Como la pornografía o el patinaje sobre hielo, las pruebas de acrobacia repiten siempre las mismas figuras en distintas combinaciones. Buscando con cierta desesperación la originalidad, el sindicato de acróbatas organiza un concurso para premiar aquel número que sea realmente nuevo.
La mayor parte de los competidores ofrece variantes menores, que se diferencian de las pruebas habituales por la altura a la que llegan los saltos o la cantidad de acróbatas que participan. Un grupo de cinco millones cuatrocientos mil artistas chinos propone saltos simultáneos y coordinados. Gran espectáculo, sin duda, opinan los jurados, pero menos original que caro.
El ganador es un delicado artista húngaro, de cabellos rubios y escasos, que sorprende al tribunal con un salto mortal fuera de la realidad, pero no consigue volver para recibir el premio.