Ni subido a una escalera conseguiría besarte. La certeza era aplastante, hormonal y gravitatoria. Tanto como distante tu belleza y diminuta mi congoja. Quise invertir las intenciones y cuestionarme si, tal vez, quisieras tú descender varios peldaños por besarme a mí. Tampoco. Descarté los métodos convencionales. Inicié un arduo entrenamiento. Cada día, cada noche. Perder grasa, ganar músculo. Hop, hop.Y fue que la tenacidad venció a las leyes de la naturaleza. Aprendí a volar y salí por mi ventana. Aleteando ilusionado hasta tu casa y tu dormitorio, donde me alcanzó la suela de una zapatilla rosa y tu voz, al fondo, gritando «bicho gafoso de mierda».