La primera vez que Laila descubrió un post it pegado en la puerta de su casa, pensó que se trataba de una equivocación. Con una letra de armonioso trazo, alguien había escrito con tinta roja: Saber que existes es saberme vivo
Al día siguiente del primer hallazgo, al volver del trabajo, encontró un nuevo papelito engomado. Esta vez decía:
Son tus pasos el latido necesario: vida
Instintivamente, Laila miró a su alrededor. El pasillo de la tercera planta donde vivía estaba vacío. Apenas algún ruido doméstico rompía el silencio de un edificio habitado, básicamente, por personas solas.
En el tercer día, un nuevo mensaje la esperaba. Mientras abría la puerta, lo leyó:
En el tercer día, un nuevo mensaje la esperaba. Mientras abría la puerta, lo leyó:
En tus ojos, el mar
Esta vez no miró alrededor. Sonrió.
Durante diez días más, Laila llegaba ansiosa hasta la puerta de su casa, deseando encontrar un nuevo tesoro. Uno a uno, fue depositando cada post it en una cajita que tenía al lado del teléfono.
Un jueves por la mañana despertó valiente y decidió averiguar quién era el autor de aquellos versos que la hacían tan feliz. Cogió el taco de papel amarillo que se había robado de la oficina y escribió, con tinta roja, también:
Durante diez días más, Laila llegaba ansiosa hasta la puerta de su casa, deseando encontrar un nuevo tesoro. Uno a uno, fue depositando cada post it en una cajita que tenía al lado del teléfono.
Un jueves por la mañana despertó valiente y decidió averiguar quién era el autor de aquellos versos que la hacían tan feliz. Cogió el taco de papel amarillo que se había robado de la oficina y escribió, con tinta roja, también:
«Misterioso Poeta, intrigada me tiene con sus hermosos versos que me han robado el corazón. Es este aliento anhelante lo que me hace imperioso el saber quién es usted y descubrir, así, la razón por la que me hace usted merecedora de tan inesperadas notas. Su más ferviente admiradora, Laila».
Al salir de casa, dejó pegado el post it.
En cuanto concluyó su jornada laboral, salió rápidamente hacia su casa, excitada, esperando encontrar al hombre amado. Subió corriendo las escaleras, de dos en dos. Sofocada, desde el rellano lo vio: ¡ahí estaba!, el papelito amarillo, con una respuesta, pegado a su puerta. Lo despegó con cuidado, como temiendo borrar lo ahí escrito con la punta de sus dedos pero sin atreverse a leerlo. Entró en su casa, tiró el bolso y las llaves y se fue a sentar en el sofá: sentía que las piernas le flaqueaban. Suspiró y, entonces, comenzó a leer:
En cuanto concluyó su jornada laboral, salió rápidamente hacia su casa, excitada, esperando encontrar al hombre amado. Subió corriendo las escaleras, de dos en dos. Sofocada, desde el rellano lo vio: ¡ahí estaba!, el papelito amarillo, con una respuesta, pegado a su puerta. Lo despegó con cuidado, como temiendo borrar lo ahí escrito con la punta de sus dedos pero sin atreverse a leerlo. Entró en su casa, tiró el bolso y las llaves y se fue a sentar en el sofá: sentía que las piernas le flaqueaban. Suspiró y, entonces, comenzó a leer:
«Querida Laila, aunque no dudo de que sea usted la más hermosa flor de este desértico paraíso, mucho me temo que la he convertido en presa involuntaria de un error, creyendo -¡oh, tonto de mí!- que Miguelito vivía en el 30 C. Ruego a usted, hermoso ángel, tomar nota de mis más sinceras disculpas. Afectuosamente suyo, Álvaro Rivera».
Alejandra Díaz-Ortiz
Siempre es una grata sorpresa encontrarme por aquí. Y me gusta descubrir tus cuentos favoritos…
Besicos.
jajajjajj…..mu buenoooooooo jajjajjaj pobre mujerrrrrrrr
Me descubro rellenando uno a uno los post-it robados a mi hija. Frases sueltas, pequeños poemas e incluso silencios, inundan los espacios vacios de los papalillos amarillos. Tendré que buscar una puerta donde pegarlos… Por cierto ¿cual dices que es la puerta donde vives? jejejeje!!!