3.314 – El centinela

    Hace dos años la conocí, fue amor a primera vista. Esa misma tarde, disimuladamente, rocé sus muslos firmes y morenos apenas con la punta de mis yemas, vestía una minifalda marrón y una blusa negra sin mangas.  No dijo nada y yo sonreí. Teníamos ya una cita. Esa noche, lo recuerdo, cerré apresurado todas las puertas, todas las cortinas y apagué todas las luces. Tomé un par de velas, las encendí y me desnudé y la desnudé. Fue maravilloso. Al día siguiente fui despedido, olvidé acomodar al resto de los maniquíes.

Yobany García Medina

3.313 – Primera cita

    Todo es cuestión de mantener la calma. Es sólo una evaluación que no pasa de 10 a 15 preguntas elementales. En el peor de los casos, la solución es contestarlas con algún choro que ni te entienda, al fin de cuentas entre más palabras digas, mayor será la probabilidad de aprobar el examen. Tomo valor y me siento en la banca, preparo mis mejores argumentos. La primera pregunta es fácil. ¿Vienes regularmente aquí?, sí. ¿Te gustan las mascotas?, un poco. ¿Desde cuándo estás soltero? Hago una pausa y pienso en una respuesta adecuada: si considero mi última relación, que duró una semana, diría que desde hace un mes. La evaluadora me mira con inquietud, sospecha mi improvisación. Prefiero los exámenes escritos, al menos así evito mirar el rostro de quién califica, esa expresión de lástima al saber que no estudié y sólo respondo estupideces.
Continúa el cuestionamiento. ¿En qué trabajas?, no trabajo, estudio. Genial. Yo estudio historia, ¿y tú? De nuevo hago una larga pausa para decir que soy preparatoriano. De inmediato noto sus muecas de desagrado, ella se levanta para irse. Creo que reprobé la evaluación.

Adrián Mendieta Moctezuma

3.312 – Astronomía íntima

    Miguel le prometió que era el hombre que buscaba y que juntos conseguirían todo lo imaginable. Sara aún recuerda aquella frase lapidaria que acabó por convencerla: «Juntos seríamos capaces de llegar a la Luna». Hoy, meses después, lo de ser los nuevos Armstrong y Aldrin es una quimera y sus ansias por conseguir lo inalcanzable son un imposible. Todo lo que se proponen les queda demasiado lejos y no llegan ni a fin de mes. Su vida es un quiero y no puedo pero continúan juntos. Nunca llegarán a la Luna pero ella al acostarse sigue viendo las estrellas.

Miguel Ángel Molina López
99×99. Microrelatos a medida.
Ediciones de Baile del Sol. 2016

3.309 – Una duda metafísica

    En Arkansas han prohibido a Darwin porque les parece incompatible con la Biblia, lo que viene a ser lo mismo que prohibir la Biblia por no adaptarse a Darwin. En realidad, El origen de las especies y el Génesis son las dos caras de la misma moneda: ambos tratan de explicar algo inexplicable, que es nuestra presencia en este estercolero llamado mundo. A mucha gente le puede parecer más razonable proceder de un puñado de barro que de un mono, pero tan incomprensible es una cosa como la otra.
En Arkansas, en fin, están convencidos de que los hombres vienen del barro y las mujeres de las costillas y no quieren que sus hijos estudien otra cosa por miedo a que se malogre alguna vocación científica. Y es que son enormemente rigurosos en la selección del material didáctico. Por ejemplo, tampoco permiten que sus niños jueguen con pistolas de plástico existiendo las de verdad. Y les disgusta que la gente dispare sobre blancos artificiales habiendo personas de carne y hueso a las que se puede abatir sin problemas.
La verdad es que observando con detenimiento a los ciudadanos de Arkansas uno no tiene más remedio que aceptar lo que dicen los sabios: que la evolución carece de rumbo, que no va a ninguna parte y que el hombre no es la culminación de nada. Aunque quizá se equivoquen: es evidente que el ser humano constituye hoy por hoy el punto más alto de la estupidez en la cadena alimentaria, incluso en la cadena perpetua. En ese sentido, podríamos afirmar que la evolución se dirige a Arkansas, pasando por Marbella, lugares bíblicos donde los haya, en los que cada día, desde la mañana hasta la noche, se cumplen el Génesis y el Apocalipsis en confuso desorden.
En Arkansas, en fin, acaban de prohibir a Darwin, que es como prohibir el Everest, y se han quedado tan anchos. O sea, que si no prohíben a Shakespeare o a Cervantes es porque no han oído hablar de ellos. Y aquí es donde le surge a uno la duda metafísica: ¿Cómo van a ser capaces de enseñar la Biblia si no saben leer? A ver si Darwin nos lo explica.

