A ella le hubiera gustado su nariz porque parecía tallada con un cuchillo viejo, un poco desafilado, que no servía para tallar. A él le gustaba el coñac. De ella le hubieran gustado las tetas y la forma de mirar, fuerte y distraída al mismo tiempo, como si desafiara a una persona invisible o ausente. Pero como no eran personajes de la misma historia, nunca llegaron a conocerse. Vaya usted a saber los amores que nos perdemos cada día por culpa de nuestro autor.