3.181 – Tormenta de azúcar

DiegoGolombek   Le traen el capuccino en un jarrito de vidrio; ella debe estar por llegar en cualquier momento. Él siempre pide el café en vaso, para verlo, para descubrir sus colores, su textura homogénea, su calor. Con el capuccino la espera se le hace menos terrible, y puede imaginar cómo vendrá vestida, cómo será la sonrisa que le dedicará apenas traspuesta la puerta del bar, qué tendrá para contarle. Pone su cabeza a la altura del jarrito y en un solo movimiento abre dos sobres de azúcar y los deja caer desde lo alto, esperando ver cómo penetran el capuccino marrón, grano a grano, como una pequeña revolución centrífuga en un apacible reino color café. Ella seguramente usará sacarina, piensa mientras el azúcar va cayendo por las paredes del jarrito como una lluvia, y él revuelve con la cucharita hasta lograr que la lluvia se convierta en una verdadera tormenta que puede mirar como a través de las paredes de una pecera, granos de azúcar que suben a cada giro y se empecinan en hundirse cuando deja de revolver. Se sorprende pensándose un poco así, un poco tormentoso y obligándose a levantarse a cada sacudida, para después dejarse caer sin nadar, caer hasta el fondo cuando descubre que no vale la pena la superficie, que siempre la corriente lo ata como una piedra. Saborea el último sorbo del capuccino y se convence de que ella no vendrá, como tantas otras tardes, como siempre, como la tormenta que ya pasó y ahora es calma, espantosamente calma. Paga y sale con pasos resignados a la calle en donde todavía brilla el último sol de la tarde.
Diez minutos después ella entra por la puerta y lo busca con la mirada, agitada por la tardanza de siempre, de todas las citas y todas las tardes, y se sienta a esperarlo.

Diego Golombek
Ciempiés. Los microrelatos de Quimera. Ed. Montesinos. 2005

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