Sobre las apetencias eróticas de ciertos microorganismos, se ha escrito poco. Como si todo en ellos fuera solamente reproducirse, como si no existieran esos bailes feroces, el cortejo desmesurado en relación con su tamaño, el lento despojarse de las membranas que culmina en la fusión de citoplasmas, la vibración salvaje de las columnas de ADN enroscándose y desenroscándose en un minúsculo pero enfebrecido gozar, con las cilias desatadas al viento líquido del agar agar, haciendo temblar, en fin, la mano de quien pretenda describir su frenesí o consignarlo, confundiendo las conexiones axón-dendrita para que sobre sus apetencias eróticas se siga escribiendo poco, muy poco.