desconocimiento de los avances técnicos norteamericanos en materia nuclear le hacía asumir las consabidas y tontas actitudes del enamorado.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

1.238 – Safari galáctico

 Muy de mañana, varios amigos y yo salimos de safari galáctico. Nos enfundamos los trajes espaciales, cargamos al máximo las reservas de oxígeno -teníamos para un mes completo, contando con cualquier posible incidente- y echamos al hombro varias cananas. El asteroide se encuentra en un punto privilegiado para estas lides: muy cerca de una zona de paso, una suerte de cañada hiperespacial por la que, cuando es temporada, suelen pasar largas manadas de toda suerte de especímenes.
La jornada no se nos dio mal. Mi compañero de cápsula -el que ocupa la litera superior- se cobró nada menos que siete piezas. Otro fulano, uno que acaba de llegar y al que todavía no le tenemos muy pillado el punto, demostró cierta habilidad para la ronda, pero luego se quedó corto en puntería. Yo no me quejo: me traje cuatro hermosos ejemplares colgados del cinto.
Lo malo es que luego nunca sabemos muy bien qué hacer con tanta alma errabunda. El fulano, el que acaba de llegar, aseguró que en su tierra las hacen a la parrilla -después de limpiarlas bien, claro está- y se dan un festín a base de recuerdos humanos y otras criadillas por el estilo. Pero a todos nos dio bastante grima y él, decepcionado, se perdió por una esquina de la estación con la única pieza que tenía (llevo un rato husmeando el ambiente, pero aún no he olido nada raro).
Yo tengo las mías aquí mismo, una encima de la otra. Hay un poco de todo, y un poco lo de siempre. La verdad, después de la excitación, el sudor y el-escalofrío característicos de una jornada de caza, siempre se queda uno algo melancólico, contemplando estos despojos tan tristones.
Supongo que acabaremos tirándolos por el túnel de vacío.

Ismael Piñera Tarque
La voz de Asturias, El cuaderno. 24 de diciembre de 2011

1.231 – La verdad sobre Medusa Gorgona

 Anterior a la escritura, el mito depende de la memoria de los hombres. Pero la memoria de los hombres es frágil y colma los agujeros del olvido con imposturas fantasiosas. Así es como Medusa, una especie de Cenicienta, terminó transformada en un monstruo. Mi paciente investigación le devolverá ahora sus verdaderos rasgos.
Eran tres hermanas, las Gorgonas. Dos de ellas, Esternis y Euríale, compensaban su irrebatible fealdad con un carácter perverso, disimulado tras una máscara benévola. Envidiosas de la belleza de Medusa, la menor, no le permitían salir a la calle porque, según propalaron por toda la ciudad, petrificaba a los hombres con sólo mirarlos en los ojos.
Algunas personas expresaron sus dudas.
«Ah, no nos creen'», gimoteó Euríale retorciéndose las manos, «vengan a casa y se convencerán». Sin que Medusa se enterase, porque estaba ocupada barriendo, fregando y remendando, las dos malignas mostraban a los visitantes una estatua de piedra:
«¿Ven? Así quedó su último pretendiente».
Y ponían un rostro compungido: «¡Se dan cuenta, qué desgracia nos ha caído encima!».
Una tarde Esternis y Euríales salieron a hacer compras y olvidaron cerrar la puerta con llave. La cuestión es que Medusa pudo, por primera vez, asomarse y echar un vistazo a la calle. Inmediatamente la calle quedó desierta: todos habían huido a esconderse y a espiar por los intersticios de puertas y ventanas o a través de cerraduras, de catalejos y de cristales ahumados. Admiraron la belleza de Medusa, pero el poder maléfico de sus ojos les infundía tal pánico que no se atrevieron ni a moverse.
Entonces, por uno de los extremos de la calle, avanzó Perseo, desnudo. Acababa de naufragar su navío y él venía a pedir socorro. Se maravilló de no ver a nadie, como si la ciudad estuviese deshabitada. Golpeó en una puerta y en otra, pero no le abrieron. Siguió caminando y llegó frente a la casa de las Gorgonas.
Se detuvo.
Los que espiaban se estremecieron, pensaron: «Pobre joven, tan guapo y se convertirá en piedra». Reconstruyamos la escena: Medusa, sentada en el umbral; Perseo, de pie, desnudo. Ella es hermosísima y púdica; él es apuesto y ardiente. Ambos son jóvenes. Ella no se atreve a alzar los párpados. El se esponja en las dilataciones del amor. Ella, adivinando que algo sucede, mira por fin los pies de Perseo, las pantorrillas musculosas, los muslos estupendos. Los que espían, tiemblan: «Un poco más», se dicen, «y ese buen mozo será granito».
Pues bien: Medusa levanta un poco más la mirada y la petrificación ocurre.
Perseo se quedó diez años a vivir en casa de las Gorgonas. Para felicidad de Medusa y desdicha de sus dos hermanas, durante aquellos diez años él anduvo con el miembro viril hecho piedra dura y no había forma de que se le ablandase. De esta portentosa demostración de amor conyugal derivó la mala fama de Medusa que ha llegado hasta nuestros días.

