1.773 – Llueve con ganas

angelzapata  Empezaría a llover hacia las doce, o puede que después incluso; bueno, no sé: qué más da; el caso es que la lluvia sonaba en la ventana y era ya un poco tarde (o muy tarde más bien, según se mire); y al final lo que importa es que lloviese, porque en la vida (o por lo menos yo lo siento así) las cosas pueden ser demasiado distintas según llueva o no llueva, y lo cierto es que anoche llovía. Se había hecho muy tarde y llovía con ganas. Así lo dijo Marta. «Llueve con ganas ¿verdad?» Y al decirlo me abrazó más fuerte, o más por dentro, no sé, debajo de las sábanas que olían intensamente a su piel tibia, a final de domingo, a esas palabras dulces y pese a todo precavidas que es lícito decirse entre amantes recientes («¿Me quieres? Te quiero. Pues dímelo otra vez. Te quiero. Te quiero mucho»), y borrarlas después sin encono, con disimulo casi, mientras se recuperan pantys o calcetines entre el desorden de la habitación (la ventana empañada por el vaho de octubre), como quien pasa una bayeta gris por el cristal de la ternura.
«Llueve con ganas ¿verdad?», me dijo Marta anoche; y según lo decía me abrazó de otro modo, o más, o muy por dentro, o algo, y yo habría querido decirle: «Sí. Llueve con ganas»; aunque tal vez solo le dije «Bueno», o «Está lloviendo un poco, sí»; no sé muy bien lo que le dije; eran seguramente más de las doce, y oíamos la lluvia infatigable correr (hacia dónde) por los patios de octubre y correr más allá por las calles atroces del final del domingo; y a mí me habría gustado decirle a Marta: «Sí. Llueve con ganas», aunque tal vez solo le dije: «Bueno», o «Está lloviendo un poco, sí»; pero sé que lo dije tan dentro de su abrazo, tan a resguardo ya, dentro de esa ternura inusitada que la lluvia, de pronto, había vuelto antigua, que no era deseable, ni posible siquiera, borrar esas palabras precavidas que es licito decirse entre amantes recientes; y fuera, en la ventana, estaba oscuro, o quizá se notara un poco más de frío dentro de la habitación (ya no quedaba vaho en los cristales), de modo que me oí decirle a Marta: «¿Tienes que irte?»; y al final lo que importa es que la lluvia sonaba todavía por las calles desiertas, tocaba con sus dedos el alero del patio, más fuerte cada vez, y era ya un poco tarde (o hasta muy tarde incluso); y hay veces que en la vida las cosas pueden ser demasiado distintas según llueva o no llueva (o por lo menos yo lo siento así), o así fue como lo sentí anoche, al final del domingo, perdido en la tibieza de las sábanas que la lluvia de octubre había vuelto de pronto reconocible y nuestra, cuando Marta me dijo: «Puedo dormir contigo si tú quieres»; y yo le dije: «Entonces quédate».
«No quiero que te marches.» «Llueve con ganas.»

Ángel Zapata
Mar de pirañas. Nuevas voces del microrelato español.
Edición de Fernando Valls. Ed. Menoscuarto-2012

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