La prostituta ha decidido dejar la calle y buscar un trabajo digno. Por recomendación de una persona caritativa, se dirige a la oficina de colocación laboral. La recibe un secretario con un traje barato y corbata oscura. Impresionado por su decisión y su belleza, le aconseja pensarlo antes de precipitarse. Todavía es joven y goza de buena salud. Llaman por el interfono al secretario, que acude al despacho del director. Le explica el caso de la prostituta. «Envíemela: veré qué puedo hacer por ella», le dice. Una hora después, el director y la mujer abandonan la oficina en el coche oficial. ¿Acaso hacia una nueva vida?
Categoría: José Alberto García Avilés
3.288 – Mi mejor amiga
Cuando Ana me pidió prestado el DVD no le di importancia. Era mi mejor amiga y le había surgido un imprevisto. Se lo presté con la promesa de que me lo devolvería al día siguiente. Jamás volví a recuperarlo.
El DVD fue el inicio de mi desahucio. Ana aparecía cada noche y siempre me pedía alguna cosa: una sartén, una lámpara o la mesa del comedor. Yo era capaz de soportarlo todo en nombre de la amistad, aunque empezaba a sentir cierta angustia por el hecho de ver mi casa cada vez más desangelada.
La tarde que me pidió prestado a mi marido me horroricé. Es solo un favor, te lo devuelvo esta noche. Iba a negarme, cuando él se puso del lado de mi amiga. Anda, mujer, que solo es una fiesta y debe ir acompañada.
Los vi alejarse y subir al coche de Ana que, sepan ustedes, en realidad era mío.
Estuve en vela, sin poder conciliar el sueño, pero mi marido no regresó. De madrugada sentí un ruido en la puerta. Me levanté y, antes de abrir, se me ocurrió pegar el ojo a la mirilla. Allí estaba mi amiga. Esta vez venía a por mí.
José Alberto García Avilés
Mar de pirañas. Menoscuarto. 2012
3.133 – Contingencia
Si no hubiera cruzado el paso de cebra con el semáforo en rojo no habría girado por esa calle justo en el momento en el que la señora se puso a gritar como una loca y el chico de las bermudas azules echó a correr con el bolso mientras el guarda jurado del banco de la esquina sacaba su arma reglamentaria, le daba el alto y disparaba al aire primero y, maldita puntería, al frente después, de modo que la segunda bala esquivó a los transeúntes, rebotó contra el buzón de correos y, sin que afectara a órganos vitales ni hubiera que lamentar mayores desgracias, fue a alojárseme de refilón en la pantorrilla.
José Alberto García Avilés
Ciempiés. Los microrelatos de Quimera. Ed. Montesinos. 2005
3.114 – Impuntualidad
Román les despertó como de costumbre, a las nueve. Después de tomar un baño y vestirse, bajaron al comedor. Los señores, que aún no sabían nada, vieron que no estaba puesto el desayuno. Esperaron unos minutos. Llamaron, registraron la casa y el jardín, pero no la encontraron. Entonces hicieron mil siniestras suposiciones. Cuando fue a calentarse el café, la señora de la casa descubrió sobre la mesa de la cocina un papel con letra clara y redonda: «Estoy colgada en la despensa. Suya, Rosa»