En la Nueva España, los soldados españoles llaman esmeraldas a las piedras calchihuíes, papas a los sacerdotes, Huichilobos a Huitzilopochli, leones a los pumas, no tienen palabras para tanto pájaro y a Cempoal bautizan Almería. Su lengua los protege contra la extrañeza y la locura, luchan para no hundirse en el barro primigenio, previo a la Creación en el que todo se confunde, en el que nada existe porque nadie todavía lo ha nombrado.
Sus descendientes los recordarán con desprecio y usarán el español para llamarse a sí mismos aztecas y mexicanos.