El Incrédulo

pedro-orgambide Mienten los que dicen que Emiliano  Zapata vive todavía. ¡Ni modo, mano, está muerto y bien muerto! ¡Si yo fui uno de los que lo mató! Mienten los que dicen que anda en un caballo blanco por el desierto de Arabia. Puros cuentos, cotorreo de esos viejos que se llenan la cabeza de pulque, de sueños y de pájaros. Se lo digo yo: está muerto. A mí no me falla la memoria ni la puntería. Si ahorita, de un balazo, puedo acabar con el vuelo de un zopilote de las sierras. Esto de que Emiliano vive es cuento, señor, toda esa historia del caballo blanco…
Así dijo el viejo. Sólo que aquella noche, el incrédulo, vio bajar de las sierras al caballo blanco y su jinete. Sacó su pistola. Pero tarde. El jinete le disparó su 30-30. Se desparramaron en la tierra los pensamientos del incrédulo. Fue así como murió don Buenaventura Salazar, según dicen.
Pedro Orgambide

Ulises (REPETIDO 9/06/2015)

jj millas3 Cada español vio el año pasado una media de 22.000 anuncios. Así que a simple vista, sin echar mano de la calculadora, es como si nos fusilaran 2.000 veces al mes, unas 60 al día. Cruzas por delante de la tele para rescatar de los suburbios de la librería un libro de poemas y recibes seis ráfagas o siete que te dejan en el sitio, aunque tus deudos no lo adviertan: también ellos han sido ejecutados varias veces desde que se levantaran de la cama. Con el libro en la mano vuelves sobre tus pasos, y mientras abandonas la habitación decidido a no volver la vista a la pantalla, el electrodoméstico continúa ametrallándote a traición no para que caigas, no es tan malo, sino para que, verticalmente muerto, salgas a la calle a comprar una colonia, un coche, unas gafas de sol, un cursillo de inglés, una hipoteca o una caja de compresas extrafinas y aladas congeladas para amortizar la inversión del microondas.
Ya en la parada del autobús abres el libro y tropiezas, lo que son las casualidades de la vida, con unos versos de Ángel González que se refieren a los reclamos publicitarios de la civilización de la opulencia: «No menos dulces fueron las canciones / que tentaron a Ulises en el curso / de su desesperante singladura, / pero iba atado al palo de la nave, / y la marinería, ensordecida / de forma artificial, / al no poder oír mantuvo el rumbo».
Si miras alrededor, verás otros Ulises atados, como tú, al palo de un libro. Sólo que esto es un autobús y no una nave, y que en lugar de regresar a Ítaca vuelves a la oficina. Cómo no caer, aunque sea un instante, en la tentación de escuchar lo que dice la sirena de Calvin Klein, de Mango, o de Winston, que te susurra al oído obscenidades cancerígenas. Veintidós mil anuncios, 2000 al mes, unos 60 al día. No hay héroe capaz de resistirlos ni Penélope que lo aguante. Estamos listos.

Juan José Millás

En el avión

ana maria shua 12 Hace calor, estamos atados a nuestros asientos, no hay espacio para extender las piernas. Esperamos, contra toda lógica, que el avión levante vuelo, confiamos como niños en que la pesadísima construcción de acero correrá locamente por la pista hasta echarse a volar. Sólo los desconfiados, los intensos, los verdaderamente adultos somos capaces de ver la figura del enorme pájaro rock que toma el avión entre sus garras y nos eleva sobre las nubes de una manera tanto más razonable, más explicable, más sensata.

