Para que sus almas, rescatadas del Limbo, fueran condenadas a la monótona felicidad del Paraíso, no les bastó con ser secretamente buenos, aunque fuesen de una bondad total, desmesurada. Sólo los que además de ser buenos fueron lo bastante famosos como para figurar en el Libro contaron, según el Dante, con esa prerrogativa. Como para no preocuparse de cuidar las relaciones con la prensa.