1.472 – Abismo

metronomo Ese tic tac que escuchamos hace rato al otro lado de la pared nos resulta ahora especialmente molesto. En otra época nos reíamos, comentábamos su ritmo, sus variaciones, y muchas veces lo emulamos como metrónomo de nuestra propia cadencia. Está claro que los dos lo oímos, callados en la oscuridad, esperando incómodos a que termine y, sin hacer ningún comentario, nos giramos cada uno hacia nuestro lado abriendo un abismo de colchón vacío.

Juan José Quintas Feijoo
Relatos en cadena. Cadena SER . Santillana Ediciones Generales, S.L. 2010

1.471 – Lejanías

jose-maria-merino2 No hay demasiada gente y puedo ver con claridad a la mujer desde el mismo momento en que entra en el vagón. Hay algo raro en sus ropas y en su actitud. Cubre su cabeza con una pañoleta oscura, las puntas atadas en la nuca, y los hombros con una toquilla parda. Salvo por los zapatos deportivos, parecería una campesina de otra época. De uno de sus hombros cuelga una especie de zurrón, y lleva en una mano un vaso de plástico, mientras enarbola en la otra un objeto que no puedo distinguir todavía.
Con voz aguda, trémula, y con aire de súplica, la mujer inicia una larga parrafada, en que sólo se entienden dos palabras, una que se parece a «señores» y otra que habla de alguna parte de la Europa del sur oriental. Algunos pasajeros buscan monedas en los bolsillos y las depositan en el vaso de la mujer. Cuando está más cerca puedo ver que el objeto que presenta es la fotografía de un grupito de personas.
Entonces percibo un movimiento en la mujer que va sentada a mi lado, y me encojo con gesto instintivo, imaginando que ha movido sus brazos para buscar en su bolso alguna limosna con destino a la exótica pedigüeña. Mi vecina lleva un bolso de lona viejo y viste un abrigo bastante raído.
Sin embargo su gesto no indicaba ninguna búsqueda en su bolso, sino un movimiento del cuerpo, el de ponerse en pie. Lo hace, y casi al mismo tiempo empieza a dar voces rabiosas, en un idioma también desconocido, dirigidas a la mujer que viene por el pasillo con su vaso de plástico y su fotografía. La otra se queda quieta, atónita, pero enseguida responde a las imprecaciones de mi vecina con gritos destemplados. Separadas por un pequeño espacio, ambas mujeres se gritan, se recriminan, tal vez se insultan, en esa lengua extranjera, incomprensible.
El metro se ha detenido en una estación y, como si la parada marcase la culminación de una crisis, las mujeres se callan, se miran, y de repente echan ambas a llorar, una frente a la otra, con largos gemidos la mendiga, con hondos sollozos mi vecina, mientras el resto de los pasajeros, sin comprender nada, sentimos pasar a nuestro lado el ángel de la desolación.

José María Merino

1.470 – El ilusionista

ramon g de la serna En el despacho de la Dirección del Circo se presentó una tarde un hombre flacucho, con tipo de cesante y de gato disecado.
El director le preguntó que qué hacía. Él dijo que era ilusionista, y que hacía desaparecer los objetos y las personas.
El gordo director, que jugaba con la moneda de un dije, como si con ella en la mano estuviese pensando una jugada sobre el tapete verde, le dijo riendo:
-¿A que no me hace usted desaparecer a mí?
El ilusionista se desabotonó los puños de la americana y de la camisa, sacó el lápiz largo que era su varita mágica y dando un golpecito en la calva al director le hizo desaparecer. Después se quedó pensativo y resolvió no volverle a hacer aparecer.
Desde entonces es el director del circo el ilusionista.

Ramón Gómez de la Serna
La otra mirada.Antología del microrelato hispánico. Ed. Menoscuarto.2005

1.469 – Autobús

Luis_mateo_Diez33 Ella sube al autobús en la misma parada, siempre a la misma hora, y una sonrisa mutua, que ya no recuerdo de cuándo procede, nos une en el viaje trivial, en la monotonía de nuestra costumbre.
Se baja en la parada anterior a la mía y otra sonrisa furtiva marca la muda despedida hasta el día siguiente.
Cuando algunas veces no coincidimos, soy un ser desgraciado que se interna en la rutina de la mañana como en un bosque oscuro.
Entonces el día se desploma hecho pedazos y la noche es una larga y nerviosa vigilia dominada por la sospecha de que acaso no vuelva a verla.

Luis Mateo Díez
La otra mirada.Antología del microrelato hispánico. Ed. Menoscuarto.2005

1.468 – ¿Quien es la víctima?

ana maria shua Los payasos actúan en parejas. Por lo general uno de ellos es víctima de las bromas, trucos y tramoyas del otro: el que recibe las bofetadas. Las parejas pueden ser Augusto y Carablanca, Pierrot y Arlequín, Penasar y Kartala, el tonto y el inteligente, el gordo y el flaco, el torpe y el ágil, el autor y el lector.

Ana María Shua
Fenómenos de circo. Ed. Páginas de espuma. 2011

1.467 – Metamorfosis

angel guache2 Cuando despertó aquella mañana, descubrió al resto de los humanos transformados en cucarachas, y él, Gregorio Samsa, representante de calcetines y de jamones de pata negra, recientemente instalado en España, se encontró, de la noche a la mañana, desprovisto de clientes; arruinado su negocio.
Después de darle muchas vueltas al asunto, hizo acopio de valor, y de una considerable cantidad de insecticidas.

Ángel Guache
Sopa nocturna, Pre-textos-1994

1.466 – Es muy mala la tristeza

eugenio mandrini Malísima, es. Y por eso el recién llegado dijo que la podía curar, que solo él la podía curar. Así fue que lo eligió al Luis, un muchachote de una cara de tristeza sepulcral y de labios del color de las tardes cuando empiezan a envejecer, y lo hizo sonreír. Para ello se valió de un hilo casi invisible de tan fino, con el cual cosió cada comisura de los labios y las unió a cada lóbulo de las orejas. El Luis, su familia y la gran mayoría del pueblo quedaron satisfechos y extasiados con esa sonrisa desmesurada que era como todas las sonrisas a la vez. Solo unos pocos, los escépticos de siempre, persisten en afirmar que, de algún modo, el curador de la tristeza fracasó, porque no supo borrarle de los labios al Luis ese insoportable color de las tardes cuando empiezan a envejecer.

Eugenio Mandrini

1.465 – El alba

alonso ibarrola Me resulta difícil conciliar el sueño. Me pongo a pensar en la hora de mi muerte y llega el alba. Un día más, me digo con gran satisfacción. No quiero que la muerte me sorprenda durmiendo. Quiero saber realmente cómo llega.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010