Vi morir a mi padre y no lo olvidaré jamás. El sacerdote trataba de empujar hacia su garganta la hostia consagrada y casi en el estertor, convertida en un amasijo, volvía con una arcada al exterior. En ese instante le dije: «Padre, tú y yo tenemos que hablar en la otra vida, si es que hay otra vida. Dentro de poco lo vas a saber…». Me miró con sus ojos, grandes como platos, y así se quedaron. Me pregunto si me oyó…
3.094 – Backstage
3.093 – Adán y Eva
3.092 – Se traspasa
Mi madre fue, durante más de una década, la librera del barrio. Dicen que desfalleció una noche por vivir tantas historias ajenas. Husmeaba con esmero cada libro que llegaba a sus estantes, manoseando desgracias de muertes y amores como si fueran propias. Palpitando con ellas. Rezumando palabras advenedizas.
Cuentan en el vecindario que su negocio nunca dio más que para pagar las deudas, pero jamás lanzó un lamento que sirviera de argumento a mi padre para cerrarle el local. Ella leía de día y de noche en la soledad de aquel cuartucho, tal era su desmedida afición por las palabras. Hasta que un día, cansada de descifrar siempre los mismos finales imaginados, comenzó a arrancar las páginas más predecibles y reescribirlas. Descubrió con esta práctica la forma de descuartizar rutinas.
Desde entonces la recuerdo sobre el taburete de la librería deshojando desenlaces de novelas, mezclando tramas policíacas con surrealistas; confabulaciones románticas con giros de terror. Una noche, mientras destripaba su último ejemplar, desapareció. Desde entonces intenta mi padre traspasar el negocio, pero los libros continúan mezclando sus páginas huérfanas buscando finales imposibles y no conseguimos poner orden para atraer a ningún comprador.
Xenia García
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3.091 – Noche en el museo
El grito de Munch alerta al vigilante del museo: el bodegón de Cézanne ha desaparecido. La Mona Lisa sonríe de forma enigmática, centrando las primeras sospechas. La maja desnuda, en cambio, parece no ocultar nada. Vulcano, despechado, acusa a la Venus de Botticelli, que a su vez señala al caballero, que, con la mano en el pecho, jura y perjura que es inocente. El pensador, taciturno, contempla la noche estrellada en busca de alguna pista. Ajenas a lo sucedido, las hilanderas continúan tejiendo al compás del tictac de los relojes blandos. Entretanto, Saturno disimula mientras sigue devorando a su hijo.
Francesc Barberá
3.090 – The canary murder case II
Es terrible, mi tía me invita a su cumpleaños, yo le compro un canario de regalo, llego y no hay nadie, mi almanaque de be estar defectuoso, al volver el canario canta a chorros en el tranvía, los pasajeros entran en amok, le saco boleto al animal para que lo respeten, al bajarme le doy con la jaula en la cabeza a una señora que se vuelve toda dientes, llego a casa bañado en alpiste, mi mujer se ha ido con un escribano, caigo rígido en el zaguán y aplasto al canario, los vecinos claman por la ambulancia y se lo llevan en una tablita, me quedo toda la noche tirado en el zaguán comiéndome el alpiste y oyendo el teléfono en la sala, debe ser mi tía que llama y llama para que no vaya a olvidarme de su cumpleaños, ella siempre cuenta con mi regalo, pobre tía.
Julio Cortázar
Último round
3.089 – Esperanza
No sabría deciros por qué, de tantos recuerdos, justo me viene éste, de jugar a indios y vaqueros, de él haciendo de indio con mucho respeto y seriedad y muriendo abatido por mis tiros, mi dedo índice humeando, y los del primo Toni y del Babas, el compañero de pupitre. No sé por qué justo pienso en lo bien que se moría el condenado, doblándose sobre el estómago, cayendo de rodillas, retorcido, hasta quedar muerto y bien muerto sobre la hierba del parque, inmóvil hasta que nos acercábamos y lo sacudíamos de los hombros y resucitaba sonriente, borrándonos un poco la cara de susto.
No sabría deciros, pero seguramente por el recuerdo venido, me acerco al ataúd donde descansa sereno, con las manos cruzadas un poquito por debajo del pecho y me inclino sobre él, me acerco a su oído y le digo, ya está bien de hacer el indio, y lo sacudo de los hombros, hasta que me detiene su hijo, ¿pero estás loco viejo chocho?, y después me siento a esperar, aunque creo que no quieren que me quede, para ver la cara que ponen, los demás, cuando se levante.
Jesús Esnaola Moraza
Los años de la lluvia
3.088 – Lavado en caliente
Cuando me abandonaste tuve que aprender a hacerme la colada. Utilizaba un programa de agua caliente, y mis pantalones y jerseys encogían tanto que parecían de bebé. Un día me olvidé un billete de cincuenta euros. Después del centrifugado se convirtió en uno de cinco. El día que me dejé el móvil recogí un celular diminuto, del tamaño de un pulgar. En otra ocasión la lavadora convirtió un balón de reglamento en una canica insignificante. Decidí meter una novela. Cogí una al azar de la estantería: Parque Jurásico de Michael Crichton. Tras el programa de lavado salió el cuento del dinosaurio de Monterroso. Hoy me he metido yo dentro de la lavadora. Te escribo esta nota con el corazón encogido: Ya he superado lo nuestro.
Manu Espada
I Concurso de Microrrelatos LdN
3.087 – El agua, 7
El ahogado apareció días más tarde, hinchado, azulado, tumefacto. Su madre lloró por él, le dio un buen tirón de orejas, le mandó a la cama sin cenar y le riñó severamente por escaparse de casa sin avisar y meterse en peleas.