Juan José Millás
Articuentos completos. Ed. Seix barral. 2011

3.308 – Te quedaste quieto

   Te quedaste quieto mientras el grupo esperaba tu reacción al anzuelo recién lanzado. «Sí, yo duermo con ella hoy»; y te pareció increíble la anuencia de los adultos, sin bromas maliciosas de tus primos.
En la cima del volcán la noche se fabrica de silencio. Cuando al fin se callan las canciones y la hoguera no crepita, el silencio crea oscuridad y frío. Bosque y estrellas mudos, cabaña muda. Tú mismo enmudecido y rígido en el catre junto a su cuerpo maduro de quinceañera.
Te quedaste quieto al sentir sus dedos buscando tu bragueta, insoportablemente enamorado, disimulador experto. Tenías su carne morena ofrecida a tus manos, la cercanía de su rostro, y cerrados los ojazos negros que siempre evadiste al conversar, y te quedaste quieto. Ella hizo de ti lo que quiso mientras ni una de tus yemas acarició sus pezones. Estabas paralizado por el ardor de cumplir tus gastadas fantasías de darle un beso en sus labios carnosos, «tus gastadas fantasías» así lo dijiste quince años después en un lapsus poético, pero aquella noche ni la boca de tus amores logró hacerte eyacular. El mínimo ruido les hubiera traído la mañana.

Yunuén Rodríguez
http://yunrodriguez.blogspot.com.es/

3.307 – Desde entonces

    Cuenta la leyenda que en la tierra existía un hombre que amaba obsesivamente las palabras. Las pensaba, las decía, las olía en esporas de polvo. De noche tras horas de desvelo las leía en sombras, traduciéndolas luego al papel. Eran su alimento. Como todo enamorado, sospechaba en momentos el desaire de su amante y sufría en continuos insomnios. Ante tal incertidumbre, la musa decidió darle muestra de su recíproca fidelidad.
Y fue así que durante el danzar efímero del fuego de una vela, el mortal, que buscaba en la profundidad del espejo, vio el lento transmutar de su semblante, alargándose la nariz hasta formar una detallada Jota, los rizos de su cabeza se cubrieron de Eses y Zetas, su tronco adelgazó en una enorme Te; brazos y piernas fueron reemplazadas por Pes y Bes, una U cubrió sus labios, y a sus ojos As redondas que desprendían suavemente alegres gotas saladas desde su palito.
Desde entonces los hombres amanecen con residuos en los lagrimales, y al no saber por qué, atribuyen falsamente el hecho a meros procesos químicos.

Rosa Razo González

3.306 – El incendio

    El incendio se propagó rápidamente por todo el inmueble, uno de los más altos de la ciudad. Acudieron los bomberos, pero sus esfuerzos por dominar las llamas resultaban inútiles. Casi todos los ocupantes del edificio ascendieron a la azotea. A través de los megáfonos se les advirtió que tuvieran paciencia y aguardaran a que la lona estuviera dispuesta, ya que las escaleras de salvamento no alcanzaban semejante altura. Algunos, semiasfixiados por el humo y no pudiendo contener sus nervios, se lanzaron al vacío, estrellándose contra el suelo, ante la horrorizada mirada de millares de transeúntes curiosos, que se arremolinaban en torno al edificio. Finalmente se tendió una lona, sostenida por medio centenar de bomberos. Algunos caían sobre la lona, pero otros no… Un concejal, nostálgico, a propósito de lo que estaba viendo, comentaba a un colega el espectáculo que ofrecen en México unos mestizos que se arrojan al mar, entre las rocas, desde una impresionante altura, ante la curiosidad de los turistas, sin sufrir percance alguno. «Todo es cuestión de entrenamiento», afirmó.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/

3.305 – Nueva vida

    La prostituta ha decidido dejar la calle y buscar un trabajo digno. Por recomendación de una persona caritativa, se dirige a la oficina de colocación laboral. La recibe un secretario con un traje barato y corbata oscura. Impresionado por su decisión y su belleza, le aconseja pensarlo antes de precipitarse. Todavía es joven y goza de buena salud. Llaman por el interfono al secretario, que acude al despacho del director. Le explica el caso de la prostituta. «Envíemela: veré qué puedo hacer por ella», le dice. Una hora después, el director y la mujer abandonan la oficina en el coche oficial. ¿Acaso hacia una nueva vida?

José Alberto García Avilés
Mar de pirañas. Menoscuarto. 2012