Para ser un ermitaño, decía el ermitaño, no es necesaria la soledad física. Aun en el tráfago y el bullicio un auténtico ermitaño puede refugiarse en su ermita interior. Una noche de Año Nuevo, mientras los demás invitados comían garrapiñadas y lloraban y se peleaban, el ermitaño fue a su refugio interior y lo encontró ocupado. Eran dos, estaban desnudos y tomaban sidra. Lo invitaron.
Ana María Shua
Cazadores de letras. Minificción reunida. Ed. Páginas de espuma, 2009