La aventura

alonso-Ibarrola2 Sonó el teléfono de mi despacho. Era Ana. Me causó gran extrañeza porque jamás me había requerido directamente para nada. Era su marido quien trataba siempre conmigo. Una amistad íntima, fraterna, surgida hacía muchos años, que su posterior matrimonio no truncó ni enfrió. Ana estaba nerviosa, excitada… y yo no supe detenerla a tiempo. Tenía necesidad de desahogarse con alguien. Eso supuse al oír las primeras frases. Luego, la confesión, de improviso, se tornó más íntima, más personal, más alusiva, más directa… ¿Estaba loca? Con cuatro hijos a su cuidado v me proponía una huída… «¡Compréndelo, Ana! No es posible…». Pero Ana no quiso comprender nada y colgó. Aquella misma tarde hablé con su marido, le conté todo v no pareció sorprenderse. «Escucha -me dijo-, ¿por qué no aceptas?». Mi asombro fue tan grande que no pude replicar ni decir nada… «Pero si…». Él insistió: «Escúchame con calma. No dramaticemos. Ella necesita una aventura, un escape… Está harta de mí, del hogar, de los hijos… Sus nervios están deshechos. Tú eres mi mejor amigo, tengo confianza en ti… Si no fuera así no me atrevería a decirte que, por supuesto, todos los gastos que ocasione vuestro viaje… -por cierto, ¿a dónde iríais?- los pagaría yo… ¿Qué me dices a esto?». «No sé -balbucí-. Tendré que consultarlo con mi mujer..».

Alonso Ibarrola

En el avión

alonso-Ibarrola2 El avión de la línea regular volaba repleto de pasajeros. Era un vuelo con escalas previstas… Por lo menos, así lo creyó cuando montó. Se llevó una gran sorpresa al enterarse por la azafata de que, dado que era el único pasajero con billete para Wichita, el avión (evidentemente con la intención de ahorrar combustible) no haría escala… «Se precisa un mínimo de dos pasajeros», le aclaró la azafata v le tendió el paracaídas, que utilizaban para estos casos. Atemorizado sugirió la posibilidad de continuar el vuelo. Se le informó que podía hacerlo, pero abonando un suplemento. Ante esta perspectiva se dejó enfundar dócilmente el paracaídas. Los demás pasajeros no prestaban la más mínima atención a la conversación. Leían, dormían, charlaban. Parecían estar habituados a estos preparativos. Cruzaron el pasillo y llegaron a la portezuela trasera del avión. Un rótulo decía: «Salida de emergencia». La azafata, mientras abría la misma, indicó al pasajero una anilla que le colgaba del paracaídas: «Tire de ella una vez que haya contado hasta diez». Y empujó al vacío al aterrorizado pasajero. Su cadáver, naturalmente destrozado, lo encontraron una semana más tarde. Se armó un pequeño escándalo y la Compañía se avino a mejorar el dispositivo de los paracaídas utilizados en estos casos.

Alonso Ibarrola

El donante

alonso-Ibarrola2 He donado todo lo que se puede donar. Ojos, riñones, cerebro… Pueden quedarse con todo. No me importa que despedacen mi cuerpo, que me destripen, que me abran en canal… Ya no sufriré. ¿Sabían que a muchas personas las entierran vivas, considerando que están clínicamente muertas? Un doctor francés investigó en numerosos cementerios y vio ataúdes por dentro. Las tapas estaban arañadas, encontró uñas clavadas en la madera del cajón, dedos consumidos, cuerpos retorcidos… Y es que en los hospitales, en las clínicas, lo hacen todo deprisa y corriendo. Y si uno muere en casa, los familiares sólo se preocupan del tinte, de las velas, de las esquelas. Como en los aviones. Cuando van a despegar, más vale gritar, por si acaso: «¡Esa puerta!», porque algunas veces las dejan abiertas…

Alonso Ibarrola

Educación sexual

alonso-IbarrolaHuesca Jamás en la vida había sostenido con su hija (única, por cierto) una conversación en torno al tema sexual. Se consideraba muy liberal y progresista a tal respecto, pero no había tenido ocasión de demostrarlo, porque daba la casualidad de que la muchacha nunca había preguntado nada, con gran decepción por su parte y descanso y tranquilidad para su mujer, que en este aspecto era timorata y llena de prejuicios. Pasaron los años y un día la muchacha anunció que se iba a casar. «Tendrás que decirle algo» arguyó su mujer. Y una noche, padre e hija hablaron. ¿Qué le dijo el padre? ¿Qué cosas preguntó la hija? A ciencia cierta, no se sabe. El hecho es que la madre tuvo que esperar dos horas, y cuando salieron de la salita de estar la hija exclamó: «¡Me dais asco!». Y se retiró a su dormitorio. La madre pensó que había ocurrido lo que temía. Su marido se lo había contado todo, absolutamente todo.

Alonso Ibarrola

Ataque masivo

El enemigo estaba allí, fuertemente atrincherado y protegido por numerosas baterías, que cubrían con su fuego todo el valle. Era preciso atravesarlo con cargas furiosas de la caballería. El Alto Estado Mayor calculó que serían precisas cinco oleadas, cada una de ellas con cinco mil hombres. Teniendo en cuenta que el enemigo causaría un sesenta o setenta por ciento de bajas, era lógico suponer que la quinta oleada llegaría a su destino. Dadas las órdenes pertinentes se iniciaron las cargas. La batalla no se desarrolló según el calculo previsto y lo cierto es que para la supuesta última y definitiva oleada sólo quedaban dos soldados. Preguntaron estos si la carga tenían que hacerla a galope forzosamente, como las anteriores. Vistas las circunstancias, se les dio plena libertad para hacer lo que quisieran. Y los dos soldados, pie a tierra, cansadamente, arrastrando de la brida a sus respectivos caballos, se lanzaron contra el enemigo, hablando tranquilamente de sus cosas…

José Manuel Alonso Ibarrola