1.184 – Pequeño detalle

[one_half] El cadáver se halla sobre el lecho mortuorio. La viuda, hacendosa hasta en el dolor, no descuida el más leve detalle. El aposento está limpio y ordenado, pero con un plumero prosigue su concienzuda búsqueda de polvo por todos los rincones, mientras musita unas oraciones. Otra señora, de luto riguroso, acurrucada en un rincón, observa sus afanes y musita asimismo unas oraciones. El féretro, colocado a los pies del difunto, aguarda… Se oye un timbrazo. Las dos mujeres interrumpen sus oraciones y se miran interrogativamente: «¿Serán ellos?». La viuda no responde y se dirige a la puerta, alisándose el cabello. Sí, son «ellos». El momento es trágico, y la viuda comienza a llorar desconsoladamente, mientras indica con la mano dónde se encuentra su marido. El caballero, acompañado de una enfermera, se introduce en la cámara mortuoria.
La viuda, abrazada a su amiga, aguarda fuera.
«Era tan bueno, tan bueno…, pero no debería haber hecho esto», musita. [/one_half][one_half_last]Pasa el tiempo y, por fin, el caballero y la enfermera aparecen. «iSeñora, la conducta de su marido es un ejemplo!La Humanidad necesita de hombres como él, porque la Humanidad necesita ojos. ¡Gracias, en nombre de los que no ven! Uno de ellos, gracias a su marido, verá…». La viuda arrecia en sus sollozos. El caballero besa su mano y se dirige hacia la puerta, acompañado siempre de la enfermera. De nuevo a solas, las dos mujeres se dirigen a la cámara mortuoria, como si quisieran cerciorarse de que el muerto está allí… Sí, efectivamente, está allí, pero ahora tiene una venda sobre los ojos; mejor dicho, sobre las cuencas vacías… Los sollozos de la viuda se elevan de tono. La amiga la abraza… «¡Es un santo! ¡Es un santo!», musita. De nuevo, el timbre de la puerta de la calle. Es el caballero: «Perdón, señora. Su marido usaba gafas, ¿verdad?». La viuda asiente con la cabeza, con lágrimas en los ojos. «Si no le importa…, sería conveniente que me las entregara, porque el «otro» las necesitará, naturalmente…»[/one_half_last]

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

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