La alienación /3

Eduardo Galeano Alastair Reid escribe en The New Yorker, pero va poco a Nueva York.
Él prefiere vivir en una perdida playa de la República Dominicana. En esa playa había desembarcado Cristóbal Colón, algunos siglos antes, en una de sus excursiones al Japón, y desde aquellos tiempos nada ha cambiado.
De vez en cuando, el cartero asoma entre los árboles. El cartero viene doblado bajo la carga. Don Alastair recibe montañas de correspondencia. Desde los Estados Unidos, lo bombardean las ofertas comerciales, folletos, catálogos, lujuriosas tentaciones de la civilización del consumo exhortando a comprar.
Una vez, entre el mucho papelerío, llegó la propaganda de una máquina de remar. Don Alastair la mostró a sus vecinos, los pescadores.
-¿Bajo techo? ¿Se usa bajo techo?
Los pescadores no lo podían creer:
-¿Sin agua? ¿Se rema sin agua?
No lo podían creer, no lo podían entender:
-¿Y sin peces? ¿Y sin sol? ¿Y sin cielo?
Los pescadores dijeron a don Alastair que ellos se levantaban cada noche, mucho antes del alba, y se metían mar adentro y echaban sus redes mientras el sol se alzaba en el horizonte, y que ésa era su vida, y que esa vida les gustaba, pero que remar era la única parte jodida de todo el asunto:
-Remar es lo único que odiamos -dijeron los pescadores. Entonces don Alastair les explicó que la máquina de remar servía para hacer gimnasia.
-¿Para hacer qué?
-Gimnasia.
-¡Ah! Y gimnasia, ¿qué es?

Eduardo Galeano

Un cigarrillo

david_lagmanovich_jmv Estábamos en la cama, después de hacer el amor. Era el dormitorio del otro, aquel que provocaba mi odio. Yo había querido evitar discusiones sobre el lugar.
Ella encendió un cigarrillo. Aunque yo no fumaba, no objeté su gesto. Sabía que lo hacía constantemente: en su casa, en la calle, en el café, mientras dictaba clases o en compañía de su amante, el otro, el que sin saberlo nos había cedido su piso y su lecho.
-¿De veras me quieres? -pregunté, falto de originalidad como todo enamorado.
-Hasta la muerte -respondió ella, mientras arrojaba la cerilla encendida en el recipiente con gasolina que el otro, el innombrable, había dejado precisamente en aquel rincón.

David Lagmanovich

El comandante que vino de lejos

eduardo galeano1 Brunete, verano de 1937: en plena batalla, un balazo parte el pecho de Oliver Law.
Oliver era negro y rojo y obrero. Desde Chicago, se había venido a pelear por la república española, en las filas de la Brigada Lincoln.
En la brigada, los negros no integran un regimiento aparte. Por primera vez en la historia de los Estados Unidos, blancos y negros están mezclados. Y por primera vez en la historia de los Estados Unidos, soldados blancos han obedecido las órdenes de un comandante negro.
Un comandante raro: cuando Oliver Law daba orden de ataque, no contemplaba a sus hombres con prismáticos, sino que se lanzaba a la pelea antes que ellos.
Pero raros son, al fin y al cabo, todos estos voluntarios de las brigadas internacionales, que no combaten por ganar medallas, ni por conquistar territorios, ni por capturar pozos de petróleo.
A veces, Oliver se preguntaba:
-Si ésta es una guerra entre blancos, y los blancos nos han esclavizado durante siglos, ¿qué hago yo aquí? ¿Qué hago yo, un negro, aquí?
Y se contestaba:
-Hay que barrer a los fascistas.
Y riendo agregaba, como si fuera chiste:
-Algunos de nosotros tendrán que morir haciendo este trabajo.

Eduardo Galeano

El hermano serpiente

ana maria shua 13 En su lecho de muerte, el padre le entrega un cofre. Adentro del cofre vive una serpiente.
-Esta serpiente -dice el moribundo- es tu hermano, fruto de mis amores con una mujer demonio. Lo confío a tu cuidado.
El hijo consagra su vida a la caza de ranas y ratones para alimentar a la serpiente, creyendo que su padre sufre en la Gehena el castigo de los lujuriosos o los magos, sin saber que se cuece, en realidad, en el círculo destinado a los bromistas.

Ana María Shua

Lo normal

jj millas2 La familia tradicional siempre fue un lugar raro, cuando no una fuente de perversiones, de locura. Ahí tienen a ese señor de Córdoba que penetró analmente a su hijo de cuatro años, viéndose obligado a desgarrarle, a su pesar, por no presentar el violado las medidas adecuadas. Pues bien, ahora resulta que según el juez se trata de «un hombre de intachable conducta, que goza del afecto y consideración de sus convecinos, así como del cariño de su esposa e hijos». Un modelo, en fin. Al magistrado le ha conmovido más la rectitud moral del violador que el desgarro anal (por no hablar de la fractura psíquica) del niño. Qué hombre tan selectivo, tan curioso.
Uno no le desea la cárcel a nadie, desde luego, pero no sabe qué es peor, si que haya padres violadores o jueces para quienes la violación es normal cuando se practica en familia. Se supone, aunque evidentemente es mucho suponer, que un magistrado ha de ser una persona equilibrada, culta, y que debería tener el instinto de proteger al más débil de la cadena, en este caso al niño de 4 años al que su bondadoso papá violaba mientras se duchaban juntitos, en familia. Asegura el juez que el niño asumía lo sucedido y que resultaba conmovedor ver cómo abrazaba a su padre. ¿Y qué va a hacer el pobre? También las niñas a las que arrancan el clítoris buscan la protección de sus castradores. Pero eso es una patología, por favor, no una demostración de amor filial. ¿No ha oído hablar su ilustrísima, o lo que sea, del síndrome de Estocolmo? Yo no sé si el acusado debería ir a la cárcel o al psiquiátrico, no he hecho oposiciones, pero de lo que no me cabe la menor duda es de que el niño necesita ser protegido de las obsesiones venéreas de su padre y de la comprensión del tribunal que ha solicitado su indulto para que regrese toda la familia a la bañera.
¿Qué le pasa a la justicia? Hace poco, en Madrid, un loco en libertad provisional mató a una mujer que llevaba meses pidiendo protección a gritos. Ahora, en Córdoba, otro juez pretende poner en libertad a un perverso que se lo monta con su propio hijo debajo de la ducha. ¿De dónde son estos seres vestidos de negro? ¿A qué dedican el tiempo libre? Aunque casi prefiere uno no saberlo.

Juan José Millás

Incauta

alejndro gelaz Implica los sentidos. Comienza con la vista, un cruce de miradas basta, para colmar de tentaciones la psique del Tenorio.
Le sigue el tacto, juego seductor que inflama sus humores. El acoso prosigue con el verbo, le promete toda una vida nueva, unos viajes, un tesoro o un hasta que la muerte nos separe.
Ella crédula y vencida se entrega. Fornican y disfrutan.
Y es solo tras el acto, cavilando el modo de escapar a la conquista, que Don Juan goza vehemente, desgarrando el alma a la ingenua.

Alejandro Gelaz