1.135 – Once del once del dos mil once

 Algunas personas dijeron haber sentido un ligero temblor interno, más un escalofrío que un desplazamiento direccional, pero la mayoría ni lo notamos y solo poco a poco fuimos siendo cabalmente conscientes de que el día del fin del mundo, esta vez sí, había llegado realmente. Como ejemplo, expondré brevemente el caso de mi familia, de mi madre, para ser más concreto. Ella había preparado una cena especial. De nada sirvió que, tanto mi hermano como yo, le recordáramos que no era la noche del fin de año sino del mundo y que bien podía excusar los langostinos. A los postres encendimos el televisor para ver el programa especial que nos habían estado anunciando durante toda la semana que se emitiría ese día en directo desde el Japón. Pero no había más señal que una carta de ajuste y el himno nacional –el nuestro, no el nipón. “¡Al final, siempre acaban echando lo mismo!”, dijo mi cuñada mientras servía el café. Mi madre asintió. “Bueno hijos, pues parece que, después de todo…”. Entonces sonó el timbre de la puerta. Era mi padre, que había regresado desde el reino de los muertos “para el juicio final”, dijo. Y empezamos a atar cabos. Pero hasta que se presentó la bisabuela, mi madre no quedó del todo convencida.

Janial
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949 – Tiempo sin esperanza

 Nos han robado los colores, dijo asomado a la ventana. Fue cuando los demás caímos en la cuenta. Había desaparecido el verde de las ranas, el amarillo del cereal, la plata de los olmos en otoño y el dorado del roble. Hasta el horizonte perdió su color. Nubes cerradas, portadoras de una lluvia constante, asemejaron el día y la noche. Vino un apagón que dejó todo a oscuras. Negros se veían los charcos, el lodo, las aceras embarradas. Negras las esquinas, las puertas de las casas. El pan, el vino de los odres, la carne podrida en las cámaras frigoríficas. Hombres de negras botas con almas sucias los habían robado, escondiéndolos en las cuevas de la sierra, antes de que aquel lugar fuera marcado por un ferrocarril con vías muertas que se movían a base de palancas. El tren atravesaba un túnel y azabache era el humo que salía por la chimenea de la fábrica. Y los aviones escupían. Tiempo de funerarias, cocheros de levita, corceles de carbón. Ningún nacimiento.
Atrancó la puerta de casa para que el luto no entrara, pintó la mesa con el color del ciruelo, las paredes de azul, sillas como amapolas y camas con campos de girasoles. Resistir hasta el final.

Carmen Peire

 Horizonte de sucesos. Ed. Cuadernos del vigía, 2011

948 – La lógica

 Según un tribunal de Nápoles, la violación no es delito cuando la víctima lleva vaqueros. Ni cuando el agresor lleva toga, deducimos nosotros de tan pintoresca resolución aun sin disponer de jurisprudencia sobre el caso. La justicia es el reino de la lógica. Si en Chile no existe una orden de busca y captura contra Pinochet, es porque no ven la relación entre el general y los muertos. Un asesino que se precie ha de tener más cuidado con no dejar lógica que con no dejar huellas. Si la víctima, en fin, llevaba vaqueros, que se fastidie. La justicia, aunque ciega, tiene una pasión sin límites por el raciocinio. Y es que cuando perdemos unos sentidos se acentúan otros. Al quedarse sin vista, la ley ha desarrollado anormalmente el sentido común, pues hay que tener un sentido común muy anormal para llegar a tales conclusiones.
Ahora bien, supongamos que se dan las dos circunstancias a la vez: el agresor lleva toga y la víctima vaqueros. Lo lógico, piensa uno, es que en tales casos (rarísimos, si hemos de decirlo todo) la víctima pague una indemnización al agresor, ya que, de haber sabido éste que la damnificada iría vestida de tal guisa, no tendría que haber pasado por la humillación de ponerse una toga para violarla, con lo mal vistas que están las togas, por favor. Hay víctimas cuya culpabilidad debería ser, en buena lógica, doble, o triple.
Pensemos en la cantidad de hombres que se ven obligados a acosar con toga por una falta de previsión de las acosadas, cuyo deber ciudadano es anunciar si van a salir de casa con faldas o a lo loco.
Todavía hay otro supuesto jurídico en el que algunos consideran que no hay violación, y es cuando el juez, además de con toga, actúa iluminado. Es decir, cuando viola oyendo dentro de su cabeza unas voces que le ordenan cargarse, por ejemplo, la libertad de expresión. En tales supuestos, y por mucho que el agresor togado se empecinara en violar a la víctima en las posturas más ofensivas que quepa imaginar, quedaría libre de cargos y podría volver a abusar de cuantas víctimas con vaqueros o con libertad de expresión atravesaran inocentemente su juzgado. Lo curioso es que para llegar a todo esto, por lo visto, hay que hacer oposiciones.

