De la Maclovia todos pretendían reírse, pero al mundo en que ella vivía la burla no llegaba. -Maclovia, ¿cómo es tu novio?- le preguntaban sus patrones.
-Baila como un bejuco- respondía, aunque la respuesta no tuviera relación aparente con la pregunta.
-Maclovia, te invitamos a un paseo.
-No, yo no salgo, porque hoy te invita y mañana timbita.
Todos los dichos, acotaciones y sentencias de la agraciada sirvienta eran comentados por la familia.
Establecían repertorio infaltable con las visitas de la vecindad. A veces era requerida, disimuladamente, para que asistiera a reuniones donde ella sería el centro de curiosidad y desahogo.
No llegaba.
Cuidaba las gallinas y los pollos. Divertía a los niños. Desgranaba maíz. Echaba las tortillas ¡y qué tortillas! Finas, suaves, con adornos de los dedos puestos en los bordes.
La llamaban:
-Andá a recoger los huevos; llevate esa canasta. Regresaba con la canasta llena. -Contalos.
Y ella no sabía contar, ni leer, ni escribir. -Uno, dos, tres…-hasta allí llegaba para continuar sacando huevos y especificando:
-¡Ai va otro, aivotro, aivotro.. . !
Bajo la sonrisa y la mirada patriarcal de los abuelos.