Choan C. Gálvez
Lingüistas
Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.
De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
¡Qué sintagma!
¡Qué polisemia!
¡Qué significante!
¡Qué diacronía!
¡Qué exemplar ceterorum!
¡Qué Zungenspitze!
¡Qué morfema!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.
Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: »Cosita linda».
Mario Benedetti
Perdices
Como todos los días, Salvador Lafontaine cuelga sobre el muro la jaula de perdices y nada le importa que desde hace cuatro años, cuando aquellos días de helada que lo quemaron todo, ya no haya perdices, porque él las sigue escuchando y no admite la menor réplica sobre el asunto. El día para él transcurre de esa forma, es decir, al lado de la jaula, trajinando sobre las varetas de olivo que en sus manos diestras parecen más bien mantequilla o juncia. Un artista de eso, y a ver, a ver qué daño hace. Salvador Lafontaine no se mete con nadie, dicen que por no quebrar el trajín de sus perdices, que se pasan el día refiriendo historias de esos lejanos países que vuelan en la noche.
Los domingos, todos los domingos sueltan por el pueblo dos autobuses llenos de turistas que se llevan el áspero aceite del molino, embutidos caseros, quesos sudados, piñonates y tortas del Carmona y con un poco de suerte las cestas de Salvador Lafontaine, que él cuelga de cualquier forma en el mismo clavo donde los otros días reposa la jaula perdicera. Él de eso vive, de eso y de la paguita de treinta mil pesetas que le sacó Mariano el del ayuntamiento cuando lo dejaron solo en este mundo y a ver de qué se iba a valer. De eso, quiero decir, y de escuchar durante horas sus perdices, temiendo que llegue la noche y al descolgar la jaula descubra que han volado.
Manuel Moya
Salvo excepciones
En la sala repleta circuló un aire helado cuando don Luciano, con todo el peso de su prestigio y su insobornable capacidad de juicio, al promediar su conferencia tomó aliento para decir: «Como siempre, quiero ser franco con ustedes. En éste país, y salvo excepciones, mi profesión está en manos de oportunistas, de frívolos, de ineptos, de venales».
A la mañana siguiente su secretaria le telefoneó a las ocho: «Don Luciano, lamento molestarlo tan temprano, pero acaban de avisarme que, frente a su casa, hay como quinientas personas esperándolo». «¿Ah, si?» dijo el profesor de buen ánimo. «¿Y qué quieren?».»Según dicen pretenden expresarle su saludo y admiración.» «Pero, ¿quienes son?». «No lo sé con certeza, Don Luciano. Ellos dicen que son las excepciones.»
Mario Benedetti
Celebración de la fantasía
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
Eduardo Galeano
Epílogo
Cuando escribió la palabra “fin” se dio cuenta de que su personaje aún respiraba, pero ya era tarde para ayudarlo, así que cerró la pluma y lo dejó morir.
Alvaro Barnagán García
Incontinencia
Por ce o por be, algunos lo cuentan todo. Pero lo cuentan ce por ce y be por be. O sea, punto por punto, sin faltar una coma. Mejor es no contar nada de nada, como que tú ni fu ni fa, ni bueno ni malo. No hay que andar con dimes y diretes, contando las cosas con pelos y señales de tal y tal, ni irse por los cerros de Úbeda, ni andar de la Ceca a la Meca, sino plis plas, en un abrir y cerrar de ojos. La cosa no está ni aquí ni allí, sino que es un toma y daca, hoy por ti mañana por mi. Si no, tiempo al tiempo porque eso es así de la cruz a la fecha. Es más, ni tuge ni muge, porque todos sabemos de qué estamos hablando.
Antonino Ney
Motivo literario
Le escribió tantos versos, cuentos, canciones y hasta novelas que una noche, al buscar con ardor su cuerpo tibio, no encontró más que una hoja de papel entre las sábanas.
Mónica Lavín
Fertilidad
A punto de terminar su relato, una ráfaga de viento se llevó las palabras. Cayeron en tierra fértil, y en primavera brotaron cuentos de colores.
Lola Díaz
Amor
Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.