Marco Denevi

1.224 – Escobas

 El hombre tímido y discreto, que todas las mañanas barre afanosamente los corredores y pasillos de la cárcel, es un famoso banquero, acusado de haber estafado millones y millones. Sus memorias las está publicando un semanario de gran tirada, y sostiene —por supuesto— que es inocente y víctima de un complot. Le han dado mucho dinero por la exclusiva y con su importe ha ordenado comprar una fábrica de escobas. Todas las que se utilizan en la cárcel son de su fábrica. Y él barre, dando ejemplo, con furia incontenible. Sale a escoba por día.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

1.217 – Todos los viernes

Para Carmina,a quien tanto me hubiera gustado parecerme.

 Todos los viernes llego del instituto con un hambre feroz de patatas fritas. Voy todo el camino pensando en un plato enorme, repleto, puesto en el centro para acompañar la carne. Doraditas, grandotas y gordas como le gustan a mi hermano José María, pequeñas y crujientes, como yo las prefiero. Se me hace la boca agua al imaginarlas. Llevo desde las siete de la mañana sin comer y a las tres llego rabiosa. Mi madre lo sabe, y nos fríe muchas patatas para que empecemos con fuerza el fin de semana.
Todos los viernes, subo las escaleras, abro la puerta y me recibe el olor de las espinacas que he dejado cocidas por la mañana y los filetes que mi marido acaba de hacer para que los encuentre calientes. Y me doy cuenta de que por conductos, arterias o venas cuyo nombre se me escapa, aún viajan de la cabeza al corazón y de ahí al estómago, aquellos días mágicos en que el amor olía a aceite de oliva y la felicidad inundaba el rellano.

Pilar Galán

Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012

1.210 – Homenaje

 Treinta años al servicio de la empresa y ahora la jubilación. El dueño, los jefes y compañeros organizaron en su honor un almuerzo en un modesto restaurante. El discurso del dueño resultó conmovedor. Luego sus compañeros reclamaron unas palabras del homenajeado. Todos habían bebido más de la cuenta. El probo empleado, «ejemplo de sumisión, honradez y abnegación», puesto a duras penas en pie por sus compañeros de mesa, sólo acertó a balbucear: «Cerdos… sois todos unos cerdos». Le jalearon, le tiraron migas de pan y con grandes risotadas le hicieron sentarse a la fuerza de nuevo en su silla. Al día siguiente, abochornado, el homenajeado se presentó para dar las gracias y excusarse, pero ni el dueño ni los jefes quisieron recibirle. Volvió a su casa y lloró largo rato.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com

1.203 – Madrugadas I

 Y por la noche, o de madrugada, que nunca ha estado muy claro de qué forma llamar a esas horas intempestivas, ella se levanta, como impulsada por un resorte, y descalza, ya sea invierno o verano, y a tientas, va cerrando o abriendo ventanas, subiendo o bajando sábanas sobre cuerpos dormidos, y echando o quitando algún edredón. Y luego, después de beberse un vaso de agua fresquita, ya no puede volver a dormirse, vete tú a saber por qué, pero en vez de filosofar, escribir, leer lo atrasado, o ver la tele, le da por hacer la comida del día siguiente, mientras musita con desesperación, una y otra vez, cago en la mar, hay que ver qué bien se vivía de hija.

Pilar Galán
Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012