Desde que llegó al barrio, tan linda, con aquellos ojos soñadores, me agazapaba cada noche entre la basura y, a través de una rendijita, la miraba pasar. Con la primera luna llena la oí aullar, al tiempo que su piel se cubría de pelo áspero y desordenado, como el mío. Entonces sí. Salté desde el fondo del cubo y nos comimos a besos.