De la canilla brota un chorro de sangre que no cesa. La visión me tranquiliza: se trata de una pesadilla clásica que no han desechado como tópico ni la literatura ni el cine. Pasados los primeros meses, sin embargo, comienzo a inquietarme. A los dos años emprendo su comercialización a través de una fábrica de embutidos y también como proveedora de clínicas y hospitales. La progresiva anemia de la población favorece mis negocios. A los diez años mis influencias políticas me permiten resistir una investigación ordenada por el consorcio del edificio. Cuarenta años después, rica, anciana y poderosa, accedo al despertar que me devolverá a la pobreza y al agua, pero también a la juventud.