1.186 – El prisionero

 Cuando a Luis Augusto Bianqui le metieron de un empujón en una celda tardó varios días en advertir que podía disolverse en el aire, escapar como una exhalación por el tragaluz, reasumir al otro lado su forma corporal, andar por las calles y vivir la vida de siempre. Había un solo inconveniente: cada vez que un guardián se acercaba a la celda para inspeccionarla, Bianqui, estuviera donde estuviese, tenía que dejarlo todo y, en un relámpago, regresar y rehacer su figura de prisionero. ¡Cosas de la conciencia! Si los carceleros se distraían, la libertad de Bianqui se actualizaba. Estudió el horario de la ronda de guardias a fin de pasear por la ciudad solamente entre horas más o menos seguras, sin miedo de ser interrumpido. Trasnochaba. Pero, aun así, en la cárcel solían disponerse vigilancias inesperadas. Más de una vez había sentido el tirón desde la celda y tuvo que desvanecerse en los brazos de una mujer.
Demasiado incómodo. Poco a poco fue renunciando a su poder de evaporarse y al cabo de un tiempo no se fugó más.

Enrique Anderson Imbert

La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico. Edición de David Lagmanovich. Ed MenosCuarto – 2005

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