Juan José Millás

947 – Y yo tan tonto (Para Daniela)

 -¡Eres estupenda!
-¿De verdad?
-De verdad. Eres guapa, inteligente, cariñosa…
-¡Guau! Vaya halagos… no seas pelota…
-No es peloteo, es la verdad… Lástima que yo sea tan tonto…
-¿Por qué dices eso? ¡Tú no eres ningún tonto!
-Es que… no sé… tú tan lista, tan mujer, con las cosas tan claras… y yo…
-¿Tú qué?
-Yo… no sé… es que… creo que no te merezco…
Dana se levantó de la cama que acababan de deshacer. Se fue hacia el baño y, antes de cerrar la puerta, le dijo:
-Cuando te vayas, por favor deja mi corazón en la mesilla.

Alejandra Díaz-Ortiz

946 – De Boccaccio

 Sorprendidos por el rey, a quien estaba destinada la mujer, los amantes fueron condenados al fuego.
Los ataron desnudos espalda contra espalda. Los verdugos amontonaban haces de leña verde a su alrededor cuando el caballero De Lauria reconoció a los jóvenes, hijos de nobles familias de Ischia y de Procida. Acercándose al poste de torturas, le preguntó al mancebo en qué podía ayudarlo.
-Si tenéis influencia ante el rey -dijo el muchacho- obtened para mí la gracia de que me den vuelta, para morir mirándome en sus ojos.
El caballero de Lauria se apresuró a decirle al rey Federico quienes eran esos dos bellos jóvenes que esperaban su ejecución. El rey comprendió su error y se avino a soltarlos.
De donde se deduce que la pasión sincera y las respuestas conmovedoras son imprescindibles para ser transformado en personaje y vivir eternamente. Pero para prolongar el modesto lapso de una vida humana, es mucho mejor tener parientes ricos.

Ana María Shua

945 – El reglamento

 Llevaban casados tres años y pasaban estrecheces económicas. Es por ello que, cuando en su empresa convinieron en admitir a diez nuevas secretarias, se lo dijo a su mujer. Ésta superó las pruebas de aptitud y obtuvo la plaza. Al rellenar los impresos declaró ser «soltera» y dio como domicilio el de sus padres. Estaba prohibido terminantemente en la empresa que trabajaran marido y mujer. Todo fue bien. Se ignoraban mutuamente cuando se veían en los pasillos y despachos y se evitaban a la salida. Cada uno iba a su casa por caminos diferentes. Un día de verano no pudieron resistir la tentación y fueron sorprendidos por una compañera en el sofá de la sala de visitas, en la hora de descanso asignada para el almuerzo, en postura muy comprometedora. La empresa juzgó que la culpable era ella (él llevaba quince años en la misma, demostrando una conducta intachable) y la despidió. Él siguió en su puesto, aguantando las miradas irónicas y sonrisas maliciosas de sus compañeros y sobre todo las cartas anónimas que le dirigían a su mujer. «Tenga cuidado. Es un sinvergüenza», decía una de ellas. Y contaba lo ocurrido…

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010