Soy un maniático textual: no me resisto a jugar con la lengua.
Etiqueta: Sábado
3.583 – Azar
3.576 – De raíz
Cuando me dijeron que mi hijo no podría hablar nunca, que tenía un cromosoma atravesado y una nube oscurecía la zona del cerebro donde se amasa el pensamiento y se tejen las palabras, lo primero que recordé fue que había planeado aprender con él los nombres de los árboles. Lo ansiaba desde que nació: andar por el campo, juntos los dos, y distinguir las hayas y los abedules, los arces, los castaños, los quejigos, los robles y los enebros. Pensé en ello mientras por detrás de la cara del médico, un rostro inexpresivo entrenado para dar malas noticias, observaba los árboles de aquella clínica meciéndose suavemente, como acunando una pena. Le pregunté al doctor qué árboles eran aquellos y pareció tan extrañado por mi pregunta que se encogió de hombros y no supo contestarme. Le noté incómodo, como si quisiera dar la consulta por finalizada. Nos despedimos, cogí a mi hijo en brazos, salimos de la clínica y al cruzar el jardín, con el sol de espaldas, observé que nuestras sombras dibujaban una silueta en la que yo era un tronco seco y aquel niño de pelo rizado sobresalía como una gran flor que me brotaba.
Miguel Mena
3.569 – Golpe
3.562 – El perdón
3.555 – Despliegue
3.548 – El abejorro II
3.541 – Gandulismo
Gandules, dijo el médico que tenía yo los espermatozoides tras leer los resultados del análisis; se lo digo así para que ustedes me entiendan, añadió. No sé qué debió pensar mi mujer. No me atrevía a mirarla. Me sentía fatal. Ella siempre me recrimina que ayudo poco en casa, que me pirra espachurrarme en el sofá, que nunca muevo un dedo. Y ahora esto.
Miguelángel Flores
De lo que quise sin querer – Ed. Talentura – 2014
3.534 – La noche de Asterión
Lentamente se oscurece el cielo y la mirada del minotauro extiende un manto de estrellas sobre la tierra. Estrellas de agua solidificada y núcleo de perla. El suelo se estremece. Hace frío. La soledad y la noche son impenetrables. Sentado en su trono, el minotauro cierra los ojos. Recoge poco a poco las estrellas, y vuelve a emerger la luz que lo petrifica.
Andrea González
3.527 – Siempre el paraíso
Se transformaba a cada instante. Huía sin remedio. Era un cazador profesional. Capaz de introducirse en una sinagoga con dulces para ofrecer a los presentes mientras atisbaba la apartada sección de mujeres, convertida en un súbito harem. O de aprender húngaro para conversar con la madre de su siguiente conquista. También le daba por asumir formas proteicas: pez, chupamirto, lobo, araña. Yo lo amaba en cada una de sus facetas y lo esperaba después de cada transformación. Mientras tanto, me derramaba en otros continentes, pero en cada travesía siempre lo buscaba a él. Me maravillaban sus artes metamórficas, su capacidad líquida para escurrirse entre las manos. Por supuesto, deseaba apresarlo, proclamar que ese hombre múltiple era sólo mío.
Un día llegó a mi casa extenuado. Sus ojos urgían una tregua. Se quedó dormido entre mis brazos como agua escondida. Cabía en un cuenco, un simple vaso. Podía beberlo sin prisa. Pero me contuve, sospeché la tristeza de Dalila, el dolor de Salomé y me contuve.
“Tuve un sueño raro”, me dijo al despertar. “Eras una mujer de agua que dormía en el lecho de un valle. Hombres que venían del desierto te descubrían y te deseaban: querían poseerte ?yo entre ellos?. Te forzábamos. Te resistías. La sed iba en aumento, imperiosa, tiránica: terminábamos por beberte. Aún paladeaba el último sorbo ?el cuenco líquido de tu cadera, creo? cuando de pronto lo supe: una nueva sed, rotunda y desesperanzada, comenzaba a secarme el alma.”
Y guardó silencio. Busqué sus ojos y él los míos. Por primera vez desnudos desde la última ocasión en que escapamos juntos del Paraíso.