Ana María Shua

La aventura

alonso-Ibarrola2 Sonó el teléfono de mi despacho. Era Ana. Me causó gran extrañeza porque jamás me había requerido directamente para nada. Era su marido quien trataba siempre conmigo. Una amistad íntima, fraterna, surgida hacía muchos años, que su posterior matrimonio no truncó ni enfrió. Ana estaba nerviosa, excitada… y yo no supe detenerla a tiempo. Tenía necesidad de desahogarse con alguien. Eso supuse al oír las primeras frases. Luego, la confesión, de improviso, se tornó más íntima, más personal, más alusiva, más directa… ¿Estaba loca? Con cuatro hijos a su cuidado v me proponía una huída… «¡Compréndelo, Ana! No es posible…». Pero Ana no quiso comprender nada y colgó. Aquella misma tarde hablé con su marido, le conté todo v no pareció sorprenderse. «Escucha -me dijo-, ¿por qué no aceptas?». Mi asombro fue tan grande que no pude replicar ni decir nada… «Pero si…». Él insistió: «Escúchame con calma. No dramaticemos. Ella necesita una aventura, un escape… Está harta de mí, del hogar, de los hijos… Sus nervios están deshechos. Tú eres mi mejor amigo, tengo confianza en ti… Si no fuera así no me atrevería a decirte que, por supuesto, todos los gastos que ocasione vuestro viaje… -por cierto, ¿a dónde iríais?- los pagaría yo… ¿Qué me dices a esto?». «No sé -balbucí-. Tendré que consultarlo con mi mujer..».

Alonso Ibarrola

Todos a cien

Luis-Suarez – Trama, trama, de alta cuna de baja cama…
– ¿No era dama, dama?
– Puede ser, yo es que era más de Serrat que de Cecilia.
Carlos Francisco pagó la cuenta y le dijo a su amigo que graves asuntos de Estado le reclamaban. Salió del bar y subió para arriba. Así pueden identificar a Carlos Francisco como español, pues sólo los españoles suben para arriba. Subió para arriba y llegó a un Todo a 100. Entró. Le atendió una china de edad indefinida. Igual que los españoles suben para arriba, los chinos tienen todos edad indefinida.
– Vengo a que me pongan a cien.
– ¿Cómo, señol?
– Que vengo a que me pongan a cien. Lo dice fuera en su cartel: Todos a cien.
– ¿Cómo, señol?
Carlos Francisco salió para afuera (recuerden, era español) y le mostró a la china el cartel: Todos a 100.
– Mírelo. Todos a 100. No, Todo a 100. Todos a 100. Quiero ejercer mi derecho como cliente y que me pongan a cien.
La china pareció entender. Le cogió de la mano y entraron. No para dentro, porque iba delante la china. Le bajó los pantalones y le metió por el primer orificio que encontró por la zona, unas bolas chinas. Bolas chinas rellenas de curaré, pero chino. Explotaron al poco tiempo en el interior de dentro de Carlos Francisco. Murió en el acto. Carlos Francisco nunca podría tener una edad indefinida como la china. Murió de bolas chinas a 100. La china de edad indefinida le puso en el escaparate con los pantalones bajados y un hilito saliendo del único orificio próximo a la zona. Por supuesto le puso a 100. El cartel con el precio, que colgó del hilito, así lo indicó.
Luis Suárez

Paz

soldados La Muerte soñó que se moría. Se despertó tan asustada que decidió quedarse en cama todo el día. Los soldados –en cientos de frentes de batalla– aprovecharon la pacífica jornada para aceitar sus fusiles.

Víctor del Val

Fidelidad

Marco Denevi3 Finalizada la Odisea, que había durado veinte años, el feroz guerrero Drímaco regresó a su hogar y allí se pilló una rabieta porque su mujer, mientras tanto, había tenido, según un mito recogido por el poeta Calistágoras, veinte hijos.
Pero ella le explicó: habiéndole suplicado a Eros poder quedar embarazada con sólo pensar en el marido ausente, el dios le había concedido esa gracia.
«Si no tuve más hijos», agregó, «no es porque haya dejado de pensar en ti todo el tiempo sino porque cada embarazo me llevó nueve meses y aún diez».
Según Calistágoras, las malas lenguas murmuraban que, de no ser así, habría podido parir siete mil hijos.

Marco Denevi

La cueva

Ana MAria mopty Siempre sueño que en las noches, con femenina gracia, se desliza descalza hasta mi lecho. Me murmura complaciente y cómplice. Yo la busco con mis manos sin tocarla, siempre en la cueva, cuando la noche va extinguiendo una estrella que persiste.
Cada día es igual, cuando amanece y el mar grita:
-Ulises.
-Penélope -grito yo, estremeciéndome.

Ana María Mopty de Kiorcheff